Hace cinco años, en el 2011 me encontré con Contrapalabra, ese libro de Lidia Barugel, que me reveló,
en su brevedad, la hondura estremecida de su escritura. Una bala convertida en
un estilete hundido en el corazón de un pájaro. Una palabra que rompió en
pedazos el aire de la tarde. Hoy El sótano de Neske de nuevo es un asombro y
una conmoción.
¿Cómo logra
Lidia contener la pena y la herida de aquellos seres reducidos al milimitraje
de un encierro y a una muerte prevista? Trasmutando la oscuridad en vuelo, el
agobio en un cincel que horada la piedra, el silencio en el soliloquio de un
piano que jamás dejó de hacer vibrar sus cuerdas destrozadas. Por la vastedad
de la imaginación, el poder de los lazos afectivos, la trascendencia de la
música, la incandescencia del alma.
Porque tanto como conoce la intensidad del dolor, sabe hacer travesía en el interior del
corazón de un niño de diez años, hasta lograr vencer los disparos que
irrumpieron para dejar inerte los sueños.
Y crea un
tesoro que va abriendo sus compuertas como un acto de magia. Lidia traza la
geografía del alma de un niño que se escapa de su encierro en un corcel de
viento, que dibuja en el aire todas las memorias de una vida signada por una
mirada que mira y un corazón que se mueve a ritmo de campanario, que hace
tañer, aún cubiertos de felpa, las notas de una Flauta Mágica.
Una obra que
le otorga a la muerte, como una ofrenda, el aroma de una hoja de laurel, como
la que Neske colocaba en el agua para refrescar a Dromer y a su hermana melliza
Anki. Una novela que se mueve al compás del aquel trocito de marfil
astillado, en el cual el niño depositaba
todos los cantos que los sepultureros creyeron dejar atrapados en aquella
bóveda mortuoria.
Lidia hace el
milagro de la resurrección. Convirtió el sótano en un espacio para que Dromer
pudiera vencer a la muerte con su caballo con alas, mientras una cisterna de
lágrimas se derramaba desde sus confines. Y dibujó con la acuarela de sus manos a una Neske y a
un tío Joos, cuyo temblor dinamitó los muros y reconstruyó el espacio y el
tiempo, hasta hacerlos porvenir.
Esta novela
tiene honduras imprevisibles, bellezas incontestables, aproximaciones inéditas.
Es un espejo para que cada quien encuentre en sí mismo el poder irreversible de
la vida, cuando logra trascender los muros de los carceleros y a la propia
muerte.
mery sananes
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