Gustav Klimt
Cómo medir los días perdidos
los que alguien compró a buen precio
sobre la maquinaria de la injusticia
el ejercicio de la fuerza y el dominio
del capital vertido como un disparo
sobre el corazón de una madre
Cómo contabilizar las lágrimas de
los niños que fueron despojados del
regazo de donde partieron
Quién sacará la cuenta de las horas
furiosas en las que los hijos fueron
secuestrados por quien se nutrió de
todos los odios para inventar una
paternidad sin forma pero con toda
la burla de los sinfines
Un día como hoy hace un año de
amaneceres oscurecidos por la
desesperanza las tardes resquebrajadas
sin asomarse a la sonrisa de los hijos
tocó a la puerta como siempre
la autoridad del desahucio papel
en mano a ejecutar su medida
por encima de todo destino
Veinte minutos fueron concedidos
para recoger los pedazos rotos de la vida
las memorias inservibles los naufragios
de la mentira y el engaño los enseres del
sufrimiento y el dolor regados como
pólvora sobre los territorios de los hijos
Veinte minutos sin despedida para que
los niños no vislumbraran la dimensión de
la tragedia y no anticiparan el tamaño
de la hendidura que quedaba sembrada
entre sus manos
Veinte minutos que quedaron grabados
sobre la piel como una señal indeleble
del cuadrante de una herida que no tiene cura
en la melancolía de unos ojos a los que
les robaron su alegría
Veinte minutos que aún perduran en el
historial de la desverguenza y la perversión
presenciado por tantos testigos como compra
venta de acciones se hicieron para lograr
sus cometidos
Veinte minutos despiadados que desvestían
el rostro exacto de una mentira de mil voces
coreada por los de su misma estirpe empeñados
en desvalijar creencias ancestrales para justificar
la aparición de sus propios demonios
Veinte minutos para develar en toda su
magnitud la falacia de una oración que jamás
alcanzó el dintel de los cielos ocupada
como estaba en juntar las dádivas recogidas
para la extensión de un apostolado sin
apóstol sin fe y sin misericordia
Veinte minutos de horror plantados en
un rostro satisfecho de sus propias incoherencias
escudadas tras una exacta planificación
del despojo y la agresión
Veinte minutos que escribieron sin pudor
la biografía de un hombre sin más pergaminos
que la ausencia de toda humana condición
investido de un pasaporte divino acreditado
en las escorias del poder y la complicidad
de las almas que requieren adquirir su
ascenso a los paraísos en la valija de las
donaciones y el bullicio de las plegarias
En veinte minutos se descubre el
mundo en su sarcasmo en su alevosía
en su descaro impertinente
y en las pupilas ennochecidas de unos
niños que perdieron el rumbo de sus
respiraciones y abrazo del árbol de la vida
De esos veinte minutos impúdicos
y de los trescientos sesenta y cinco
días que le siguieron en los que se
amontonaron como desechos las alevosías
trampas y manipulaciones mas atroces
nos hemos levantado armados sólo de
un cordón umbilical que ningún atropello
puede vencer ni torcer asistidos como
estamos de la ternura arraigada en los
recintos de los párpados para arropar
con la canción de cuna de siempre la
soledad y el vacío de los días expropiados
al único regazo al que pertenecen
Y que no queden sin nombrar los
cómplices los que asumieron el falso
papel de guardianes a cambio de una
prebenda o una amortización en la
deuda con los tribunales celestes
Los que solícitos con una mansedumbre
que apena corrieron raudos a cumplir
las órdenes del gran farsante para satisfacer
sus orgías de grandeza y su omnipotente
capacidad para trastocarle los cimientos
a la vida de los otros
Esos que desvergonzadamente contaron
los abalorios como si fuesen monedas
para darle cuenta al designado por
los dioses para abatir la alegría
Los que tomaron para sí una paternidad
que no les correspondía como si los hijos
fueran un objeto de mercaderes y bagatelas
los que nunca se han aprendido una
canción de cuna ni saben deletrear las
fiebres ni los insomnios ni los dientes
apretujados sobre una tristeza sin fin
Pero que están allí dispuestos para distraer
engañar alucinar espantar el tiempo mientras
el pastor mayor gasta el suyo vendiendo
espejitos y fanfarrias a los creyentes de toda
ralea a quienes les ofrecen la diestra del señor
siempre y cuando puedan sostener sobre
sus hombres los pilares de un templo inexistente
Veinte minutos son suficientes para despejar
la trama eterna de una religión sin creencias
ni postulados que sólo sirve para catequizar a
quienes aún no saben conjugar el verbo vivir
y que se escudan tras el vasallaje para soportar
su propia incertidumbre y sus maltrechas faenas
de un vivir descalabrado e inútil
Veinte minutos y los trescientos sesenta y cinco
días que siguieron claman la hondura de una huella
que quedó como un registro en los años partidos
de unos niños resplandecientes como lumbres
lanzados a las penumbras del odio
a los torcidos senderos de la omnipotencia
la soberbia y el mal
Y sin embargo la vida se dispuso frente a nosotros
como un río tempestuoso como una arremetida
feroz que nos hizo ascender por vertientes
oscuras hasta alcanzar la definición de
los acantilados y los secretos abismales
de los precipicios y desde ese pozo de
oscuridades esa soledad de bosques talados
hemos reconquistado cada día un decibel de las
alegrías apropiadas hemos persistido en la ofrenda
de caricias en el regocijo de los pájaros en la
ventura de un amor que se despliega como
un velamen sobre tierras baldías
Y veinte minutos y trescientos sesenta y cinco
días después renace en el regazo
un almácigo de florerías olvidadas de cánticos
silenciados de caminos bordados de suspiros
y una esperanza de que en la dura lección de un
vivir atropellado no se haya extraviado el asombro
de las pupilas ni el enamorado tránsito de sus pasos
traviesos horadando sobre las hierbas los acordes
de la risa que la madre les ofrendó desde el primer
día en que hicieron nido en la casa de agua que
cobijó el nacimiento de sus rizos y el milagro de
sus decires de gajitos de mandarina que perdurará
por siempre en la memoria de los tiempos que vendrán
17 de noviembre del 2011