viernes, abril 14, 2017

EN RESCATE DEL CARDO




En este nuevo viernes de pasión para católicos y cristianos
coincidente con la pascua de los hebreos y para quienes
ven en el sacrificio de un hombre la voluntad de dar su vida
por la igualdad, la justicia y la libertad de sus hermanos
sin distinción de creencias prejuicios y poderes
queremos resaltar por sobre la intemperancia
el odio y la masacre continuada 
esos pequeños instantes de amor
que sostienen aún la esperanza
Ese quiere ser el sentido de esta historia

Entre Zaira y yo oficiamos diariamente rituales de amor. Y entre ambas una corriente, vasta, extensa e ilimitada, de seres que hacen lo mismo, van poblando los espacios. Es una aventura maravillosa por los andares de los encantamientos, la magia y el poder del amor por encima de todo lo abyecto.

Pero que no haya equivocación alguna. Estos rituales no son en absoluto un aislamiento de la realidad. Todo lo contrario. Es el dolor de lo que ocurre, la conciencia del mundo en destrucción en el cual vivimos, el testimoniar el grado de odio que ha logrado quebrar a seres como nosotros, lo que nos hace reaccionar y realizar un ejercicio diario cuya única intención es contribuir a fortalecer lo humano por sobre lo inhumano.

Y en ese hacer ocurren cuestiones verdaderamente extraordinarias, que dan cuenta de la existencia de energías que si lográramos aglutinarlas, ponerlas en sintonía, nos conseguiríamos que el hombre preferiría vivir hermano del hombre antes que convertirse en su más cruel cazador o aguardar, sin probabilidad alguna de salvarse, a ser cazado, devastado, vulnerado en toda dimensión.

Quien tenga paciencia para leer esto hasta el final, recorrerá uno de esos instantes de sincronización afectiva, de sintonía vital, aún con quienes no están físicamente cerca de nosotros. 

Es el aire el que nos junta, es una brisa sin contaminación los que nos reúne, es la propia fuerza de la naturaleza, cuando exhibe su belleza, su poesía, su magia, la que nos hace vibrar y siempre tornar a nuestros puestos de combatientes por la vida. Estos son los hechos.

Andando, como acostumbro hacer desde mi niñez, mirando hacia abajo, descubrí de pronto camuflada entre la hierba crecida, una planta que no conocía ni había visto por estos entornos. Como era de suponerse, me detuve al instante a preguntarle quién era,  qué hacía por estos caminos, qué mensaje tenia que darme y, por supuesto, a fotografiarla.




Recientemente Miguel Veyrat había colocado en sus espacios de FB la sugerencia de que viéramos un video sobre los pensamientos peligrosos. Trataba del acercamiento a la vida de tres científicos que habían logrado penetrar su ciencia como no se había hecho nunca antes. Sus descubrimientos ponían en cuestión todo el saber reconocido. Eso trajo como consecuencia lo que siempre ocurre. Cada uno fue llevado a ser silenciado, aislado y entraron a formar parte de esos seres que Artaud, al referirse a Van Gogh, llamaba los suicidados por la sociedad. 




Uno de ellos, Georg Cantor, avanzaba en la teoría sobre lo infinito del infinito, lo que echaba por suelo toda certidumbre. En una de las imágenes que utilizaba para explicarse esa extensión ilimitada de lo infinito, colocó un círculo al cual le iba trazando líneas del centro hacia la circunferencia, traspasándola. Advirtió que se podía ir agregando cada vez líneas más pequeñas, invisibles, que se hacían infinitas.

Aquí comienza mi historia. La planta que había descubierto, cuyo nombre ignoraba, tenia una disposición semejante: un círculo que se abría con sus hojas y en el centro anidaban los hijos. Recordé a Cantor y le escribí a Miguel para mostrarle la foto.




Su respuesta fue inmediata: ese es un cardo. Y utilizó la foto para ilustrar uno de sus poemas de su libro Babel bajo la luna, perteneciente a la parte titulada El bosque ebrio, que colocó en FB.  Y esto dijo: ese cardo de Mery es rosetón fractal de una catedral románica. 

Pero el cuento sigue. Al día siguiente publiqué aquí en estas embusterías el poema titulado Canon sin final, en el cual hacía alusión al carpintero de Nazareth. Y se lo envié a Zaira. Su respuesta es el asombro mayor de la sintonía. Esta fue:

Zaira Andrade 

Que interesantísima nuestra sincronización. El poema que te voy a copiar, que sé de memoria, lo encontré anoche, con otro poema y los aparté para enviártelos. Tenía dieciocho años. Escribía cosas, según te he contado, con el que fue mi amigo del alma y nos casó Juan Francisco Hernández, estudiante de seminario y fungía de Tío Perejil, representaba al de la foto de un viejito y así se llamaba la página de La Religión, periódico de Monseñor Pellín frente a la Plaza Bolívar y yo en San José de Tarbes en Carmelitas y después en El Paraíso.

Tú  nombras hoy en el hermosísimo  poema al carpintero de Nazareth y en esa época leí una prosa de Gabriela Mistral sobre la Flor del Cardo –El Espino-, que por estar en los caminos vio a Jesús de Nazareth. Y de allí debió salir el poema que escribí. El caso es que lo publicaron con un título que me hizo tilín por mi cortísima edad, dieciocho años y mi montunería: Ha nacido una poetisa.

Este el poema de Zaira, escrito a los 18 años, y recordado hoy a los 97 años.


Zaira a los 15 años

ODA A LA PROSA DE GABRIELA MISTRAL
ZAIRA PÁEZ MAYA, 18 AÑOS


Un jardín oriental en que natura
volcó sus fuerzas todas en concento polícromo
trocose en hermosura,
de todos los vergeles el portento

El lirio, la camelia, el heliotropo
la inocente azucena y el jazmín,
el blanco nardo de perfume ignoto
y el ardiente clavel color carmín

Todas las flores con que el cielo quiso
dotar la tierra en todos sus confines
se encontraban reunidas y felices
en aquellos lindísimos jardines

Una rosa, que erguíase altanera
dominando el conjunto en hermosura
pregunta a sus hermanas placentera
¿Conocéis a Jesús, todo dulzura?

 La pregunta concisa va pasando
de una flor a otra flor y a una tercera
más nadie pudo dar, ni aún dudando,
una respuesta que satisficiera

El suave lirio díjoles que un día
alabando su dueño su hermosura
comparole su prístina blancura
con el rostro del Rey de los Judíos

Recordó la rosa, entonces
que allá afuera en el camino
estaba la flor del cardo
que pudo ver al Divino

Sobre su endeble tallo
alzándose altanera
al inocente cardo
habló de esta manera:

Las flores del jardín venimos a pedirte
que si al Jesús Divino
en el camino viste
nos digas como era
si su andar era vivo
si su boca era suave
si su vista era altiva
como Señor que Sabe
que es el Rey de la Tierra

Responde, hermano cardo,
estamos impacientes…

Y la flor de los cardos rezó con voz doliente:
Yo si he visto a Jesús, Divino Penitente,
que en este mundo pena por una culpa ajena
Su tez sí, era muy blanca
su boca sí, muy suave
su caminar sería el palpitar de un ave
más que altiva la vista,
su mirada era grave

El sol reverberante rebota en su cabeza
los guijarros del suelo hieren su paso tardo
Si tú quieres mirarlo, si su bondad te pesa,
conviértete no más en una flor de cardo

La rosa impenitente lanzó una carcajada
gracioso oír al cardo aquella quijotada
ella la hermosa reina de aquel lindo jardín
convertida en un cardo, ser hollada sin fin

Y además qué interés tenía para ellas
que no gustaban ver sino las cosas bellas
mirar aquel viajero en el camino abierto
que era todo un mendigo de polvo recubierto

De más está decir que ni una entre las flores
vio jamás al Jesús de los grandes Amores
porque para dejar los placeres fugaces
las flores de este mundo somos poco capaces.






Y éste el poema de Gabriela Mistral


EL ESPINO
GABRIELA MISTRAL

El espino prende a una roca 
su enloquecida contorsión, 
y es el espíritu del yermo, 
retorcido de angustia y sol. 

La encina es bella como Júpiter, 
y es un Narciso el mirto en flor. 
A él lo hicieron como a Vulcano, 
el horrible dios forjador. 

A él lo hicieron sin el encaje 
del claro álamo temblador, 
porque el alma del caminante 
ni le conozca la aflicción. 

De las greñas le nacen flores. 
(Así el verso le nació a Job.) 
Y como el salmo del leproso, 
es de agudo su intenso dolor. 

Pero aunque llene el aire ardiente 
de las siestas su exhalación, 
no ha sentido en su greña oscura 
temblarle un nido turbador... 

Me ha contado que me conoce, 
que en una noche de dolor 
en su espeso millón de espinas 
magullaron mi corazón. 

Le he abrazado como a una hermana, 
cual si Agar abrazara a Job, 
en un nudo que no es ternura, 
porque es más ¡desesperación!


http://www.poemas-del-alma.com/el-espino.htm


Quede a cada lector que haya tenido la paciencia
de llegar al final de esta hermosa aventura
ir a buscar sus propias sintonías
que por lo general están allí
al alcance de los dedos y de los ojos
y en particular del corazón

mery sananes
14 abril 2017

1 comentario:

  1. Anónimo8:47 p.m.

    Hermosura de palabras me ha encantado. Cariños para la Nona y la poeta. Ro

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