para tu mami
la primera flor de este abril
Alexis
Nuestra historia vital, la que trasciende todo itinerario temporal, ha
sido signada por circunstancias imprevistas que en su largo y estruendoso
estallido nos dejaron huellas profundas. Pero más que eso, trazaron una
geografía del querer, la geometría del abrazo y esa conjunción que nos hermana
para siempre.
Como entonces hoy no volar hacia tu costado más vulnerable en estos días
en que te toca desprenderte físicamente de tu madre. Yo te conozco, Alexis, en
el crujir de tus sístoles cuando te tocó acunar sin despedida a nuestra Chili.
Cuando te crecieron los brazos para hacer con ellos un andén de florerías para
aquel niño diminuto habitado del amor de Aleska, que de pronto se nos fue hacia
el cosmos.
Te supe cuando el hermano se hizo voluta imperceptible en la travesía
del aire, escindiendo formalmente una conjunción que no se acaba jamás. Y hoy puedo
imaginar la ruptura de todos tus equilibrios con el vuelo de tu madre.
Y no vengo a restablecerlos sino a acompañarlos. A trajinar contigo el
recorrido de las lágrimas, siempre retenidas en tus párpados, a desenvolver
junto a tu tristeza los días que tu madre bordó sobre cada una de tus horas,
para que supieras que en el vocabulario de quienes parimos, no existen adioses,
ni separaciones.
Vengo a sentarme junto a ti, como tantas veces lo hicimos, para echar a
correr la palabra detenida, y dejar que haga cauce por las altas colinas, en el
interior de las hojas de hierba o en la cuerda tensada de un violín.
Vengo con un abrazo a cuestas para dejártelo adherido a los atardeceres
de tu ciudad. Y una invocación a reinventar lo que se nos va, en el dedal de
todo lo que ha sido y seguirá siendo, mientras en vez de adioses bordemos en
las horas el estremecimiento de los reencuentros.
No sé cuánto tiempo hemos pasado sin aquellas llamadas que se hacían
casi rituales, en las que nos comunicábamos los reveses de los sueños y la
estructura de las nuevas esperanzas. Pero a pesar de ese silencio prolongado,
jamás ha existido la lejanía.
Y hoy cuando, desde aquí, a una distancia tan grande de tus predios, me
comunicaron la noticia, he tomado el cauce del mar gigante, de los vientos
altos, para alcanzar tu silencio y atemperarlo con el aroma de los frutos que
las madres van dejando en cada uno de sus solares.
Y para decirte, desde mis propios sembradíos, que cuando nos toque a
nosotros partir a transformarnos en canto o nido, los hijos y los nietos y los
nuestros tendrán que haber aprendido que no existen despedidas ni adioses ni
ausencias ni olvidos.
Que, como tu madre, seremos hoja o escarcha, chicharra o grillo, nube
que pasa o agua que fluye. Suspiro nocturno o beso de mariposa sobre los
pétalos de una flor. Y que para que eso ocurra, nosotros los padres y madres
que aún estamos cosidos al alma de los hijos y los nietos, tenemos que
demostrarle la magia infinita de los rituales del amor.
Sólo entonces ellos podrán cumplirlo y ejercerlo, como nos toca hoy
dejar que otros hagan la despedida, mientras nosotros, nos fugamos por un alero
con los nuestros a cuestas hacia el infinito abierto de la vida que no se acaba
y el amor que apenas se trastoca en otro efímero recorrido por los linderos del
cosmos.
Sabes que te quiero para siempre, Alexis.
foto y texto / mery sananes
23 de abril del 2015
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