miércoles, noviembre 07, 2012

EN EL DULZOR DE LAS CIRUELAS




para alberto


En qué recinto del cielo se fraguó
la instancia perfecta de tu vida
qué coordenadas guiaron los astros
hacia la modulación de tu canto
qué secretas vasijas de la noche
se escanciaron en la resurrección
de la madre sobre el paisaje de los
milagros de un febrero despoblado

Naciste con su tristeza enmarcada
en la mirada que ella te dibujó
desde las honduras de su risa
y se asió a ti como una colmena
tejida sobre la memoria que ella
no pudo construir

Te regaló el silencio de las encrucijadas
y el revuelo  de los pájaros sobre ese
único árbol que acompañó nuestra infancia
y cuyos frutos destilaban el acidito
de las estaciones de sequía

Primer hijo varón atravesaste los días
con ensueños de estandarte y un tiempo
que tal vez nunca te perteneció

Entre tú yo yo otro niño se asomó
a los frágiles ventanales de la madre
que hubiese sido campanario de tus
días estatura de tus juegos prodigio
de un violín tocado entre dos
pero un destino escrito antes que
nosotros nos robó el vaivén de sus
andanzas y le trazó otra hendidura
al eclipse de las soledades

En un agosto quiso la marea reivindicar
el paso oceánico de la vida sobre el
torrente de las lágrimas y advino en
mayo un rostro teñido de asombro
por el cual me asomé a los acordes
de un adagio que desde entonces me
acompaña

Tú me ofrendaste confituras y yo te
regalé una sonrisa bordada de suspiros
que desde ese día deposité en tus
respiraciones para vigilar los intervalos
entre las sístoles y las diástoles
sin siquiera adivinar entonces
que no tardaría en quebrarse
desasistido como quedaste una vez
que la madre se nos fue en vuelo
hacia el regazo que no tuvo

La vida tenía trazado sus designios
los astrolabios hablaban del agua
y el tiempo que nos tocó fue de
fuego  y de estopa de candelabros
de aceite de escalinatas de cristales
relucientes que estallaban sin que
pudieras ascender por ellas al sitial
que tu padre había imaginado para tí
desde el papel de estraza en los
que garabateaba los números que
aprendió en el silabario de las
mañanas ajenas

Tuviste los zapatos que al padre
le faltaron para hacer el camino
hacia una escuelita aturdida de
distancias y sin embargo se
detuvieron tus pasos en el
precipicio de tus angustias
sin que hubiese quien comprendiera
el sabor aromado del níspero del que
estabas hecho ni la canción que
acunabas en tu garganta como el
último talismán para invocar la
alegría

Del mar conociste las marejadas
que devuelven a las orillas los peces
sin alas y de la tierra supiste el amargor
de las devastaciones que dejan los
sismos del alma

Y por más que te crecieron los ojos
hasta alcanzar los de tu madre nunca
pudiste en verdad contemplar el ritual
armonioso de un vivir sencillo como
el de la flor

Qué de cauces no remontaste
buscándole un remanso a tu fatiga
y cuántas vaguadas se llevaron la
inmensidad de tus sueños

Nunca hablábamos de aquello
que nos hería porque no había el
fuelle para detener los vendavales
pero cómo intentamos sembrarle
arbustos a los socavones endulzar
los abismos evitar los precipicios

Y sin embargo lograste
restituirle el universo a la diatriba
del día a la acongojada sepultura
de los segundos  intentando en
vano mover las piezas de un ajedrez
con los naipes gastados de las
barajas de tu infancia

Recorriste geografías sin hallar
en ninguna el espejo de tu madre
y al fin fuiste a hacer nido en las
angustiadas laderas de un pueblo
en extinción

Y de las hijas que nunca hicieron
recorrido por los postigos de tu alma
quedó una ausencia como la de la
madre que un relámpago iluminó
en el milagro de un hijo que por
primera vez se arrulló en tu costillar
para recostar su vida entre tus ansias
y medir su estatura en la cuenca
de tus manos

Cuántas veces hermano no escribimos
sobre la escritura de los espíritus el
tiempo de tu despedida queriendo
ganarle la partida a la muerte que
te acechó desde siempre y sin embargo
otros designios decidieron por nosotros
tu viaje de regreso a los amaneceres

Te fuiste silencioso como un relámpago
sobre un cielo que aún no arropa la
tempestad erguido sobre la ilusión
que dejaste inscrita en la inmensidad
de las colinas

Yo recojo tus frutos como quien
alcanza por primera vez los tramos
del árbol primero que nos cobijó
y te celebro hoy como lo haré cada
siete de noviembre porque en mis
ansias jamás dejaremos de cumplir
el ritual de las velas ni de desamortajar
la vida en el dulzor de las ciruelas
que tanto paladeaste en los días
en que esos hijos que yo parí
se abrazaban a tu risa para desarticular
todo desencanto y regalarte el susurro
de una abuela que en tus ojos siempre
resplandecerá como una luna inmensa
de cielo sin fin

mery sananes
07 de noviembre del 2012

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