miércoles, julio 03, 2013

FRANZ KAFKA - ANTE LA LEY




 
En junio de 1924, en un Sanatorio de Praga, Kafka finalmente consiguió que alguien abriera una puerta de las tantas que se le habían cerrado durante toda su existencia. Tal vez halló algún pasadizo hacia un paisaje sin murallas, sin guardianes de la ley, sin funcionarios dedicados a hacer su trabajo de impedir que nada ocurra. Tal vez se encaramó en el lomo de un escarabajo o una cucaracha, lo mismo da, para emprender su viaje al interior de la hierba.

Sólo sé que toda su vida y su obra trazan con precisión de relojero el trayecto de la vida. La que existe hoy, que desde entonces sólo ha multiplicado los guardianes, construido más murallas, inventado nuevos mecanismos para impedir que el hombre respire un aire que le pertenezca.

Leer a Kafka, entonces dista mucho de ser un ejercicio literario. Es un expediente abierto que aún no se cierra. Y en el cual nosotros seguimos siendo los carceleros. ¿Podrá cambiarse esa realidad alguna vez?

Invitamos a leerlo pero, por favor, no cierren el libro al finalizar su lectura. No apaguen la computadora. No sigan como si nada de esto tuviese que ver con uno. Ese señor que quiere entrar somos nosotros. Y el guardián es la imagen de todos aquellos carceleros que no sólo nos expropian el derecho a la vida, sino que además justifican esa atroz acción con toda suerte de convencimiento o violencia.

Después de todo saben que a la final, tal vez puedan convencernos de convertirnos también en carceleros y guardianes, para impedir que otros puedan entrar a un lugar que aún no existe.

Yo estoy convencida de que ese día 03 de junio en un sanatorio de Praga, Kafka entró libre y en vuelo hacia la vida que habrá de ser. Y que desde allí clama en cada una de sus palabras para que nosotros no tengamos que morir frente a los guardianes de turno, aguardando que alguien abra una puerta que no da a parte alguna.
mery sananes
03 de junio del 2012


ANTE LA LEY


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar. 
-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice: 

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera. 

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta. 

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice: 

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo. 
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián.

Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado.

Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino. 

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable. 

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar? 

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora: 

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

FRANZ KAFKA




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