sábado, enero 20, 2024

DEL OLVIDO Y LA MEMORIA




Miro hacia fuera
sé que no estás afuera
porque adentro
laten pájaros
y canta un clavel
la esencia de tu ausencia


El pez danza su amor en el mar. Su rumor lo identifica entre todos los otros que respiran su misma sal. Y entre burbujas construye una memoria sin la cual no existiría música en los vastos océanos del vivir. El olvido se siembra en el pescador que lo atrapa. Y el amor brota de nuevo en la especie que no se extingue. El olvido es el envés del rumor, o el silencio de las turbulencias. Y sobre esas soledades se reconstruye una y otra vez una memoria que no se detiene y que escribe sus rumores en el lenguaje del agua que es infinito.

Así el olvido y la memoria no es más que un mismo talismán que se prende de nuestros días para bordar el tejido de una travesía que no cesa. Entre ambos construyen una estructura hecha de hierbas y oleajes marinos, de jacintos y astromelias, de pájaros que juegan a robarle su andar a las mariposas. En medio, rostros, gestos, caminares se entrecruzan dejando sus señales en los andenes del vivir.

De uno y otro estamos hechos como en la filigrana del trigo o los pliegues amorosos del maíz. Entre ambos el ámbito del suspiro es como una línea en espiral que va y viene de uno al otro nutriendo el amor y el desamor.


Olvida, no se puede escribir
al borde del abismo si uno no se ha lanzado aún
y no conoce, a fondo, el vértigo que pende
en el vacío o el vacío de caer
desde tus brazos hacia el olvido.


¿Y qué puede ser el olvido sino el rubor que se acantila al anverso de las mejillas? ¿Y qué puede ser la memoria sino ese rojo atardecer que desde las manos se esparce sobre todo lo que toca? La memoria tiene un sabor a duraznos. Y el olvido es un durazno sin morder que se arremolina sobre los ojos, aguardando.

La memoria y el olvido son como un concierto para dos instrumentos que se conjugan en una sola armonía, aunque jueguen a ir por compases distintos, para luego encontrarse y desencontrarse desde un andante, que se quiebra en un adagio hasta alcanzar un allegro, que se adhiere como una piel a las horas, como el testimonio de que hemos vivido.

Entre ambos somos este girar entre nebulosas y honduras que se mecen en los precipicios que aún no hemos recorrido. Somos ese asombro a orillas de un pozo que aún aguarda llenarse de agua y un horizonte extendido como una saeta en melancólica dirección al amanecer. Entre ambos, somos un diminuto intervalo en incesante procura de floreceres.


Introducción a la nota sobre Rumor de Pez del poeta 
René Rodríguez Soriano
publicada en Media Isla y en Embusterías en los siguientes enlaces.



Los dos epígrafes pertenecen a ese libro

foto / mery sananes
publicado inicialmente en Media Isla en el 2010
y en este blog en agosto del 2011

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