Y si he de extrañarte en sábado ¿se irá también el domingo a cabalgar el valle sin ala de mariposa ni sonajero de río ni el dulce estruendo de las bromelias en su ebullición de floreceres?
Si te aguardo en lunes
¿qué neblina traerá el martes
para disentir de la travesía
que no recorrimos?
Si se pospuso la vida para
los miércoles de parque y columpio
¿vendrán los jueves con su equipaje
de lluvia a derramarle nostalgias
a la alegría que aún no comienza?
Y si llegamos a un viernes sin un árbol frondoso a cuyas ramas recostar el vuelo travieso de las hojas que ya comienzan a desprenderse de su casas solares ¿será esa la razón para extrañarte un sábado que nunca llegó?
Sé que los días son entidades
de un tiempo detenido por los vientos
que no navegan en dirección
a los mediodías y que el silencio
es la vasija de donde manan
los suspiros que le dan de beber
a los incendios de los atardeceres
Sé que la memoria se empeña en prolongar su travesía y que el olvido es un asaltante de la luz que se cuela entre las rendijas del beso que aguarda su ritual de consagración
¿Qué dirán en este agosto padre los pinos que te cobijan desde hace tanto? ¿Sabrán algo de la larga travesía que dibujaron tus antojos antes de anclar en aquellos campos de vides y olivares? ¿O conocerán sólo el tiempo que no tuvo calendario?
En este agosto de tu nacimiento padre yo recorro tus días con la prisa del alfarero que no alcanza el incendio de la fragua para darle hondura a la arcilla y regreso a las memorias que no me fueron otorgadas y a las que me construí en tu nombre para que las orillas de donde zarpaste tuvieran la contextura de una estación para labores de alquimia
¿Qué supe de ti, padre, más allá de aquel sombrero que giraba en tus manos como un columpio desvencijado y que sin embargo contenía toda la tristeza de las tardes que se quedan sin abrigo?
¿En qué grieta me extravié para no advertir los vaivenes de un precipicio que te llevaba
mar adentro hacia los remolinos sin sal donde mi nombre de luna se trastocaba en espuma sin orilla y sin estela?
Sólo sé padre que el amor se quedó grabado en aquellas palabras que me inventaste una mañana de despedidas para que fueran mi santo y seña en las encrucijadas y los vendavales y que aún las llevo inscritas como un escapulario en las horas de pinos florecidos en las que tú regresas con tu solo equipaje de nísperos y pomagases que germinaron en una casa cuya lumbre le estampó a mis días niños una melancolía que aún persiste
Todas las horas son territorios alados para dibujar un dintel En la noche el horizonte se viste de luceros y el universo entero es un corazón habitado por cocuyos En las mañanas el sol descubre que el mundo algún día será una eterna floración de colibríes anidando alegrías sobre la línea de arbolas de los bosques de la tierra
Una lluvia que trae pedacitos de tu risa una cuerda que anida tu canción una gota esperando que le llegue el silencio azul de un gato gris una tarde que nos anda aguardando en la oscuridad dulcemente entristecida y amorosa
Si en vez del festejo nos detuviéramos en el amor si en vez de consagrar el día transitáramos los años en el cuenco de ternura de donde venimos y apacentáramos nuestras vigilias en el territorio de los regazos cuántas lámparas de tierra se encenderían en los portales del viento y cuánta cosecha de besos se columpiarían en los confines eternos del vivir
De tanto desanudar los días vividos en los andenes del nunca hemos acampado frágiles sobre un futuro de huertos florecidos y en ese recorrido inverso a las lluvias hemos visto centellear la risa y respirar las piedras
De tanto deshilar tristezas enardecidas
sobre los rieles desorbitados de la nostalgia
hemos alcanzado el país de los suspiros
donde los niños juegan a masticar
la noche en la instancia de sus abrazos
De tanto hacer zozobrar las horas en los intersticios de las pupilas hemos aprendido a navegar las nubes y a escanciar la sal de los océanos que se arremolina en las atarrayas sin peces ni cordel
De tanto guarecernos en el dintel de los imanes y los precipicios le hemos restituido su fulgor a los espejos quebrados que retornan a su lecho de arena para sembrarle racimos de luceros a los acantilados
De tanto morir en las noches sin tregua en las que se dobló el regazo sobre el campanario silenciado de una melancolía hemos recobrado un sendero de adagios en dirección a un allegro tumultuoso en resurrección de porvenires
Hoy te llevo conmigo al territorio del azul al país del agua al lugar donde nacen los caballitos de mar las estrellas fugaces y las caracolas para regalarte un talismán hecho de lluvia y de sal
Bailemos un merengue que nunca más se acabe, bailemos un merengue hasta la madrugada: que un hondo río de llanto tendrá que correr siempre para que no se extinga la sonrisa del mundo.
FMB
Uno nunca sabe con certeza cuándo un canto se desliza entre los ruidos para aposentarse en los cristales que le tejen cercas a la lluvia. Pero ocurre. Y cuando eso pasa, es como si mil canciones sonaran de una sola vez y el mundo cupiera en el interior de una mandolina.
Encontrarse con una voz que tiene las altas sonoridades de la canción anónima del hombre, siempre es un festejo. Eso quiere decir que la ha escuchado, la ha macerado como si fueran vides, y la ha madurado en recintos de arcilla para que cuando irrumpa otra vez en el aire, la brisa y el viento, sea como una vasija que da de beber.
Así de pronto Franklin Mieses Burgos (1907-1976), poeta dominicano, dejó sobre mi mesa de espigas y hierbas, de flores de yaragua, una canción. Una entre muchas que tejió en su andar entre zarpazos y tristezas, arengando la melodía que nunca cesa de brotar de los adentros de la tierra y el corazón.
Es una embustería más que entregamos al mismo aire de donde vino para que se multiplique su fragancia, se siembren sus coordenadas, como quien ‘va tirando distraído semillas de naranja sobre el agua de un río,’ a sabiendas de que se enhebrarán con otros cantos, otros sueños y otras rendijas, hasta acallar los ruidos de metralla que hoy silencian los acordes del vivir.
CANCIÓN DEL SEMBRADOR DE VOCES
Caminando al azar por los caminos,
por los muchos caminos distintos de la vida,
voy tirando palabras desnudas en el viento,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
Son palabras dispersas, acaso sin sentido,
palabras misteriosas que afluyen a mi boca,
cuyo origen ignoro.
Algunas veces pienso que es otro quien las pone
sobre mis propios labios para que yo las diga.
Y yo las digo; pero, tan displicentemente,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
La multitud que pasa me mira y se sonríe
y yo también sonrío; pero sé lo que piensa.
En cambio ella no sabe que yo estoy construyendo
con esas simples voces salidas de mis labios,
la estatua de mi mismo sobre el tiempo.
CANCIÓN DE LA VOZ FLORECIDA
Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.
Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:
maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.
Lea más poemas
Paisaje con un merengue al fondo
Por dentro de tu noche solitaria de un llanto de cuatrocientos años; por dentro de tu noche caída entre estas islas como un cielo terrible sembrado de huracanes; entre la caña amarga y el negro que no siembra porque no son tan largos los cabellos del agua; inmediato a la sombra caoba de tu carne: tamarindo crecido entre limones agrios; casi junto a tu risa de corazón de coco; frente a la vieja herida violeta de tus labios por donde gota a gota como un oscuro río desangran tus palabras, lo mismo que dos tensos bejucos enroscados bailemos un merengue: un furioso merengue que nunca más se acabe.
–¿Que somos indolentes? ¿Que no apreciamos nada? ¿Que únicamente amamos la botella de ron, la hamaca en que holgazanes quemamos el andullo del ocio en los cachimbos de barro mal cocidos que nos dio la miseria para nuestro solaz?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto, bailemos un merengue hasta la madrugada, entre ajíes caribes de caricias robadas, caben cielos ardidos de fuego de aguardiente, bajo una blanca luna, redonda de cazabe.
Que ya me están urgiendo de caminos reales los nísperos canelas de tus propios racimos, y no sé de qué soles tropicales me vienen todas estas violentas viscerales urgencias de querer cimarronas morbideces de sombras.
–¿Que hay muchos que aseguran que aquí, entre nosotros, la vida tiene el mismo tamaño de un cuchillo? ¿Que nuestra gran tragedia como país empieza desde cuando aprendimos a tocar el bongó? ¿Que el acordeón y el güiro han sido los peores consejeros agrarios de nuestros campesinos?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto, bailemos un merengue que nunca más se acabe, bailemos un merengue hasta la madrugada: que un hondo río de llanto tendrá que correr siempre para que no se extinga la sonrisa del mundo.
ESTA CANCIÓN ESTABA TIRADA POR EL SUELO
Esta canción estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; la hallaron unos hombres que luego me la dieron porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
Yo entonces ignoraba que también las canciones, como las hojas muertas caían de los árboles; no sabia que la luna se enredaba en las ramas náufragas que sueñan bajo el cristal del agua, ni que comían los peces pedacitos de estrellas en el silencio de las noches claras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales que eran todas posibles en la tierra del viento, en donde la leyenda no es una hierba mala crecida en sus riberas, sino un árbol de voces con las cuales dialogan las sombras y las piedras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales cuando aún no era mía esta canción que estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; pero ahora ya sé de las formas distintas que preceden al ojo de la carne que mira, y hasta puedo decir por qué caen de rodillas, en las ojeras largas que circundan la noche, las diluidas sombras de los pájaros.
CANCIÓN DIALOGADA POR VOCES EN EL VIENTO
Quiero el haz de tus gritos apretados y juntos para forjar con ellos un pueblo de palabras, una ciudad de voces con campanas azules.
¿Sin que por ello tengas que dejar los jirones de tus nardos de cielo rendidos de los dedos oscuros de mis sombras?
-Entonces no comprendo por qué has llegado a mí sin una temblorosa canción entre las manos.
¿Es que se han muerto todos los pájaros del mundo, y ni siquiera cantan ahora las estrellas?
-Floreceré jardines de músicas en ellas, para que tú vendimies ternuras de azucenas.
-Ya te he dicho mil veces que no quiero palabras; hay algo más en ellas...
-¿Quieres decir canciones? ¿Voces estremecidas?
-Yo pienso que son tales, aún cuando ellas no tengan ese temblor sublime que es propio de las alas.
-¿Es que ignoras acaso que hace tiempo que el canto no se espiga en los labios angustiados del mundo?
Todos los que cantaban se hundieron en un negro silencio sin estrellas, sin árboles en donde pudieran amarrar las sombras de sus sueños.
-¿Quieres decir que han muerto; que no existe quien pueda humanizar de nuevo los pesares del mundo?
-Es mejor que no digas esas cosas tan alto.
Puede que nos las oigan aquellos que no saben de nuestro mar de llanto derramado por todas las mariposas muertas.
-Hay algo que ignoramos que transmuta la forma sensible de las cosas.
Quizás por ello sea que en mi mente tus manos se estremecen ahora, lo mismo que la sombra pequeña de los lirios hundidos en el agua.
-¿Por qué dices tal cosa? ¿Cuándo no fue de lirios la sombra de mis manos?
Ya no caen lágrimas sobre el teclado en tristeza pero desde esa altura infernal elisa hará sonar este tercer sufrimiento con la más dulce nota de la vida
desguarnecidos de
regazo desvalidos de la
hondura de tus ojos tristes sin
el vuelo mágico de tu pañuelo que
contenía entre sus hilos
el canto de todos los pájaros y el
sabor de todas las hierbas Mira que irte así
cuando te aguardaban en el
solar los camburitos que
habías puesto a secar para
ofrendarlos como dedales de
confitura y amor Mira que irte así
quedándonos desasistidos de
tu melancolía de esa pena con
sabor a quebradura que cargabas como
si fuera un cántaro de
historias que nunca dijiste Mira que irte así
cuando los niños buscaban tus
abrazos para cobijarse de todo mal y los
guayabos dejaban caer sus frutos
en la cesta de tus manos para
perfumar la vida Mira que irte en
este agosto que se nos hizo inmóvil
porque nunca creímos en
despedidas ni en adioses con tu crineja
bordada de azahares y tu risa doblada
en el hemisferio sur del corazón Desde entonces el
tiempo lo hemos contado en el
estallido de flores de baile que en
agosto florecen venidas de la inagotable
vasija de amor que sembraste en
los solares de la vida Y sabemos por eso
que nunca hemos dejado de
entablar ese dialogo en clave de nube que
persiste sobre toda soledad como el
abecedario en un vivir bordado de astromelias Mira que irte en
este día ocho en el que regresa
la lluvia a dejar su sonajero de
lágrimas sobre el dintel
de las ventanas que nunca
cerraste
En los cerrojos de la vida abiertos para el amor se ciernen hermosos caminos rodeados de rosas rojas y claveles azulados que hasta el final se reverencian ante la reina de las flores el hermoso jazmín florecido de la abuela ramonita
En este día sin paisajes ¿qué se hicieron los recados de mar que esparcimos a orillas del valle para que los peces ascendieron a lo alto de las colinas?
¿Dónde fueron a florecer los horizontes que deslumbraron a los jazmines en su trayecto de agua para dibujarle nostalgias de espejos a las enredaderas?
¿Dónde fue a posarse el niño aquel que se asomaba al ventanal de sus párpados para descifrar el paso de las nubes?
¿Qué se hizo el abecedario que escribimos en el dintel de una flor y el verbo conjugado sobre el vuelo irisado de una mariposa camino a la estación de los silencios?
¿Qué se hizo el adagio de melancolía que se desprendió de las cuerdas de un cello hasta alcanzar el vértice de una centella?
Sin paisajes el día se columpia en las estaciones del menguante mientras teje despedidas que no saben de adioses
Hay sueños que despliegan sus naves en la noche de los mediodías y alas que se desbordan en el mar de las pupilas dibujando estelas en los aljibes del alma