Vuelve Ramón a traernos uno de
esos documentos que lo retratan con inmensa fidelidad. Por alguna razón, y a
sabiendas de que cada año le escribe a la madre desde su partida hacia el
tiempo-espacio-infinito, sintió que le debía una carta al padre, ausente en
este espacio terrenal desde hace 33 años.
Y la carta en sí es en verdad
un tesoro. Quien así lo desee puede extraer de la misma un código de deberes,
un libro de vida, una lección a aplicar en el caso de cada uno.
Es la síntesis de esa
educación antigua que los padres nos entregaron, en la cual el refutar o
contradecir, mucho menos irrespetar, era inconcebible. Con ese equipaje criamos
a nuestros hijos y le enseñamos a los nietos.
Porque de lo que se trata es
de fundar una sociedad de hermanos, una integración del hombre a su hacer, pero
en particular al hacer del otro. Una educación a punta de ejemplo, nunca de
represión.
Ojalá los padres de hoy
pudiesen dictar esa cátedra a sus hijos. Y ojalá esos hijos honraran la memoria
de sus padres en la forma en que lo hace Ramón. La vida sin duda sería distinta.
Y estaríamos más cerca de un mundo sin las miserias que impone el poder. Y más
cerca de un vivir común y armonioso.
Le damos las gracias a Ramón
por estos papeles que nos envía, tan esenciales y necesarios en estos tiempos
ayunos de valores y vacío de afectos. MS
Maracay, 5 de Mayo de 2015
Señor
Martín Salvador Santaella Villalobos
Rincón de la familia en el tiempo-espacio infinito
Presente:
Saludos,
“viejo”, espero la estés pasando de maravilla al lado de los nuestros y disfrutando
la presencia de Omar quien celebrara su primer cumpleaños en aquel paraíso
celestial, el mes próximo pasado.
¡Viejo!, han transcurrido 33
años, desde el momento de tu despedida hacia el tiempo-espacio indeterminado de
la inmortalidad y por primera vez, tenemos la ocurrencia de escribirte.
Como buen padre sabrás
disculparnos por este impensable extravío; no creas que la distancia hubo sido motivo
de olvido porque padres como tú y madres como la nuestra son imposibles de
olvidar.
Lo
cierto es que no tenemos argumento concreto para la excusa pero, estamos
seguros aceptarías cualquiera porque conocemos
la amplitud de tu corazón y esta correspondencia te causará ¡tanta alegría!
como si hubiésemos hecho costumbre escribirte todos los años como lo hemos
hecho con mamá.
Hoy
hemos tomado la decisión de hacerlo para decirte cosas que hubiésemos querido expresarte
cuando niños; luego, la misma intención de realizarlo flotaría en el
pensamiento, durante la adolescencia y, cuando arribamos a la adultez pudieron
sobrar deseos y circunstancias de hacerlo pero, nunca nos atrevimos, sin saber
por qué.
Como verás, han pasado más de
tres décadas de ausencia y ahora pareciera haber razón para intentar
comunicarnos contigo.
Cuando leas las cosas
referidas, sabemos que exclamarás: “nunca es tarde para reconocer nuestras fallas
y debilidades”. Por ello, quisiéramos compartir contigo nuestra existencia como
motivo de agradecimiento a la vida, por habernos brindado la oportunidad de poseer
un gran padre y mejor maestro.
Basta recordar lo que Omar mandó
a imprimir en la lápida que cubre la tumba donde depositaron tu maltrecho cuerpo: “A nuestro padre MSSV,
forjador de una gran familia”, para que tengas idea de lo que significaste para
nosotros.
No vayas a considerar que tal
epitafio hubo sido producto de la pena colectiva que impuso tu partida, fue
algo que Omar consultara al consenso familiar, momento en el cual, más allá de
saber que ibas hacia el descanso eterno, hubo asombro por tu partida, porque queramos
o no, la “muerte” siempre juega a ello como si dependiéramos de un número en
una inmensa ruleta.
Increíble pero, la huella que
dejaron tanto Tú como mamá en nosotros, son imborrables; ¡Mira!, cuanto tiempo
ha pasado, hemos envejecido, somos abuelos, bisabuelos y seguimos evocando sus
presencias.
Si te asomas un poco, desde tu
espacio-tiempo indeterminado, percibirás que pensamientos y recuerdos hacia
Ustedes son cotidianos y cuando hay ocasión de encuentro familiar son parte de
nuestras conversaciones. Cómo no recordarlos, si continuamos practicando sus
enseñanzas a partir de tantos valores sembrados como: trabajo, responsabilidad,
honestidad, reconocimiento de la acción y valores en los demás, y en el caso
particular de mamá, la solidaridad con el enfermo y el menesteroso.
¡Fíjate si recordamos aquellas
enseñanzas! que más allá de cualquier oratoria
en el tratamiento de los valores, estos los aprendimos directamente de sus
prácticas cotidianas.
¡Para comenzar!, siempre
estuviste ocupado en la realización de una determinada actividad constructora. No recordamos, por más que intentamos hacer memoria, haberte visto sin
trabajar porque lo hacías en la
construcción privada, de lunes hasta medio día del sábado, donde cobrabas salario y en la de
nuestra vivienda, consumías las horas del sábado por la tarde y buena parte del
domingo, después de hacer el mercado correspondiente. Siempre había que hacer
algo por la casa -decías- y el más afectado, el mayor de los varones porque
estábamos obligados a ser peón o ayudante del incansable padre.
Si hablamos de
responsabilidad, esencia de la moral, basta recordar que te acostabas antes de
las 8pm, para levantarte temprano porque, según tú, el empleado debe estar no
solo primero que el patrón, sino también, antes de la hora de entrada, para
iniciar las actividades a la hora indicada. Tu enseñanza no tenía límites:
cuando las doce meridiano indicaban la hora de almuerzo y había mezcla preparada,
era necesario emplearla en la continuidad de la obra para evitar perderla; lo
sabemos nosotros que llegado el momento, debimos incursionar como tu ayudante
en obras privadas, a cambio de un salario.
Siempre había un complemento
de prudencia con cada lección brindada: “tenemos que ser responsables en la
vida para que todo funcione bien”; “no es bueno adularle al patrón, él en lo
suyo, nosotros en lo nuestro”; “seamos nosotros mismos y nos sentiremos bien
siempre”. Y por encima de todo, siempre repetías: “la palabra del hombre es
verdad empeñada”.
Si mencionáramos la
honestidad, ¿qué pudiéramos decir para ejemplarizarla?: Cuando practicabas el
principio-valor responsabilidad, estabas haciendo lo mismo con honestidad;
aunque para ser sinceros, aquel discurso donde creemos favorecías al patrón no
nos gustaba mucho pero, entendíamos que era tu manera de pensar y por costumbre,
a los padres no se les podía discutir pensamiento y acción, porque así eran los
padres de entonces.
Pero, sí hubo pasajes
existenciales que nos gustaron de ti; recordamos tu prédica relacionada con la
mentira; sabías que en algún momento habíamos acudido a ella, pretendiendo
evitar el castigo de parte de mamá y tú nos llamabas luego y nos convencías de haber
mentido, explicabas donde estaba la esencia de la mentira y nos desarmabas,
diciendo: “los hombres no mienten, su palabra es un documento registrado”.
Si hay algo que recordamos con
frecuencia es la vez que invitaste a tres de tus hijas mayores al parque de
atracciones ubicado en San Martín y nos descubriste pidiendo medio (Bs.0, 25)
para completar la entrada (Bs.0, 50). Nos tomaste del brazo, recordaste que mamá
nos había castigado por lo mismo y expresaste: “Diste tu palabra de no pedir
más dinero. ¿Qué te he dicho de la
palabra empeñada?” y nosotros mirando hacia el piso te respondimos: “cuando el
hombre empeña su palabra, esta es un documento registrado” y dijiste: “¿Quiere
decir que estás siendo deshonesto con cada persona a la que pides medio (Bs.0,
25), para ingresar al parque, cuando tienes el bolsillo lleno de ellos?” No quedó más salida que darte la razón y prometerte
que cumpliríamos con lo dicho.
Luego dijiste: “bien, hagamos
lo siguiente: no diré nada a tu madre de lo que he visto esta tarde, gastarás
todo el dinero recogido en el parque y me darás tu palabra de hombre que no lo harás
de nuevo”. Eso me gustó porque no me castigaste y pude cumplir con la palabra
empeñada; un poco tarde para decirlo pero, te lo agradezco, eras único.
¿Y qué decir en relación al
reconocimiento de la acción y valores de los demás? Por ahora, sería suficiente
recordar cierto momento, cuando nos llevabas los sábados al lugar donde
fabricabas y te preguntamos si habías realizado determinado detalle bonito de
la obra en cuestión; allí pusiste de manifiesto la honestidad, no solo negaste
haberlo realizado, sino reconociste la persona que lo había llevado a cabo e
incluso, llamaste al oficial a cuyo cargo estuvo la realización de aquel
detalle y nos lo presentaste, haciendo el comentario respectivo a su favor.
Cuando el personaje se marchara,
nos señalaste: “¡Hijo!, en la construcción todos formamos parte de un gremio,
somos uno solo, criticamos lo malo y festejamos la buena labor, somos un
equipo”. Entonces, no entendíamos todo el contenido de aquel discurso pero, estaba
bien, ¡si tú lo decías!, así debía ser.
No obstante, donde pudiéramos señalarte
que no eras tan bueno como mamá es en la solidaridad con los enfermos y los
menesterosos. Mamá se tomaba los enfermos conocidos del barrio, para sí; varias
veces la vimos casi mudarse para cuidar a un enfermo, incluido, personas con
demencia a quien, valiéndose de la fortaleza física, atendía sin problemas pero,
tú, más allá del enfado que te causaba aquellas decisiones de nuestra madre,
argumentabas que a la gente no se le podía hacer favores porque siempre pagan
mal, incluyendo la traición. Y en relación a los menesterosos, considerabas que
estaban en esa situación porque no habían labrado futuro; en consecuencia,
pagaban errores de vida.
Como ves, son muchas las cosas
que pudiéramos recordar pero, no queremos hacer esto muy largo, ya habrá tiempo
de decirte otras cosas. Por ahora, celebra tus 33 años en aquel espacio-tiempo
indeterminado, saluda a los nuestros y disfruta la presencia de Omar para quien
fuiste un héroe familiar.
Disculpa nuestra tardanza en
escribir para comunicarnos contigo, aunque siempre te recordamos y enviamos
saludos, al escribirle a mamá y a Dady.
¡Chaooooooooooooooooooo!
Uno de tus hijos.
RSY
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