Hay días en que las palabras
se vacían
como si sólo quedaran en
su interior un silencio
creciente
que rompe la quietud
hasta convertirla en
un sunami de aguas
desoladas
Hay noches en las que se
recuestan los abecedarios
se quiebran los sustantivos
y el viento desconfigura
la gramática del vivir
hasta hacerse
una mancha de petróleo
ascendiendo por el
recorrido de una tierra muerta
Y entonces
¿qué caminos desandamos?
Nada hemos aprendido
de la magia de las hojas
muertas que al llegar
a tierra comienzan
su proceso de reinventarse
Aún no hemos siquiera reconocido
el lenguaje de la luna
y de su perfecta capacidad
de ir y venir rociando en
sus recorridos panales
de luces prestadas
Si aún no aprendemos
a reconocernos en la mirada
del otro que a nuestro lado
va silencioso con un manojo
de tréboles y una rosa que
alguien destrozó antes de
contar sus latidos infinitos
¿A quién escribo sobre
el milagro de la vida
la resurrección de la alegría
atrapada entre el viento
y el fuego
y el mirar detenido de un
niño muerto?
¿Cómo invoco la lágrima de
León Felipe en la que soñaba
retornar hacia el párpado
del verdadero vivir?
¿Qué aguarda Whitman para
reinventar aquella ciudad a la que
Rimbaud nunca pudo llegar
el poeta de la más alta
locura humana?
Seguimos anclados
a un morir que es el vivir
en torno a cercas invisibles
fronteras sembradas
de fuegos inesperados
siempre en busca de un camino
aún no reconstruido
en ese lugar de encuentro
por el cual ratificamos
nuestra ausencia
En los polvos del camino
sólo encontramos un cauce
de lágrimas a las que nadie
se acerca porque al hacerlo
nos reconoceríamos como
parte de la tragedia de un
mundo ajeno que sigue
creciendo e la dimensión de
César Vallejo
mery sananes
24 mayo 2025
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