TU ALFABETO DE POLEN
Ana Dolores
Hoy que cumples un año más regalándonos tu risa y tu despliegue floral
de amor, traigo para festejarte una historia diminuta que, sin embargo, entre
tus manos alza vuelo hasta el infinito de los espacios que ocupas.
Hace unos días Isaac Sebastián me trajo un ramillete de flores. Y como
siempre, las coloqué cuidadosamente en un recipiente. Les podé los tallos para
que pudiesen beber el agua clara sin dificultad. Y le coloqué algunas de esas
vitaminas que incluyen los vendedores de flores. Pero lo más importante: les
hablé, les di la bienvenida y les conté largamente la alegría que esparcía por
el aire su presencia.
Con los días, y como suele ocurrir con todo aquello que nace, se
desarrolla, y luego se transforma en otra huella, algunas se fueron secando y
otras fueron abriéndose como un abanico.
Y decidí tomar las que ya no tenían suspiros entre sus pétalos, las
retiré con delicadeza y las coloqué en un recipiente de basura. Recuerdo haberles pedido disculpas y sin despedirme
de ellas, les dije que sabía que regresarían con otros ropajes y aromas.
Más tarde, ese mismo día, en medio de mis labores habituales, me tocó
acercarme de nuevo al recipiente en el cual las había colocado. Y me llamó la
atención que una astromelia solitaria estaba erguida por sobre papeles y hojas
secas, como si hubiese estuviese aguardando que alguien le abriera una rendija
a la oscuridad de su encierro.
La miré y entendí que en su alfabeto de polen me pedía que la regresara
a la luz del sol. Y así lo hice. La coloqué de nuevo en su envase de cristal
junto a la ventana. Y se irguió como dejando en el aire una sonrisa.
Me quedé pensando largo rato en ese acontecer. Y le buscaba una razón.
Sabía que si ella había regresado tendría que ser por algo. Alguna fuerza la
hizo erguirse y alcanzar la transparencia luminosa de sus pétalos.
Pero no fue sino hasta hoy que lo supe. En esta fecha, Ana Dolores, tú cumples
un año más de vida infinita. Te fugaste sin permiso hace unos meses para
sembrarte en el patio de la casa desde donde hasta hoy te has encargado de
hacer florecer las damas de noche, aderezar de dulzura los mangos y cultivar
rosas.
En las noches, como es tu costumbre, desde los ventanales vigilas y
cuidas a Zaira La Maga. La unges de aceites vegetales, le aliñas sus guarapos
con hierbas que sanan. Le hablas quedito hasta que se queda dormida. O
simplemente entre ambas dejan correr sus conversitas.
Y lo sabes bien, entre tú y Agustín, existe desde hace mucho un afecto
trascendente, de esos que van más allá de fechas y calendarios, de fugas y
opacidades. Relumbran en las más espesas de las oscuridades y se definen en el
sonido de la risa que tú Ana Dolores nos dejaste a todos tejida en los hilos
del corazón.
Y sabías que para él no podía pasar desapercibido el festejo de tus 88
añitos y que te escribiría otra de sus cartas de amor. Y al leerla comprendí la
urgencia de aquella solitaria flor de regresar a su residencia de agua.
Su carta lleva por título En las ramas de las astromelias. Y si ella no
hubiese estado allí para ofrecerme su belleza, no habría tenido una imagen que
llevara en su interior tu espíritu, tu energía y tu ternura.
Tú nos hablaste a través de esa flor. Y yo recojo tus recaderías para
avivar con ellas ese fuego que disipa las tristezas, ese fulgor que anticipa la
noche, ese sabor a espigas de tus abrazos. Y con esos ingredientes alzar la
copa de vino para celebrar hoy y siempre tu permanencia en nuestro vivir.
Mira, Ana Dolores qué de filigranas lleva hoy tu piel, que lumbre
guardan sus pliegues, qué milagros eres capaz de hacer, con sólo soltar el
carrete de tu risa. Y qué historia tan maravillosa me regalaste!
Celebremos Mi India éste como todos tus días, con jolgorio, música y
versos, con esa locura que se derrama cuando estamos entre afectos y esas ganas
de ser pájaro para anidarnos en las ramas de los árboles que ahora habitas.
Te quiero, mery
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