Héctor
Te había dicho que podría escribirte un verso diario, sólo por celebrar
los afectos que perduran, los lazos que no se quebrantan, los días de soledades
en lo que uno sabe con certeza de que alguien en alguna parte conserva un
abrazo que contiene la vida.
Y hoy ocurre que festejamos tus hermosos 84 años. Y como bien dice
Adicea, al colocar una junta a otra dos fotos tuyas, ese rostro plácido,
fulgurante, sellado por una sonrisa, o por ese ensimismamiento, que tanto te
caracteriza, cuando andas en pos de una idea, o un afecto, sigue siendo el
mismo.
Y entonces cómo no acercarme a ti, en este día, con una palabra cincelada
en el aire, para que te alcance. Un verso extraído del libro de las constelaciones
y tejido con las fosforescencias de una luna creciente, que se va abriendo paso
a paso, escoltada por júpiter y venus, hacia el párpado de los enamorados de la
noche y de los cielos.
A ella acudo para reiterarte lo que ya sabes, en tiempos de grietas, de
pozos profundos, de tremendas desgarraduras. Tú las conoces como yo, en el
epitelio de su génesis y en la continuidad de sus devastaciones.
Y cómo yo, te has anclado siempre en el porvenir, aunque esté mucho más allá de donde
alcanzan nuestros sueños y nuestras esperanzas. Han sido muchos los aconteceres
de un planeta signado por la tragedia, la injusticia, la desigualdad, la miseria
y el desparpajo de quienes así las dictaminan. Muchas las utopías esbozadas sobre
las carencias del hombre, y demasiadas las derrotas.
La masacre se ha extendido como ayer la ilusión de que podríamos vencer
la muerte impuesta. Y los vencidos se convirtieron en vencedores, no de la
alegría del hombre, sino de poder y de bienes. Y el capital –tantas veces
estudiado, expuesto, vociferado y denunciado- sigue allí en manos de unos y de otros,
acometiendo las mismas atrocidades.
Cuánto no has trabajado y sigues trabajando en descifrar ese terrible
designio que hoy iguala a democracias y revoluciones con dictaduras y
totalitarismos. Cuántos suspiros no quedan atrapados en soledades que no
lograron ofrendar su florería al otro que somos, al hermano distante a quien
amamos aún sin conocer.
Y en el camino se perdieron los afectos, aquellos lazos, por los que uno
estaba dispuesto a dar la vida, sin otro signo que la pureza del corazón. Y
entonces aquellos rostros que guardábamos con tanto celo en el regazo, se
disolvieron en el erial del odio.
Por eso, Héctor, cuando aún sacudidos por todos los sismos de la angustia,
la frustración, la tristeza, logramos enhebrar un hilo con otro, una mano con
la otra, en la convicción de que en alguna parte, ha quedado prendida la esperanza,
que nada ha roto los afectos ni ese norte o sur, en el cual fijamos una mirada
sin coordenadas, que sin embargo no se ha extraviado, la celebración es el
verso mayor.
Y ese es el que te envío en este tu día. Colmado de esos pequeños
detalles que vivifican las horas, atenúan las ausencias, desbordan todo
desencanto.
Que haya cantos y algarabía, mañanitas aunque sean vesperales, aquellas
olvidadas serpentinas que volaban haciendo piruetas en el aire, dulces de coco,
conservitas de leche, bien me sabe, un biscocho en el cual sembrar las velitas
de los muchos años que habrán de seguir. Y una copa de vino para brindar por
estos y los tiempos que vendrán.
mery
2015
¡Dulzura de la palabra entre la reciedumbre del acento!
ResponderBorrar