ALGUNOS DE LOS
MURALES DE MATEO MANAURE
EN LA
UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
Personajes
como Mateo Manaure no cumplen años. El tiempo es un dispositivo móvil incapaz
de determinar lo que ocurre en sus intervalos. Cuando en su interior recorre
una fuerza creadora de dimensiones como las de Mateo, su creciente traspasa los
calendarios. Y se extiende hacia un vivir sin anales.
Tal vez le
venga de sus orígenes en Uracoa. De la reciedumbre de su madre. De su empeño en
absorber todos los colores de la naturaleza. De sus ansias de viajar y
constatar. De su regreso a las aguas y a las luciérnagas. A su compromiso con
el hombre y su historia, sus suelos y su gente.
El resultado
fue un aluvión de creación, que recorrió muchos cauces y senderos con un pincel
fulgurante de colores y de estremecimientos. Y dentro de su vasta obra hay que
mencionar de manera muy especial las que dejó sembradas en la Universidad
Central de Venezuela.
A Mateo
Manaure le correspondió diseñar el mayor número de las obras que hacen de la
UCV un espacio para el porvenir de un hombre comprometido con la luz y la
creación. Hoy lamentablemente, no se puede decir que sea así. Esas nuevas formas creativas que llenaron el
recinto universitario, eran y siguen siendo una invitación a conformar un
pensamiento, una ciencia y un arte nuevos. Por donde pasara el visitante o
residente de esos mágicos espacios podía detenerse a ver propuestas que no eran
ajenas en absoluto a su hacer y pensar.
Se levantan
como una invitación abierta a la creación en todas sus posibilidades. Nunca
fueron concebidas como un adorno, sino como una provocación, un llamado a hacer
lo mismo a partir del instrumental del que se dispusiera. Y a Mateo Manaure le
tocó hacer en gran medida ese aporte, acompañado de creadores extraordinarios
que dejan un legado que ni la violencia, ni la apatía, ni el silencio, ni la
condescendencia, ni la negación, podrán reemplazar. Junto a él estuvieron entre
otros Armando Barrios, Alirio Oramas,
Fernando Leger, Victor Vasarely, Oswaldo Vigas, Carlos González Bogen, Pascual
Navarro, Francisco Narvaez.
Todas esas
obras conforman una escritura porvenirista, tallada en mosaicos, colores,
simetrías y asimetrías, elipsis, círculos, módulos que se mueven con el solo
mirarlos. Líneas rectas como árboles tallados en la memoria. Curvaturas que dan la dimensión del universo.
Espejos de un país sin mordeduras.
Pero, como
tantos otros, en tiempos en los cuales estos valores pasan a ser desplazados
por los horrores de la sobrevivencia, y la más absoluta minimización de la vida
como el arte mayor por excelencia, Mateo Manaure es un olvidado más.
Como si se
pudiera dejar de advertir que lo que destila en todas sus expresiones es su
amor a la tierra, al hombre, al porvenir. Debería bastar su luz para iluminar
las dimensiones mágicas de esta tierra hoy destrozada, sobre la que sobrevivimos hoy como oscuras
sombras de vidas inexistentes.
mery sananes
18 octubre 2016
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