Enrique
Quiénes, si no nosotros, tus compañeros de viaje, podríamos dar cuenta
de una vida vivida inmersa en las aromerías del amor. Cómo olvidar ese papi y
mami que se nos hizo tan familiar, tan nuestro como vuestro, y con el cual
expresaban mucho más de lo que aquellas dos sílabas fraguaban en el aire al
pronunciarlas.
Era un amuleto, un talismán, una clave y un incendio. Aguarda, Enrique,
no rompas a llorar. Hablo de las cosas más hermosas de tus días. Y una vez
enjugadas las lágrimas debes volver a mirar lo que fue, lo que es y lo que
siempre será, cuando tus pupilas reconstruyan el tiempo y adviertas que la
puedes volver a mirar en el espejo de tus ojos, sitial que no admite ausencias
ni despedidas.
Uno jamás se despide de aquello que ama, Enrique. Queda con nosotros con
más hondura que nunca. Nada se disipa. Todo se reorganiza. Y entonces
estableces una conexión armoniosa con lo que fue, es y sigue siendo, ahora en
tus manos y en tus pasos, que se convierten en diarias resurrecciones.
De esas penas que rasgan hasta el adentro de las vértebras uno nunca se
consuela. Y ni siquiera hay que intentarlo. Pero no hay material más dócil ni
más próximo a la arcilla que la tristeza. Uno la toma entre los dedos y
comienza a moldearla como uno quiera. A veces estalla en la risa atrapada que
guardábamos como un tesoro.
Otras en ese roce del aire con el beso que quedó estampado para siempre
en los vuelos de la luna. Muchas veces en la reconstrucción inédita de los
lugares, los gestos, las palabras y los silencios. Esos intervalos en los que
todo tiene cabida y en los cuales el amor anda sin fronteras inundándolo todo.
A ti te toca, Enrique, por compromiso y obligación, por deber y derecho,
reencontrarte con la belleza, con los suspiros, con el sabor de los frutos, con
el encanto salobre del mar, con esa montaña de flautas por la que se asciende
hasta los cielos.
Te toca dejarla ir a esos recintos mágicos donde ella hoy es purita
energía navegando sueños y desandando precipicios. Sólo desde allí podrá
comenzar a dibujarte azules en las noches más oscuras. Rayos solares en medio
de la más profunda de las tempestades. Cantos de estrellas en el altavoz de tu
mudez.
Ella sólo estará tranquila, donde quiera que esté, si sabe que aquello
que sembró tiene un regador que nutra sus retoños, un amoroso jardinero que dé
cuenta de los frutos, un hacendoso constructor de días sin llanto.
Y nosotros, Enrique, quienes los queremos, necesitamos que recobres tu
paso sobre los caminos, tus ascensos por las escalinatas, tus juegos con las
horas, y esa alegría que ella amo y que tenía su nombre.
No fue ella hecha para tu tristeza. No lo olvides. Como tú no lo fuiste
para la suya. Decidieron un día andar juntos y esparcieron décadas de mieles,
que quedan endulzando la vida. Ahora te toca trabajar los panales por ella y
por ti para asegurar la continuidad de lo vivido.
Y tenemos la certeza de que podrás hacerlo. Porque si no le fallaste en
los calendarios subterráneos que a todos nos tocan, menos podrás fallarle
ahora.
Y eso lo lograrás en el instante en que decidas sonreír, al ver su
retrato plasmado en todo lo que tocas. Lo alcanzarás al rememorar, reconstruir
y salir al aire libre al encuentro con las cosas esenciales que tan a menudo
dejamos ir, sin retenerlas. Porque sólo en ellas estará Miriam, aguardándote.
Y es hora de que vayas a su encuentro sin lágrimas.
Muuuuucho
Mery
28 de octubre del 2015
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