En este nuevo viernes de pasión para católicos y cristianos
coincidente con la pascua de los hebreos y para quienes
ven en el sacrificio de un hombre la voluntad de dar su vida
por la igualdad, la justicia y la libertad de sus hermanos
sin distinción de creencias prejuicios y poderes
queremos resaltar por sobre la intemperancia
el odio y la masacre continuada
esos pequeños instantes de amor
que sostienen aún la esperanza
Ese quiere ser el sentido de esta historia
Entre
Zaira y yo oficiamos diariamente rituales de amor. Y entre ambas una corriente,
vasta, extensa e ilimitada, de seres que hacen lo mismo, van poblando los
espacios. Es una aventura maravillosa por los andares de los encantamientos, la
magia y el poder del amor por encima de todo lo abyecto.
Pero
que no haya equivocación alguna. Estos rituales no son en absoluto un
aislamiento de la realidad. Todo lo contrario. Es el dolor de lo que ocurre, la
conciencia del mundo en destrucción en el cual vivimos, el testimoniar el grado
de odio que ha logrado quebrar a seres como nosotros, lo que nos hace
reaccionar y realizar un ejercicio diario cuya única intención es contribuir a
fortalecer lo humano por sobre lo inhumano.
Y
en ese hacer ocurren cuestiones verdaderamente extraordinarias, que dan cuenta
de la existencia de energías que si lográramos aglutinarlas, ponerlas en
sintonía, nos conseguiríamos que el hombre preferiría vivir hermano del hombre
antes que convertirse en su más cruel cazador o aguardar, sin probabilidad
alguna de salvarse, a ser cazado, devastado, vulnerado en toda dimensión.
Quien
tenga paciencia para leer esto hasta el final, recorrerá uno de esos instantes
de sincronización afectiva, de sintonía vital, aún con quienes no están
físicamente cerca de nosotros.
Es
el aire el que nos junta, es una brisa sin contaminación los que nos reúne, es
la propia fuerza de la naturaleza, cuando exhibe su belleza, su poesía, su
magia, la que nos hace vibrar y siempre tornar a nuestros puestos de
combatientes por la vida. Estos
son los hechos.
Andando,
como acostumbro hacer desde mi niñez, mirando hacia abajo,
descubrí de pronto camuflada entre la hierba crecida, una planta que no conocía
ni había visto por estos entornos. Como era de suponerse, me detuve al instante
a preguntarle quién era, qué hacía por estos caminos, qué mensaje tenia
que darme y, por supuesto, a fotografiarla.
Recientemente
Miguel Veyrat había colocado en sus espacios de FB la sugerencia de que
viéramos un video sobre los pensamientos peligrosos. Trataba del acercamiento a
la vida de tres científicos que habían logrado penetrar su ciencia como no se
había hecho nunca antes. Sus descubrimientos ponían en cuestión todo el saber
reconocido. Eso trajo como consecuencia lo que siempre ocurre. Cada uno fue
llevado a ser silenciado, aislado y entraron a formar parte de esos seres que
Artaud, al referirse a Van Gogh, llamaba los suicidados por la sociedad.
Uno
de ellos, Georg Cantor, avanzaba en la teoría sobre lo infinito del infinito,
lo que echaba por suelo toda certidumbre. En una de las imágenes que utilizaba
para explicarse esa extensión ilimitada de lo infinito, colocó un círculo al
cual le iba trazando líneas del centro hacia la circunferencia, traspasándola.
Advirtió que se podía ir agregando cada vez líneas más pequeñas, invisibles,
que se hacían infinitas.
Aquí
comienza mi historia. La planta que había descubierto, cuyo nombre ignoraba,
tenia una disposición semejante: un círculo que se abría con sus hojas y en el
centro anidaban los hijos. Recordé a Cantor y le escribí a Miguel para
mostrarle la foto.
Su
respuesta fue inmediata: ese es un cardo. Y utilizó la foto para ilustrar uno
de sus poemas de su libro Babel bajo la luna, perteneciente a la parte titulada
El bosque ebrio, que colocó en FB. Y esto dijo: ese cardo de Mery es
rosetón fractal de una catedral románica.
Pero
el cuento sigue. Al día siguiente publiqué aquí en estas embusterías el poema
titulado Canon sin final, en el cual hacía alusión al carpintero de Nazareth. Y
se lo envié a Zaira. Su respuesta es el asombro mayor de la sintonía. Esta fue:
Que interesantísima nuestra sincronización. El poema que te voy a
copiar, que sé de memoria, lo encontré anoche, con otro poema y los aparté para
enviártelos. Tenía dieciocho años. Escribía cosas, según te he contado, con el
que fue mi amigo del alma y nos casó Juan Francisco Hernández, estudiante de seminario
y fungía de Tío Perejil, representaba al de la foto de un viejito y así se
llamaba la página de La Religión, periódico de Monseñor Pellín frente
a la Plaza Bolívar y yo en San José de Tarbes en Carmelitas y después en
El Paraíso.
Tú nombras hoy en el hermosísimo poema al carpintero de
Nazareth y en esa época leí una prosa de Gabriela Mistral sobre la Flor del
Cardo –El Espino-, que por estar en los caminos vio a Jesús de Nazareth. Y de allí
debió salir el poema que escribí. El caso es que lo publicaron con un título
que me hizo tilín por mi cortísima edad, dieciocho años y mi montunería: Ha
nacido una poetisa.
ODA A LA PROSA DE GABRIELA MISTRAL
ZAIRA
PÁEZ MAYA, 18 AÑOS
Un
jardín oriental en que natura
volcó sus
fuerzas todas en concento polícromo
trocose en
hermosura,
de todos los
vergeles el portento
El
lirio, la camelia, el heliotropo
la
inocente azucena y el jazmín,
el blanco nardo de perfume ignoto
y
el ardiente clavel color carmín
Todas
las flores con que el cielo quiso
dotar
la tierra en todos sus confines
se
encontraban reunidas y felices
en
aquellos lindísimos jardines
Una
rosa, que erguíase altanera
dominando
el conjunto en hermosura
pregunta
a sus
hermanas placentera
¿Conocéis
a Jesús, todo dulzura?
La pregunta concisa va pasando
de
una flor a otra flor y a una tercera
más
nadie pudo dar, ni aún dudando,
una
respuesta que satisficiera
El
suave lirio díjoles que un día
alabando
su dueño su hermosura
comparole su prístina blancura
con
el rostro del Rey de los Judíos
Recordó
la rosa, entonces
que
allá afuera en el camino
estaba
la flor del cardo
que
pudo ver al Divino
Sobre su
endeble tallo
alzándose
altanera
al
inocente cardo
habló
de esta manera:
Las
flores del jardín venimos a pedirte
que si al
Jesús Divino
en el camino
viste
nos digas como
era
si su andar
era vivo
si su boca era
suave
si su vista
era altiva
como
Señor que Sabe
que
es el Rey de la Tierra
Responde,
hermano cardo,
estamos
impacientes…
Y
la flor de los cardos rezó con voz doliente:
Yo
si he visto a Jesús, Divino Penitente,
que
en este mundo pena por una culpa ajena
Su tez sí, era
muy blanca
su boca sí,
muy suave
su caminar sería el palpitar de
un ave
más que altiva
la vista,
su mirada era
grave
El
sol reverberante rebota en su cabeza
los
guijarros del suelo hieren su paso tardo
Si
tú quieres
mirarlo, si su
bondad te pesa,
conviértete
no más en una flor de cardo
La
rosa impenitente lanzó una carcajada
gracioso
oír al cardo aquella quijotada
ella
la hermosa reina de aquel lindo jardín
convertida
en un cardo, ser hollada sin fin
Y además qué
interés tenía para ellas
que no gustaban ver sino las cosas bellas
mirar aquel viajero en el camino abierto
que era todo un mendigo de polvo recubierto
De más está
decir que ni una entre las flores
vio
jamás al Jesús de los grandes Amores
porque
para dejar los placeres fugaces
las
flores de este mundo somos poco capaces.
Y éste el poema de Gabriela Mistral
EL ESPINO
GABRIELA MISTRAL
El espino prende a una roca
su enloquecida contorsión,
y es el espíritu del yermo,
retorcido de angustia y sol.
La encina es bella como Júpiter,
y es un Narciso el mirto en flor.
A él lo hicieron como a Vulcano,
el horrible dios forjador.
A él lo hicieron sin el encaje
del claro álamo temblador,
porque el alma del caminante
ni le conozca la aflicción.
De las greñas le nacen flores.
(Así el verso le nació a Job.)
Y como el salmo del leproso,
es de agudo su intenso dolor.
Pero aunque llene el aire ardiente
de las siestas su exhalación,
no ha sentido en su greña oscura
temblarle un nido turbador...
Me ha contado que me conoce,
que en una noche de dolor
en su espeso millón de espinas
magullaron mi corazón.
Le he abrazado como a una hermana,
cual si Agar abrazara a Job,
en un nudo que no es ternura,
porque es más ¡desesperación!
http://www.poemas-del-alma.com/el-espino.htm
su enloquecida contorsión,
y es el espíritu del yermo,
retorcido de angustia y sol.
La encina es bella como Júpiter,
y es un Narciso el mirto en flor.
A él lo hicieron como a Vulcano,
el horrible dios forjador.
A él lo hicieron sin el encaje
del claro álamo temblador,
porque el alma del caminante
ni le conozca la aflicción.
De las greñas le nacen flores.
(Así el verso le nació a Job.)
Y como el salmo del leproso,
es de agudo su intenso dolor.
Pero aunque llene el aire ardiente
de las siestas su exhalación,
no ha sentido en su greña oscura
temblarle un nido turbador...
Me ha contado que me conoce,
que en una noche de dolor
en su espeso millón de espinas
magullaron mi corazón.
Le he abrazado como a una hermana,
cual si Agar abrazara a Job,
en un nudo que no es ternura,
porque es más ¡desesperación!
http://www.poemas-del-alma.com/el-espino.htm
Quede a cada lector que haya tenido la paciencia
de llegar al final de esta hermosa aventura
ir a buscar sus propias sintonías
que por lo general están allí
al alcance de los dedos y de los ojos
y en particular del corazón
mery sananes
14 abril 2017
14 abril 2017
Hermosura de palabras me ha encantado. Cariños para la Nona y la poeta. Ro
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