lunes, marzo 29, 2010

PARA ROMPER LOS PROTOCOLOS - A IGOR SILVA



Igor

Ayer, 28 de marzo, a las 2 de la tarde, diste por concluida esta etapa de tu vida. Opusiste todas las resistencias, batallaste como un gigante, sin otras armas que esa sonrisa tuya, que pretendía ocultar siempre una tristeza que amarizó sobre el torrente de tus sueños, y que se quedó allí para un siempre que se rompe en este instante de desprender el día de la noche, e ingresar a un espacio vasto como los silencios de los que se te llenaron las miradas. Ahora eres de nuevo pez anclado en una tierra que en sus precipicios interiores guarda pozos de agua dulce para tu sed.

Pensamos este instante tantas veces, al verte erguido imaginariamente sobre una estructura que ya no te sostenìa, cuando indagábamos en la poblada de células que equivocaron su rumbo al abordarte como un galeón, presto a tomar para sí, como un bebedizo sagrado, el rumor de la colmena que te nutría.

Y sin embargo, no bastó la tarde, ni la madrugada para que cupiera en ella la escarcha de las palabras que no se pronunciaron, los abrazos que quedaron inéditos en el pecho, la estación de risas que no se esparció sobre los equívocos callejones de las penas expropiadas.

Ahora que tu bendición cobra una nueva dimensión, que me toca recogerla más allá de las empalizadas, en el territorio sonoro desde donde las chicharras elevan su cántico, retomo el lenguaje de los fagots para hacerte llegar mis recaderías.

Me había prometido a mí misma que esta carta te la entregaría en tus manos, que no quería esperar tu ausencia para que las palabras hicieran estación en los pozos de los ojos que ya no retratan el reir de tus abrazos. Pero nunca te la entregué.

Hoy recompongo el papel que estaba escrito para que tus manos lo leyeran y se lo entrego al hemisferio de los náufragos, al almácigo que te contiene, al viento portentoso que transporta el día hasta su estafeta nocturna, para que algún milagro te lo despliegue hasta devolverte tu eterna picardía y ese reir desenfrenado de colibrí enjaulado, que tanto llenó nuestro vivir de tu presencia caminante y peregrina.




Igor

Me niego a escribirte cuando ya no puedas sostener entre tus manos mi carta y leerla. Y no porque piense que tú no sabes lo que te voy a decir en ella, sino por mi propia necesidad de expresarte, en palabras, lo que uno te ha dicho, a través de toda la vida, con una sonrisa, o simplemente pidiéndote esa bendición que siempre me ha protegido contra serpientes venenosas y todo bicho raro.

Sé, Igor, que formas parte de esos afectos que se instalan en el corazón y nunca se van, porque se arraigan en el alma, se asientan en las pupilas, se quedan en el territorio de las cosas esenciales al vivir. Después de todo, siempre has sido y eres, la risa que contagia, el vuelo alto en medio de las dificultades, el juego que nos vuelve a hacer niños.

Y sé que te tocó recorrer un camino escarpado, indeseado, inesperado, que un día te atrapó sin que ninguno de nosotros pudiera hacer nada para detenerlo. Sé que te empecinaste, con recio coraje, en espantarle las vías a esas células que dejaron de protegerte para hacerte heridas dolorosas y profundas.

Te hemos visto dando tu batalla y nos hemos asombrado de tu fortaleza, tu envergadura, tu resistencia, tus ganas de aferrarte a la vida, sostenido del más mínimo hilo, aunque el dolor se agigante. Y allí, silencioso, sin dejarte ver, de bajo perfil, como para que nadie advierta los destrozos, nos has dado y sigues dando una lección perseverante de vida, de alegría, de altura humana.

¿Cómo entonces no he de escribirte? Si ahora es cuando quiero decirte lo que te queremos, lo que significas para nosotros, las memorias que has dejado grabadas en nuestros días, la risa que brota de tu cara de niño regañado, de carajito travieso, capaz de inventar cualquier cosa, para romper todo protocolo y vestir la hora de alegrías.

Y sin embargo, sé también que el tiempo se nos está yendo ligero, proporcional a la intensidad de los dolores que ya no se te calman ni siquiera con los calmantes más recios. Y me niego, Igor, me niego rotundamente a escribirte esta carta cuando ya no andes con traje de hombre, sino que hayas traspasado a otra dimensión, en la cual el amor jamás desaparece.

Te hablo ahora, hoy y aquí, no en tiempo de despedida, sino en encuentro de alegría. Porque, cualquiera sea el desenlace, tú y yo le seguiremos dando cuerda a esas conversitas que siempre nos construyen memorias de hermanos.

Y sabes, Igor, en medio del dolor, sólo podemos mirar la vida que hemos vivido. En medio de la hondura de las heridas, debemos celebrar la fortaleza de nuestro cuerpo, y la fuerza gigante de nuestro andar en las travesías que hemos acometido.

En medio de lo inesperado debemos dejar registro de todo aquello que aguardábamos y que nos fue concedido en el devenir de los días.

En medio de la tristeza debemos ir al encuentro de todas las alegrías que han honrado nuestras vidas.

En el centro de la ausencia debemos traer a la memoria viva, toda la presencia que ha acompañado nuestras noches y días y que le dieron plenitud a nuestro vivir.

Cuando sólo los milagros ocurren, debemos seguir los designios que el tiempo determine y que la vida haya dispuesto para nosotros y con armonía en nuestro corazón ser capaces de caminar a través de la oscuridad a sabiendas de que en nuestras manos se asienta la verdadera clave que ilumina todas las cosas.

Cuando los días se tiñen de grises recordamos el sol y lo aguardamos con más pasión que nunca. Cuando los días amanecen brillantes a veces necesitamos nubes y tormentas que nos recuerden lo a salvo que estamos entre aquellos que amamos y que nos aman.

La gracia de la vida reside en nuestro interior y cuando hemos hecho camino siendo oferentes, sin amargura y siempre con nuestras manos y el corazón abiertos a los otros, sabemos que estamos en paz con nosotros mismos y con aquellos a quienes amamos

Cuando suceden las cosas, aún las más inesperadas, si hemos vivido en alegría y paz, hay que acompañar este nueva estación sin desesperación ni tristeza sino con fuerza y un amor que lo arrolle todo, a sabiendas que hicimos lo que debimos y aún más, y que aquellos a quienes quisimos y que nos quieren, siempre vivirán en nosotros y nosotros en ellos, en la alegría de las cosas más sencillas que hemos compartido.

Entonces, si tenemos la humildad y la entereza suficientes, las lágrimas se irán, también el dolor, y así lograremos recomponer todo lo quebrado, reintegrarlo todo a la unidad de lo que somos, y la vida volverá a ser un acto de magia del cual privilegiadamente hemos formado parte.

Eso significa, hermano del alma y de la vida, que todos los que te rodeamos, quienes te queremos a rabiar, te decimos que nunca estarás solo, que donde quiera que vayas, nuestros amores te acompañarán, y que no queremos verte sufrir más de lo que ya te ha tocado. Que te queremos y que tu bendición estará conmigo hasta que vaya a tu encuentro a seguir desafiando los formalismos y las composturas y podamos reirnos de nuevo como los niños que somos, hurgando centellas o contando suspiros.

ms

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