miércoles, octubre 28, 2015

NADA MÁS PRÓXIMO A LA ARCILLA QUE LA TRISTEZA





Enrique

Quiénes, si no nosotros, tus compañeros de viaje, podríamos dar cuenta de una vida vivida inmersa en las aromerías del amor. Cómo olvidar ese papi y mami que se nos hizo tan familiar, tan nuestro como vuestro, y con el cual expresaban mucho más de lo que aquellas dos sílabas fraguaban en el aire al pronunciarlas.

Era un amuleto, un talismán, una clave y un incendio. Aguarda, Enrique, no rompas a llorar. Hablo de las cosas más hermosas de tus días. Y una vez enjugadas las lágrimas debes volver a mirar lo que fue, lo que es y lo que siempre será, cuando tus pupilas reconstruyan el tiempo y adviertas que la puedes volver a mirar en el espejo de tus ojos, sitial que no admite ausencias ni despedidas.

Uno jamás se despide de aquello que ama, Enrique. Queda con nosotros con más hondura que nunca. Nada se disipa. Todo se reorganiza. Y entonces estableces una conexión armoniosa con lo que fue, es y sigue siendo, ahora en tus manos y en tus pasos, que se convierten en diarias resurrecciones.

De esas penas que rasgan hasta el adentro de las vértebras uno nunca se consuela. Y ni siquiera hay que intentarlo. Pero no hay material más dócil ni más próximo a la arcilla que la tristeza. Uno la toma entre los dedos y comienza a moldearla como uno quiera. A veces estalla en la risa atrapada que guardábamos como un tesoro.

Otras en ese roce del aire con el beso que quedó estampado para siempre en los vuelos de la luna. Muchas veces en la reconstrucción inédita de los lugares, los gestos, las palabras y los silencios. Esos intervalos en los que todo tiene cabida y en los cuales el amor anda sin fronteras inundándolo todo.

A ti te toca, Enrique, por compromiso y obligación, por deber y derecho, reencontrarte con la belleza, con los suspiros, con el sabor de los frutos, con el encanto salobre del mar, con esa montaña de flautas por la que se asciende hasta los cielos.

Te toca dejarla ir a esos recintos mágicos donde ella hoy es purita energía navegando sueños y desandando precipicios. Sólo desde allí podrá comenzar a dibujarte azules en las noches más oscuras. Rayos solares en medio de la más profunda de las tempestades. Cantos de estrellas en el altavoz de tu mudez.

Ella sólo estará tranquila, donde quiera que esté, si sabe que aquello que sembró tiene un regador que nutra sus retoños, un amoroso jardinero que dé cuenta de los frutos, un hacendoso constructor de días sin llanto.

Y nosotros, Enrique, quienes los queremos, necesitamos que recobres tu paso sobre los caminos, tus ascensos por las escalinatas, tus juegos con las horas, y esa alegría que ella amo y que tenía su nombre.

No fue ella hecha para tu tristeza. No lo olvides. Como tú no lo fuiste para la suya. Decidieron un día andar juntos y esparcieron décadas de mieles, que quedan endulzando la vida. Ahora te toca trabajar los panales por ella y por ti para asegurar la continuidad de lo vivido.

Y tenemos la certeza de que podrás hacerlo. Porque si no le fallaste en los calendarios subterráneos que a todos nos tocan, menos podrás fallarle ahora.

Y eso lo lograrás en el instante en que decidas sonreír, al ver su retrato plasmado en todo lo que tocas. Lo alcanzarás al rememorar, reconstruir y salir al aire libre al encuentro con las cosas esenciales que tan a menudo dejamos ir, sin retenerlas. Porque sólo en ellas estará Miriam, aguardándote.

Y es hora de que vayas a su encuentro sin lágrimas.

Muuuuucho
Mery
28 de octubre del 2015

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