domingo, abril 30, 2006

EL TRABAJO DE LAS EMBUSTERIAS

Primero de Mayo del 2006
Y si algún día el trabajo
dejara de ser una faena forzada
un itinerario de penas un tiempo de los otros
para convertirse en nuestro derecho a construir
un camino de agua un torrente de guijarros
una suma de caracolas donde albergar la risa
si no fuese ese oficio ajeno de contabilizar
salarios y plusvalías sino un almacén
de astromelias para edificar la vida
los días no tendrían esa dimensión
de calendarios
sino que abrirían sus compuertas
solares para la resurrección
de los oboes y la celebración
de las cuerdas
entonces cada hora sería festiva
y de nuestras manos saldría un estruendo
de sístoles buscando la constelación
exacta de su infinito
el ojo se engalanaría con el color
de los cristales
para alcanzar la eternidad
que mana del suspiro de los peces
y la respiración de las hojas
y la única disputa la entablarían
los azules y los verdes
los violetas y los naranjas en su afán
crepuscular de ser albergue
y aposento de la alegría del hombre
¿no bastará acaso con decidirlo
para espantar las tempestades
y hacer la travesía del adagio
al andante y del andante
a la exaltación del allegro
que nos nombra y designa
persistentes transeúntes de un tiempo
en clave de estremecidas mandolinas?


ms / del libro del hombre

1 comentario:

  1. Coloquio bajo la palma



    Lo que hay que ser es mejor
    y no decir que se es bueno
    ni que se es malo,
    lo que hay que hacer es amar
    lo libre en el ser humano,
    lo que hay que hacer es saber,
    alumbrarse ojos y manos
    y corazón y cabeza
    y después, ir alumbrando.


    Lo que hay que hacer es dar más
    sin decir lo que se ha dado,
    lo que hay que dar es un modo
    de no tener demasiado
    y un modo de que otros tengan
    su modo de tener algo,
    trabajo es lo que hay que dar
    y su valor al trabajo
    y al que trabaja en la fábrica
    y al que trabaja en el campo,
    y al que trabaja en la mina
    y al que trabaja en el barco,
    lo que hay que darles es todo,
    luz y sangre, voz y manos,
    y la paz y la alegría
    que han de tener aquí abajo,
    que para las de allá arriba,
    no hay que apurarse tanto,
    si ha de ser disposición
    de Dios para el hombre honrado
    darle tierra al darlo a luz,
    darle luz al enterrarlo.


    Por eso quiero, hijo mío,
    que te des a tus hermanos,
    que para su bien pelees
    y nunca te estés aislado;
    bruto y amado del mundo
    te prefiero a solo y sabio.


    A Dios, que me dé tormentos,
    a Dios que me dé quebrantos,
    pero que no me dé un hijo
    de corazón solitario.




    Andrés Eloy Blanco

    http://www.poesia.org.ve/minuto.php?codigo=1048

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