EL NOMBRE
OLVIDADO
INCLEMENTE RECORRIDO POR LOS
ACANTILADOS DEL AMOR
mery sananes
Leer a René Rodríguez Soriano es siempre una aventura. Asomarnos a “El
nombre olvidado” (Ediciones Callejón, San Juan, PR, 2015), como a cualquiera de
sus obras, es amarizar en un lago donde podemos nadar hasta sus infinitas
orillas, o quedarnos detenidos en una de sus tardes, buscando aquella historia
que también pertenece a nuestros olvidos o a nuestras memorias destejidas.
Y allí nos encontramos hablando un lenguaje que no conocíamos pero que
suena a lengua materna. Como colocarle nombres a esos sinsentidos que se nos
atraviesan en la víspera de un sueño que concluye en una noche de insomnio. La
sorpresa y el asombro: el bajel en el cual quisiéramos ser tripulantes.
A veces queda uno tan enredado en la lluvia, las memorias, las imágenes
que se quedaron prendidas de un solar o una ventana, que las nuestras se
deshilan en esos gestos que solo los dedos pueden construir sobre una caricia.
Los escritos de RRS tienen ese ritmo. Y a la final uno no sabe si era
nuestro el ojo frente al mar, o el desgarramiento sobre una línea divisoria
invisible pero inmensa como una muralla.
TRECE HISTORIAS EN LAS CUALES LO ÚNICO AUSENTE ES EL
OLVIDO
Este libro cuenta trece historias en las cuales el olvido es lo único
ausente. René va en persecución de sus memorias, instantes que dejan huellas
tan hondas, que el rostro siguiente no las ha de borrar. Un hermoso entramado
que se va construyendo de escenas capaces de coparlo todo.
TODAS LAS HISTORIAS CONSTRUYEN UN AMOR DE PLENITUDES
A la final poco importa cuál de esos rostros queda dibujado en sus
pupilas, o en sus dedos. Todas construyen un amor de plenitudes, que René se
lleva en sus alforjas como el más preciado historial de su vivir. Y cada a una
de esas aventuras inconclusas agrega una inequívoca individualidad que solo
explica a través de ese torbellino de adjetivos y gerundios que dan cuenta de
su estremecimiento, su sed y su indeclinable pasión por los escarpados pasajes
del amor.
Y es ese ritmo cadencioso el que nos envuelve en una historia que
hacemos nuestra, sin saber si quedamos habitando el mar que le cabía a Helga en
sus ojos, o en el regazo de Sara con sus manos llenas del dulzor, o en el frío
de ese charco caudaloso en el cual aprendió a nadar sobre los mágicos hombros
de su padre y el incierto lugar de lo desconocido.
COSER CON HILOS DE AGUA UNA TRAVESÍA SIN OLVIDO
Uno sigue una trama que no es, un camino que se corta una y otra vez,
pero que deja sus huellas sobre la respiración. Y uno se pregunta si ese nombre
olvidado es el nuestro o el de aquel que nunca dejamos ir aunque jamás hubiese
llegado. Uno se introduce entre esas navegaciones tratando de coser la travesía
con hilos de agua. Y a la final René borda sobre el océano una memoria que
jamás se escapará de los horcones y celosías de sus días sin sol.
RRS tiene la virtud de siempre cabalgar a rienda suelta, sobre un mundo
que él construye hurgando sobre una realidad que hace fugaz todo instante
supremo. Y su escritura es el ejercicio de labrar ambos, con desmesura y
fervorosa conmoción. Trazos sueltos, afirma, prosa menor que ni siquiera aspira
a nadar en la otra orilla. Tenues apuntes que quizás a más tardar mañana,
borren las aguas.
PERSISTENTE TAREA DE LA MEMORIA
Y sin embargo toda su obra es una afanosa y persistente tarea de la
memoria. De cada fugacidad retiene una historia que al sujetarla entre sus
dedos, se enraíza en el aire como un canto que ya nadie va a olvidar y que él
va leyendo sobre la piel y el escampado.
“El nombre olvidado” es el hechizo, a pesar de las despedidas. El
bebedizo de aromas que se mastica para que el beso se siembre en sus ojos. Y el
expediente a la futilidad de un corazón que no tiene ya espacios en un mundo
desguarnecido y furioso.
UN RITO PARA QUE DEJEN DE LLOVER OLVIDOS
Nada es lo que a primera vista parece. Hay un pájaro dentro de la
lluvia. Y mojado como un pez trata de asirse con su pico a la ramita seca que
pretende llevar a su nido, dice. Un viaje sin visa por los senderos del sueño y
los cuerpos desplazándose, despiertos, a toda vela, para que el lector se
encuentre o desencuentre. Quedan las coordenadas de su andar pero solo el
lector descifrará si llegará al puerto previsto o si su aventura recorrerá el
olvido para alcanzar la cima de un nombre indeleblemente sellado a su destino.
Con René se recorre ese ático donde aflora, febril y lúcida, la vastedad
de un mundo que se niega y reafirma a cada golpe de página.
EL ASOMBROSO MISTERIO DE LAS TARDES SIN FONDO
Dice RRS: la soledad es un territorio vasto y pleno de matices que solo
podemos ver los que aprendemos a descifrar los códigos y símbolos que adornan
las paredes de las tardes sin fondo. Siempre he sido el mismo, el mismo
solitario que entre libros, música, placas y películas he vivido en todos los
lugares y todos los momentos con la misma intensidad y el mismo ritmo.
Y es en medio de esas tardes sin fondo que se van fraguando sus
historias. ¿Cómo si no puede René convertir una negra cabellera en un pasto
preferido para perdidas flores del naranjo? ¿Escuchar en una voz el resonar de
un arroyuelo o los primarios cantos con los que lo arrullaba su mamá?
RENÉ CONOCE SU GEOGRAFÍA COMO SI NUNCA HUBIESE
SALIDO DE ELLA
Pero no nos equivoquemos. En cada uno de sus libros, sean poemas o narraciones
—géneros que a él no le gusta delimitar— hay una realidad que lo define sin
cercarlo. RRS es un hombre de su tierra, de sus yaraguales, de los huertos de
flores de su madre, de Manuelico y el río donde su padre le enseñó a nadar.
Conoce su geografía como si nunca hubiese salido de ella. Desde allí construye
su universo. Y no hay rostro ni amores ni mirada que pueda hacerlo desprender
de sus raíces.
UN DESLAVE DE AGUAS TRANSPARENTES
Cada historia delinea un rastro de la historia política dominicana, que
él expande sin esfuerzo alguno a la Plaza Tahrir o a cualquier otra parte del
planeta. Conoce bien el mal de su tiempo y tiene plena conciencia de su impacto
en una sociedad que carece de rumbo y porvenir. Y eso le permite desarrollar
sentidos que se prolongan en instantes inéditos. Allí le brota la poesía como
si fuese un deslave de aguas transparentes.
Refiriéndose a Isabel, dice: me cortó, dejándome en la boca podridas las
palabras y en todo el cuerpo un dolor ciego y una afasia de música y de lirios.
Solo, desde entonces, soy, apenas, un desolado transeúnte de amor con aleteos
que acaricia en sus recuerdos, aterida de dolor y frío, una bandera hecha
jirones de ternura y el marrón de unos zapatos que calzarán por siempre los
pies de la huella zurda y mansa que eternamente he de seguir por los zaguanes
de la tarde.
LA PALABRA: UN ALUVIÓN SIN MESURA NI ESTATUTO
Allí se desata la palabra como un aluvión sin mesura ni estatuto. Migra
como los pájaros de un rostro a otro desbordando una caligrafía capaz de sentir
que el amor es una bicicleta, un auto veloz, y que el paisaje es tan de
instantes, como respirar o partir, para saber que en la distancia alguien habrá
de leerlo y escribirle mientras sueña o viaja lejos de él.
Nada es lo que parece, dice. Ni siquiera el pájaro a su canto, mientras
observa las manos de Keiko despejando la niebla, lavando la llovizna. Su voz
convertida en un rumor de quena india capaz de salvarlo del estío y las
cuadriculadas componendas de políticos, urbanistas y burócratas mal pagados.
Y al describir ese instante único y lúcido, el lector se embebe tanto en
ese derroche lírico que busca en su memoria lo que pudo olvidar para traerlo de
nuevo al revuelo de un palomar enardecido.
Una sola historia para mil rostros o un solo rostro para todas las
historias. Poco importa. RRS tiende un lienzo con todos los colores, aromas y
ausencias del amor. Y el lector elige la suya. Pero nadie queda al margen de
esa tempestad de seducciones.
“El nombre olvidado” es una memoria tatuada en la piel de los días, un
recorrido inclemente por los acantilados del amor.
mery sananes
Publicado en Hoy Digital, República Dominicana
10 de junio del 2017, en el siguiente enlace:
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