Qué decirte que no te haya dicho en esta historia sideral que
compartimos, en este ritual de amor que se instala en los días, como un modo
inequívoco de ejercer el oficio de vivir.
Tú eres el huerto y yo la jardinera. Tú eres la tierra de donde brotan
las cosechas. Yo soy quien las recoge extasiada para devolvértelas en una
imagen, un verso o un poema.
Tú eres la arcilla y yo el cántaro que vas moldeando con tus dedos, para
que en él quepa el agua que corre río arriba y en los estanques que le ofrecen
sus orillas a los barquitos de papel.
Tú eres el cauce por donde fluye la energía que luego esparces como una
rosa aromada a los cuatro costados de toda resurrección. Uno es tu discípulo,
aprendiendo cada día a descifrar el lenguaje de las ventiscas, el abecedario de
los luceros, el cántico del avestruz y el murmullo vital que los
niños guardan en sus párpados para poder mirar.
Soy como unos de los miles de niños que te tocó atender en el Hospital
J.M. de los Ríos, que llegaban a tu regazo desvalidos y vulnerados y tú los
devolvías con una coraza de sonrisas, un esperanza en el umbral de sus
penurias, un manjar de porvenir en sus pupilas.
Nada distinta soy a quienes han tenido el privilegio de conocerte, de
recibir tus dones, de ser recolectora de tus palabras, tus sueños, tus
conflagraciones cósmicas, capaces de crear, de un continente a otro, un espacio
irisado de vientos protectores y de lluvias aromadas de abrilerías.
En verdad quien eres y lo que haces es escribir una diáfana lección de
vida que es un credo, un código de amores sin escritura, pero con señales
luminosas que indican de qué barro de sensibilidad estamos hechos los humanos.
No has plantado cercas ni fronteras. Te das a quien se te acerca para
enseñarle a recibir y a su vez a convertirse en repartidor de los dones que el
corazón trae desde su génesis.
Eres abrazo extendido, regazo sin límites, para que quien se acune entre
tus gestos amorosos, se haga amoroso a su vez. Alcance a ese otro que somos
para formar esa comunidad humana que requerimos y que aún no hemos logrado
alcanzar.
Y con ese equipaje frugal, esencial e invisible nos hacemos aptos para
edificar la vida, erradicar lo accesorio e ir al encuentro de los signos
vitales del universo, para con ellos irradiarlos sobre esta pobre y triste
tierra, hasta que se instale colectivamente un tiempo de y para una verdadera
humanidad.
Así te veo, mi Zaira Maga, haciendo del vivir un permanente ritual de amor. Y así te requerimos.
Así te veo, mi Zaira Maga, haciendo del vivir un permanente ritual de amor. Y así te requerimos.
Hoy 01 de abril cumples 96 y al mismo tiempo se da inicio al nuevo ciclo
hasta el 2017, cuando cumplirás los 97. La tarea está servida. Aún te falta
mucho por hacer, por enseñar, por entregar.
Y a nosotros nos corresponde refundar esa escuela en el interior de
nosotros mismos y en cada espacio posible. Tal vez hablamos de esa idealidad
avanzada que delineó Pío Tamayo en su código de deberes.
Quizás reinterpretamos a Antonio Machado y su escuela de sabiduría
popular. O a ese poeta gigante Juan Ramón Jiménez quien nos dice: no creo en
una humanidad conjunta más o menos igualada con estas o las otras facilidades,
sino en una difícil comunidad de hombres completos individuales.
Tal vez recogemos a Aquiles Nazoa quien hablaba de los poderes creadores
del pueblo. O de la luz con la que pincela Reverón los atardeceres de mar.
Nos toca con Van Gogh moldear desde el vacío huertos de girasoles y
sembradíos de lirios. Con Beethoven trasmutar la tristeza en alegría. Y con
Bach sacar música desde el país del alma.
Imaginar con John Lennon un mundo distinto. Y con Leonard Cohen
encontrar la exacta grieta que dejará entrar la luz que convierta las lágrimas
en arcoíris.
Sé que hay una escuela espontánea, sencilla, que anida en los hombres
sencillos y puros de corazón. Y que sólo falta que algún día brote
colectivamente, en ese Movimiento de Movimientos que le entregue al hombre y a
la sociedad, su condición humana.
Y tú perteneces a esa estirpe, capaz de desarrollar la esencia de lo que
vinimos a hacer en este punto infinitivamente diminuto del universo. Pero con
una energía sin la cual el propio cosmos no podría mantener su armonía.
¿Qué tarea más hermosa podríamos cumplir? Que ese sea el festejo, la
celebración, la algarabía, este presente y el porvenir por construir.
mery
01 de abril del 2016
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