miércoles, julio 18, 2012

CARTA A ELÍAS MANUITT CAMERO



La vida es la incertidumbre
de los sueños pasajeros,
la vida es el ‘Yo te quiero’
de una mujer a la lumbre.

La vida escala la cumbre
del cerro de las tristezas,
la vida es naturaleza
deshojada por el viento.

Es un sol de sufrimientos
que marchita la grandeza
 
EMC




Elías Manuitt Camero nació el 27 de febrero de 1929 en Altagracia de Orituco, Estado Guárico. Egresó de la Escuela Militar en 1951. Se casó con Amelia Castellanos, con quien tuvo tres hijos: Elías, Flor y Amelia Margarita.

En 1956, está destacado en Maracay y forma parte de la conspiración contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Participa en el levantamiento del 01 de enero de 1958, es detenido y remitido a la Cárcel Modelo, de donde sale el 23 de enero, a la caida de MPJ.

A  comienzos de la década de los 60, aún cuando ocupaba cargos  oficiales, actúa  clandestinamente en conexión con  el Partido Comunista de Venezuela. En junio de 1962 abandona el ejército para  unirse a  las guerrillas de Falcón.

En el Frente ‘José Leonardo Chirinos’  fue designado Sgdo Cdte y miembro del Estado Mayor. El 14 de octubre de 1964, suscribe, junto a Douglas Bravo, el 'Manifiesto de Iracara', en el que se establece la necesidad del acercamiento de la guerrilla a las FAN. A principios de 1966 realiza una gira por Corea del Norte, China y Vietnam. Regresa a La Habana donde ejerce la representación de las FALN en Cuba. 

Al definirse la derrota de las guerrillas sale hacia Cuba donde permanece  entrenando guerrilleros. En marzo de 1967, asume, sin haber participado ni aprobado la operación,  la autoría de una acción que fue criticada por todos, el asesinato de Ignacio Iribarren Borges. Consideró que debía salir en defensa de los combatientes. Eso selló su caída y repudio en el mundo político. Un hecho que explica con mucho detalle en el libro que se acaba de publicar, que recoge las entrevistas que le hiciera Agustín Blanco Muñoz: Venezuela un país podrido. Habla Elías Manuitt Camero. Una verdadera radiografía de este expaís.

En 1976 regresa a su pueblo natal. Divorciado de su primera esposa, se había vuelto a casar con la Dra. Teresa Hernández, pianista y médico cubana con quien tuvo un hijo: Ernesto. Poco después su esposa lo abandona y se marcha a Cuba. El 08 de febrero de 1988  un disparo desde su mano lo conduce a territorios del adiós.

Elías Manuitt Camero era músico, compositor y poeta. Tocaba la guitarra y el cuatro. Improvisaba coplas y versos. Estos poemas fueron recogidos por la Cátedra Pío Tamayo de la UCV, quien los publicó, en 1990, bajo el título Sueños de amor y libertad. Esta carta sirvió de prólogo a esa publicación.


Elías

Esta carta la había comenzado a escribir desde hace muchos años, tantos como los que la línea de tu vida ha dibujado sobre este país terrible y doloroso. Tantos como los que lleva al agua recorrer el río, como los que estuvo Pablo Guédez cantando por los caminos del pueblo y los que estuvo Amalia Méndez con una verdad a flor de labio, endulzando la sonrisa de los niños de la calle.

Tantos, Elías, como las cantorías que fuiste bordando por la tierra adentro para dejar las señales de tu estirpe llanera. Y sin embargo, cuántos contratiempos, cuántas dificultades cuántos escollos para llegar a tus sitios, esos en los que fuiste a reencontrarte con tus anhelos y en los cuales no pudo el monte, ni el campo, ni la brisa de la tarde hacerte desistir de esta despedida que no aceptamos ni queremos.

      Que dirían, Elías, los pájaros mañaneros que no te vieron amanecer. Qué dirían las flores silvestres que contemplaban tus largas caminatas como recordando los días de andar en otros combates. Qué diría el potro que se quedó aguardando tu vigilia. Qué dirían los gallos que no te escucharon de madrugada preparar tu tonada. Qué dirían los luceros de  las noches de Orituco que no vieron más asomarte hasta ellos para hablarles de tus sueños de amor y libertad.

      Yo, que me quedé con esta carta atrapada en el corazón, no sé qué decir, Elías, porque tu despedida golpea demasiado duro las ilusiones y las esperanzas. No las del mundo que vendrá, que por ella diste la vida y consagraste la muerte, sino las que están aquí en estos tiempos sombríos y que debieron  contener la suficiente fuerza para detener tu mano. No para el consuelo pero si para el afecto compartido, el amor solidario que levanta, fortifica y reconstruye.

 

      Elías, cómo nos ibas a dejar con este manojo de versos que teníamos que sentarnos a desgranar juntos en la brisa. Ese racimo de sueños que fue tu vida, tu andar y tu desasosiego. Esos versos que nos ponen a temblar de emoción, porque son evocación y realidad de un tiempo y una verdad que siguen igual de  vigentes y plenas. La poesía combatiente que se convertía en antorcha en las noches largas de ir por los campos defendiendo el derecho a una vida distinta. El verso en vuelo de gaviota que se eleva mensajero de recados de amor y plenitud. El poema-saeta, poema-proclama, poema-homenaje y poema-espiga que fuiste tejiendo en tu andar aventurero y terrible.  

      Elías, como te ibas a ir cuando tenemos tanto por  hacer. Sostener la ilusión, el anhelo de todo lo que habrá que cambiar para vencer la muerte que te mató, la muerte que te llevó cuando había combates por  librar, peleas que dar, esperanzas que compartir y memorias que desenhebrar para dejar el sentido verdadero de la historia que no se ha escrito y que tú llevabas moldeada en el pecho que jamás tuvo temor a la balas enemigas.  

      Qué bala tuvo el valor de hacerle caso a la orden de tu mano que estaba hecha para abrir surcos en la tierra, para las caricias a los hijos, a la compañera, o para montar el gatillo de los fusiles de la revolución. Qué ocurrió que el revolver equivocó la senda de su fuego, de su lumbre para encandilarte y ennochecernos así.

      Elías, qué hago ahora con esta carta que tendré  que amasar hasta convertirla en tierra de abonar, espiga desgranada o vuelo de azulejo para que te alcance en el viento en el surco, en el agua, en el  paisaje en movimiento que es el mar.

      Qué les diré ahora a los hijos de la angustia, a esos seres que caminan solos, con sonrisas que se apagan desde adentro, a quienes diste tu verso y tu pensamiento. Quién ahora tejerá cantos para Cristela. A quien le darás ahora el corazón. Como bailarás un golpe tuyero sin que esté de duelo el sendero. Y como le dirás ahora a Dulce Cecilia que su mirada en la ventana rompía un cristal de rosas. Quién oirá a las aguas del caño pronunciando el nombre de Cecilia Jiménez. Y quién escribirá cartas  a –flor, a todos tus hijos, anunciando un mañana de carnaval de trompetas.

      Qué ocurrió, Elías, con el gladiador que tenías en el alma, armado para silenciar el escándalo del tiempo. Que le pasó al galope por donde iban tus sueños y tu cantar, las ancas llenas de sal, con riendas que teje el viento, inventándole rutas marinas al sol de tus llanuras. Qué quebró la ilusión de ese tiempo de jugar que algún día vendrá.

      Elías qué hago con la palabra, con la copla, con el sueño que andamos cultivando, si no sirvió para llegar hasta tus sitios y regalarte una sonrisa, construirte un muro de contención, un árbol repleto de frutos y una alegría que te mantuviera con nosotros, hacedor de versos y fabricante de papagayos y revoluciones.

      Ay, Elías, por qué en tu soledad no percibiste la melodía de la vida que pusimos a volar con el viento. Y ahora qué haremos con este racimo de cantos que se quedó anclado en las raíces de los árboles.



      Tu ausencia, tu despedida, nos dice una vez más  lo que es esta tierra, lo que es esta historia terrible, este tiempo de devastaciones esta hora de cantos quebrados. Porque no fue tu mano la asesina. Fue este país al cual le han arrebatado la capacidad de conmoverse ante la vida y la muerte. Fue este tiempo de oscuridad el que aceitó el arma para el disparo, el que inventa todas las formas de muerte. Un tiempo de masacre.

      Tu disparo Elías, es un nuevo expediente a esta sociedad, a esta historia dolorosa, a este proceso donde todos, como decía Pío Tamayo hace más de cincuenta años, nos hemos convertido en cómplices de las armas asesinas. Tu vida y tu muerte son radiografía e historial de un tiempo y una sociedad que hay que cambiar.

      Por esa sagrada razón subiste con tu traje de campesino de siempre a conocer los secretos de los cerros para encender fogatas en lo alto. Por esto te enfrentaste una vez al dictador y otra a la democracia que lo había derrocado porque en ella se asentaba la misma miseria, la misma desesperanza de los muchos, el mismo crimen desatado. Por eso fuiste potro y posta, guerrillero y soldado comandante de una batalla derrotada, que dejó estelas de ausencias y traiciones.

      Por eso un día retornaste a tus viejos sitio enamorado como siempre del silbo del viento, del canto del chirulí, del paisaje que dibuja el río en el lecho, del olor de la fruta al madurarse, con tu soledad a cuestas, tus sueños de amor y libertad retenidos, tu ira y rabia encendidas en tu corazón de capitán de aguas dulces.

Regresaste con un equipaje de tristeza tan grande como el horizonte de tus llanos y con la vieja arma de los combates librados aguardando un tiempo de resurrección, no de muertes, sino de pan que se reparte, de racimos de flores, de bienaventuranzas para todos los hombres. Allí estaba quieta, sin guerra ni frente, sin batalla ni victoria.



Tierra hermosa
desde el jaguey hasta el caño
tierra inocente de engaños
donde se enredan las coplas
donde se oyen cantaurías
en las tardes y en las noches
donde el caballo es el coche
que viaja en la lejanía

EMC


¿Fue ella, Elías, la que despertó esa madrugada llamándote a disparar? ¿O fuiste tú quien la tomó para echarla a correr otra vez por el trayecto que deja el fuego, la llama y la fogata? ¿Qué versos se cruzaron que ella se hizo dócil entre tus manos? ¿Qué le dijiste para convencerla de hacer el camino contrario a su blanco? ¿Qué historias escribió ella para ti en esas horas de mengua? ¿Y qué ocurrió para que en un instante aquella arma de mil leguas y mil disparos, hechos para consagrar la vida, se convirtiera en estallido de muerte, allí en el territorio de donde habían emergido versos y emociones, cantos y coplas, esperanzas y decisiones?

Elías, tu disparo nos alcanza a todos. Algo se nos quiebra en el interior del cerebro, algo se nos descompone para siempre en los espacios del corazón ilusionado. Algo nos va dejando una ausencia que nada puede plegar. Porque tu disparo, ese disparo último, que equivocó su rumbo y te hirió en el alma se hizo estallido de repetición. Y su eco no deja de sonar por doquier con un mensaje y unas señas que hay que recoger, retomar, no para que se silencie sino para transformarlo en melodía y esperanza, cono tú lo quisiste. Y por eso, hay que seguir trabajando, silenciosa y tenazmente, para convertir el fuego en faro de luz que permita advertir que tu gesto desolado no es otra cosa que lección, alerta, llamado y sacrificio.  

No es un camino de rosa, es un camino de sangre, dijiste. Y era tu pecho el que hacia la ofrenda de rosas, tu vida la que entregaba el cauce de sangre para convocar a batallas victoriosas. Que mañana no digamos que esta sangre corrió en vano. Petición y reclamo. Llamada para que toda la sangre derramada cumpla su ciclo de agua, lluvia y roció. Por que si ni regresa convertida en flor y canto, en anuncio de alegrías,  acompañando un tiempo nuevo, se habrá vertido sin norte y sin horizonte.

¿Dónde están en esta hora, Elías, tus compañeros de ruta, que no se alzan contra tus asesinos, contra todo el desencanto, la desilusión y la desesperanza que te hirieron de muerte, cuando antes ni los cercos, ni la represión, ni los helicópteros, ni los TO, ni la bombas pudieron detenerte? ¿Qué ocurrió a los que ayer te acompañaron y hoy están celebrando con festejos y jolgorios esta democracia que te asesinó? ¿Acaso todos ellos dejarán pasar tu crimen como si nada hubiera ocurrido? ¿Seguirán sentados en las mesas de negociaciones todos los mercaderes de esta democracia sin detener ni un segundo los cálculos de sus ganancias, aunque haya muerto un hombre, un comandante, un ilusionado peregrino de la vida que un día empuñó el fusil para tratar de cambiar el mundo?



Fue el mismo hombre que deambuló por los andes de la ilusión con una gran derrota a cuestas y sin embargo se prendió de sus sueños libertarios y revolucionarios para no sucumbir. El mismo que en La Habana fue estandarte de la lucha y desasistido comandante de una guerra que no se terminó de librar. El mismo que una vez pacificada, mediatizada, negociada y reprimida, vino a asentarse en Altagracia de Orituco para cultivar la tierra y recoger los frutos mientras hacía una y otra vez el camino de la memoria por lo que no se construyó, lo que falta por conquistar,  las pérdidas que infringió el enemigo y las que se sembraron desde adentro, hiriéndole de una muerte que no conoció en el combate.

En Altagracia de Orituco libraste tu última batalla contra un enemigo invisible que se ha hecho más poderoso que los ejercitos mercenarios. Un enemigo que ya no se distingue, que no se le ve disparar, sino que se confunde entre la gente sencilla, y que lejos de agredir directamente llama a la concordia la conciliación y el acuerdo para que la riqueza permanezca donde está y la miseria también pero sin rebeldía.

Lo hiciste con la convicción de estar aportando el sacrificio exigido para la construcción de una sociedad que promete entregarle algún día su  recompensa, en medio de esa paz concertada que se produce en una sociedad que ha alcanzado sus más altos niveles de degradación económica, política, social y moral, haces tu último disparo, Elías.

No al aire de los cohetes de feria y los fuegos artificiales. No al frente de guerra de un armado enemigo. No al blanco de la viejas deudas de humanidad pendientes, sino a tu propio corazón de amapola y crisantemo.

¿Y sabes qué ocurrió, Elías? Que tu sangre aventurera se enhebró en la tierra, se hizo sendero en el río, se posó en el interior de los turpiales y fue canto en el horizonte. Mensaje y señal, llamarada y aviso para los navegantes del futuro.

Hoy va prendida de estos sueños de amor y libertad que un día nos enviaste para que los hiciéramos un haz de versos para regalárselo a los hombres sencillos, a los obreros de la revolución, a los enamorados de la vida, a los fabricantes desilusiones.

Y en nombre de esos sueños, Elías, te prometemos no cesar en esa tarea difícil de abrir cauces, levantar expedientes y hacer y escribir la historia verdadera. Y para esa labor no dejes de enviarnos recados, no dejes de acompañarnos, que te necesitamos. Necesitamos tu reciedumbre, tu valor y tu coraje, porque con la desazón que te llevaste y los sueños que nos entregaste, haremos un cometa de vuelo largo, para que la brisa de los campos lo convierta en estrella encendida de siempre y para siempre.

mery sananes
  1988  

 

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3 comentarios:

Taramas dijo...

Honras eternas a mi pariente y glorioso comandante Capitán (EJB) Elías Manuit Camero, ejemplo de mi familia guerrillera. MI madre María MOrales o Hilaria González siempre lo mencionaba en sus tertulias con nosotros, de esa extirpe venimos gran comandanate del Frente José Leonardo Chirinos, seguiremos contigo y con tus ideales hacia la victoria final, Patria o Muerte Veneceremos. León M. MOrales, Oficial de Marina Mercante.
15A

Anónimo dijo...

Era un cobarde asesino, ojala se este calcinando en el infierno

Unknown dijo...

Cobarde eres tu que te amparas en el anonimato para vilipendiar a los demás !!