martes, marzo 22, 2011

WALTER SAAVEDRA - A JOSÉ MARÍA ARGUEDAS




La poesía como la flor es un ingrediente común a todo lo que existe. ¿No sorprende acaso que cada zebra tenga una asimetría diferente en sus hermosas líneas? ¿Cómo explicar que entre miles de pinguinos cada uno de ellos tenga el silbido exacto que habrá de identificar su pareja?  ¿Con que misterioso gps hace su travesía el salmón en el infinito de los mares? Pura poesía.

Sólo que el hombre, ese ser que mayor capacidad de poesía y creación contiene, es también quien más la ignora, desperdicia o niega. Está demasiado afanado en cuestiones intrascendentes, superficiales e improductivas para la vida, como la guerra, el poder y el atesoramiento de todo lo que es inútil.

Y tan lastimado está en su esencia, que se detiene en su paso sólo a aspirar el aroma de las flores que reconoce como excelsas. Y como dice el poeta Luis Mariano Rivera, deja a su lado, sin siquiera mirarlas, las florecitas sin nombre en cuyo corazón de polen, cualquier rosa se encendería de rubores.

Y así ese cuasihombre que deambula etiquetando todo lo que existe, también a la poesía la coloca en compartimientos para autores consagrados, autores reconocidos y poetas sin nombre.

Demás está decir que la poesía mayor no está recogida en los escritos, ni en los versos, sino en el diario vivir de un hombre que escucha primero a su corazón, en lo que de divinamente humano tiene, antes que a los pasadizos oscuros de todo lo que han ordenado para él, para sujetar y anular su vuelo de mariposa, su envergadura de colibrí.

Walter Saavedra es un poeta. Pero es para él tan natural serlo, que no hace de ese oficio alharaca alguna. Lo ejerce cuando respira o cuando asiste al amigo, cuando protesta por alguna injusticia o cuando, en su afán antropologico, se dedica a rescatar todo aquello que contenga una señal de la belleza consternada del hombre.

Y es tan así, que cuando escribe, dicho en sus propias palabras, se queda atónito de que aquello que ha producido en cuartillas, conmueva o emocione a algún lector. Y en respuesta le pregunté: ¿Y por qué habría de sentirse atónito, quien lleva la poesía por dentro y además la ofrece generoso al caminante que encuentra?

Este preámbulo no es para introducir el poema que Walter acaba de escribir en homenaje a José María Arguedas.  Es más bien una nota a ese lector, que distraído con las lisonjas de los otros, deja pasar a veces desapercibido, el resplandor único de los dandeliones sobre la hierba.




YO SE QUE VIVES JOSE MARIA

Te busco José María te busco…
te busco y te encuentro
sentado en el limbo 
de mi propio pecho
ahíto de ese amor tan humano
que vas repartiendo
con tiernas palabras,
con cálidas miradas,
con sonrisas inocentes,
a pesar de todos los dolores
que agarrotan tu mente,
a pesar de las incomprensiones
de quienes no comprenden,
de quienes no pueden comprender
la real naturaleza de tu infausta partida.

Te encuentro José María,
en mí mismo te encuentro,
lLleno de vida en tu vida
prolongándose más allá
de toda humana medida.

Con cada letra que dejaste José María,
dejaste un suspiro eterno
el suspiro de tu voz, de tu letra, de tu acción.

Todo lo que dejaste
fue lanzado certeramente contra todo averno,
retornando luego a nuestro regazo
donde lo recibimos felices
acunándolo en nuestros corazones
que es tu corazón José María, tu corazón. 

¿Quién se puede sentir contrito
si vives, vives José María, si vives?
Yo sé que vives,
tu obra así lo atestigua
y, más aún, lo atestiguan
las personas que tanto amaste
que siguen amándote infinitamente
con la frente, con el pecho, con las manos…
¡con la vida entera te amamos José María!

Yo sé que vives José María,
vives en los tiernos animalitos con quienes conversabas,
vives en la gente humilde por la que luchaste,
vives en las sierras escarpadas que siempre amaste,
y hasta en aquellos que alguna vez te quisieron mal vives
porque si entonces no te comprendieron,
ahora te aman, te aman.

¡Tienen que amarte José María!
¿No lo comprendes…?
¿Cómo no lo vas a comprender
tú que amaste amar
y te diste al mundo
amando intensamente la vida?

Buscando la vida José María
encontraste la muerte
que nadie supo evitar
no comprendiendo tu enfermedad…

José María, sublime soñador
de sueños señeros que impactan al mundo:
aquí nos tienes, a tu lado,
caminando por senderos parecidos
a los que caminaste
buscando la felicidad
donde quiera que ésta se encuentre,
levantando el pendón de la vida,
de la vida plenamente vivida
como tú lo deseaste
tierno dicharachero,
sublime soñador
de futuros señeros…

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