Ayer se nos fue, habitada de silencios, Amaya
Llebot. Con ella anduvimos mucho tiempo reinventando
territorios de sueños y trinitarias. En la Escuela de Letras de la FHE de la UCV compartimos inquietudes,
alegrías y pesares.
Fuimos testigos de un empeño de trabajo y creación que
tropezó con uno y otro obstáculo. Sin embargo, su huella quedó inscrita en
muchos. Y ayer y hoy la vemos levantarse desde su silencio para establecer las sonoras espigas que habrán de
servir al alumbre mayor de los destinos anclados en los recintos de la
esperanza y el porvenir.
Hace poco más de un año le escribí una carta que nunca
imaginé sería una de las últimas. Le reiteraba lo que siempre supo: que la
quise y la quiero. Y que seguiremos en el empeño de asumir las siembras que
ayuden el despertar que mira hacia la vida y ahuyenta los espacios tomados por
el vacío.
Y por ello, Amaya, no te despido. Despliego tu vida,
tu quehacer, tu sufrimiento. Quiebro los muros de tu encierro y te saco al aire
libre a que respires de nuevo en los solares del vivir que te fueron negados.
Trazo tu memoria sobre el ruido de los otros. Te
rescato.
Quede esta carta entonces, escrita en diciembre del 2014, en el día de su travesía a otras dimensiones, como el testimonio y la
expresión de mi afecto.
23 de febrero del 2016
Amaya
Cómo comenzar esta carta, si en verdad, es
continuación de las muchas que te he escrito y que sin embargo no han llegado
al buzón de tus angustias.
Son tantas las batallas que te ha tocado enfrentar,
tantas las congojas que acallaron aquel andar apresurado, y apasionado a la
vez, con el cual emprendías todas tus labores, que es como si de pronto tu
coraza hecha de puro coraje y aromas, compromiso y entrega, se hubiese ido a
sembrar en el huerto de tus sueños.
Y hoy, me acerco a tus andenes, como si pudiera
desgajar los catéteres, las vías, los tubos por donde circula un oxígeno, que
poco o nada sabe de tus cantares, y derramar sobre tus horas una estación de
primavera.
Quisiera acercarme a tus parajes y llenarlos de aquel
encantamiento que cubría tus sonrisas, de aquella audacia con la que arropabas
las vicisitudes, y con ese don de ternura que siempre le obsequiaste a tus
quereres.
Y hoy, cuando tienen atadas tus alas al borde de unas
sábanas que no están bordadas con las señales de tu vivir, quisiera
reconstruirte un tiempo de alegrías, una melodía de pájaros cantarinos, un
abecedario de peces. Y entrar por los oscuros pasillos con fogatas de luz y una
melodía en los pliegues de la blusa que fuese esparciendo sus notas como un
árbol que le regala al viento sus hojas de otoño, tan sólo para verte sonreír
de nuevo.
Guardo de ti, Amaya, las mejores memorias. Y de tus
combates, la entereza de quien se yergue ante quien te avasalla, con un manojo
de rayos de sol entre sus dedos. Hoy sólo he venido a dibujarte el mapa de tus
embelesos, a recoger todo el afecto disperso, en tantos lugares cercanos y
distantes, de quienes estuvieron cerca de ti y pudieron abrevar de tus saberes
pero por sobre todo de tu espíritu amoroso, fraternal y solidario.
Recuerdo a tus padres,
y sé de la estirpe de dónde provienes. Sé de sus huellas y de las tuyas.
Y hoy sé que vencerás de nuevo los obstáculos, las desarmonías y harás tuya,
como siempre, esa decisión de hacer de los silencios y las ausencias un aula de
desde la cual dirimir los horizontes, contabilizar las nubes, definir las
tonalidades violetas de una flor que aún no ha nacido.
Quiero dejarte un remanso de azahares, un atardecer
pintado de bromelias, una noche en la cual puedas alcanzar a escuchar la risa
de El Principito desde su planeta lejano, un nido donde recostar tus días.
En fin, Amaya querida, todo el instrumental de que se
arma el corazón en los días de desasosiego, para reinventar un sonido de dulces
campanarios a la vida.
Te pienso y te acompaño en esta travesía, te dejo mis
manos para que te apoyes en ellas, mis sueños niños, la ilusión de ir a verte
en tu solar de hierbas. Todos mis deseos de que podamos vencer una vez más los
obstáculos.
Te dejo mi creencia en tus poderes, para que con ellos
puedas salir ilesa de estos obstáculos.
Y decirte que te quiero, con un afecto que atraviesa
los años, sin que haya aminorado la verticalidad de su tejido. Te abrazo, mery
02 de diciembre del 2014
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