lunes, noviembre 07, 2016

RITUAL DE RISA Y MEMORIA



RITUAL DE RISA Y MEMORIA
Carta a mi hermano


He tenido por costumbre cada siete de noviembre entregarte una carta que nunca requirió de sobres, tarjetas o de papeles doblados. La escribía durante todo año y al llegar a esa fecha ya venía cargada de todos los recados. Sólo bastaba abrirla y de sus pliegues imaginarios brotaban todas las historias acumuladas, los desvelos, las dificultades, las angustias, lo perdido y lo por encontrar y hasta los silencios.

Y cuando la colocábamos sobre la mesa, vaciada ya de sus penas, comenzaba a destilar un aroma de naranjos, un sabor a dulce de guayaba, aún pegado en el caldero, y en el aire aparecía resonando un acorde de violines y un vibrar de aquellos cantos que guarecías en tus ojales.




Y la risa y la memoria hacían los demás. Nos remontábamos hasta las orillas de una infancia que quedó interrumpida, a los viajes que apenas al tocar algún puerto, emprendían de nuevo su regreso. A la fragilidad de un tiempo sin raíces. Tal vez por eso recordábamos los caminos y no los destinos. Y nos quedábamos con ese sentimiento de no pertenecer a recinto alguno.



Pero en esas horas reinventábamos el universo, rehacíamos los días, recogíamos los fragmentos de risas y delirios y hacíamos con ellos un itinerario de sueños. Poco nos importaba que al siguiente noviembre tuviéramos de nuevo que volver a construir, con la hoja imaginaria, un barquito de papel, que lanzaríamos al estanque de algún parque para que alcanzara en su marcha alguna vertiente de agua que lo llevara a la mar.

Era para nosotros un ritual hacer y deshacer porque teníamos la certeza de que lo único que no se habría de fracturar era ese sentir de alojamiento en el cual siempre nos cobijábamos, mientras tú inventabas alguna nueva receta en el fogón, o te disparabas alguna canción que yo guardaba siempre celosamente en los bolsillos del alma.

Un buen día se detuvieron los noviembres. Te fugaste sin aviso hacia las montañas, y me dejaste un desconsuelo que aún descose mis horas. Y se me queda el pastel sin hacer, las velitas sin encender y la algarabía de regalarnos otro año más se nos fue de la mano como un cometa que no se hubiésemos sabido sostener.  



Y abro la carta y de ella todavía se derraman memorias y cantos, pero le falta la risa que tú le colocabas cuando al recordar nos remontábamos a aquellas calles estrechas y sin embargo arboladas, en las cuales halábamos con toda destreza un diminuto carrito de madera que había aprendido a volar.



Y me pongo a pensar si en ese mismo carrito no podré yo volar hacia tus montañas para entregarte este día, como siempre, la carta que compartimos, y llenarla de masa de torta sin hornear, y poder contarte lo que ha crecido George Henrique, sus logros y victorias, su empeño por estar a la altura de tus consejos y los de su madre, su decisión de formarse como tú lo enseñaste.

Y a cambio tú podrías hablarme de los silencios de esas colinas, del sonido del agua subterránea en su camino hacia los ríos, de la migración de insectos y los vergeles florecidos. Yo te llevaré una manta tejida por si hace frío. Y tú me tenderás un pañuelo bordado de hierbas para yo guarecer en él las lágrimas que voy dejando a mi paso.  



Y cerraremos el ciclo para comenzarlo de nuevo hasta el próximo noviembre. Prometo irte guardando los cantos de los pájaros que vienen a visitarme, el calendario lunar que cada día voy recogiendo mientras busco en sus estaciones las claves  de todas las ausencias y las sonrisas que George deja regadas a su paso. Yo me traeré tu abrazo y el recuento de todas las palabras recogidas para que nunca me falte una razón para reír o soñar. Muuuuucho que te quiero.

07 de noviembre del 2016
mery sananes



  

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