Esta carta se
la envié Manuel el 19 de enero de este año. Y esta vez la respuesta se
quedó en el camino del viento. Con él sostuvimos una amistad fraterna de
décadas. Fue miembro fundador de la Cátedra Pío Tamayo en 1983 y lo elevamos a
la condición de Maestro Floricultor de la misma. Con el anduvimos unidos no
sólo por el afecto sino también por la hermandad en los mismos sueños, en una
compartida visión crítica del acontecer mundial y nacional, a partir de
la perspectiva de la HistoriActual.
Sin embargo fue
la partida de su esposa y compañera de vida, Marucha, lo que nos acercó en un
grado mayor. Ya Manuel venía sufriendo de una salud deteriorada que lo
confinaba muchas veces a la inmovilidad. Junto a él Marucha era su centinela,
su confidente y compañía. Lo inesperado es que se fuera antes que él.
Y ese golpe partió en dos su estructura de acero y su condición de titán.
No supo
encontrarse sin ella. Y si bien intelectualmente siguió dando la batalla con
sus escritos, ensayos, disertaciones sobre este expaís, su alma se fue
menguando sin su nutriente fundamental. Y esta tarde, sin que lo esperáramos,
se nos fue silenciosamente, camino hacia su Marucha.
Nosotros, en la
CPT mantendremos nuestra decisión de no despedirlo. Eso sería ofensivo
para el Maestro, Combatiente y Amigo. Porque no se despiden los afectos
íntegros, ni a los hombres comprometidos con el porvenir. Manuel Rodríguez Mena
forma parte de los comprometidos por siempre con la causa de la vida, el
amor y la trascendencia.
No es hora
entonces de convocar a un duelo sino a una reflexión sobre su andar de entrega,
trabajo, aportes y búsqueda de ese bien supremo que es la alegría compartida.
Manuel, tu sabes que te he querido y que siempre te voy a querer. Y que por
eso, precisamente, no te puedo llorar, sino entender y compartir tu decisión de
enfrentar otros retos.
Y esta misiva,
dirigida al querido hermano, cuando se mantenía, como se mantendrá, en plena
batalla, quisiera que fuese mi recordatorio para él en este momento de su
tránsito hacia otras dimensiones.
mery sananes
09 de febrero del 2016
Mi muy querido Manuel
hermano del alma
compañero de rutas
Procedo primero que todo a decirte que todos los inmensos y hermosísimos
recados que has dejado para mí en las manos de Agustín, los he recibido a
plenitud. Y segundo que tu carta no hace sino constatar una realidad que
fuimos construyendo precisamente en los instantes más difíciles de este
existir.
Nos conocíamos desde hace mucho. Y si de algo hacíamos alarde era que
con el tiempo esa amistad y ese afecto crecían, más allá de cualquier
circunstancia que no fuera el seguimiento de un código de deberes que ante todo
era una militancia en la vida, la justicia, la libertad, la belleza y el amor,
como decía Pío Tamayo. El mundo se caía y hacía pedazos ante nuestros
ojos. Amigos antiguos se convirtieron en lejanos. Y muchos desaparecieron.
En cambio a nosotros nos honraba un compromiso de afectos y de sueños,
de esperanzas, aún en medio de un tiempo que se jactaba de haberlas perdido. No
olvido jamás aquellos gestos de humana solidaridad y de afecto de hermanos que
les dispensaste a los hijos siempre. Y a mí en particular, con gestos que no se
pueden olvidar.
Pero no fue sino hasta la partida de Marucha que nos hicimos
indispensables. Tú quedabas desvestido de toda la ternura que ella te
depositaba cada mañana en cada taza de café, en cada cuidado. Y el mundo se te
convirtió en un espacio diminuto en el cual el dolor no dejaba espacio para
caber en él.
Y entendí que más que nunca lo que Marucha quería no era verte desolado
sino mirarte de nuevo reactivar tus fuerzas vitales, tu inteligencia y sabiduría,
tu temple de acero, que ella estaría silenciosamente acompañando tus jornadas
como siempre lo había hecho. Y de alguna manera me hice su mensajera. Y
entendimos que no podíamos bajar la guardia, que no podía haber debilidad, ni
caída.
Y mal que bien estábamos más que preparados. La propia historia que a ti
te tocó y aún te toca estudiar e interpretar era y sigue siendo un cúmulo de
derrotas, fracasos y muertes acumuladas. Y que nuestro deber seguía estando en
ese incesante combate del cual nunca nos habíamos apartado.
Y si alguien entendió con toda fuerza ese designio, elegido por nosotros
mismos, fuiste tú, Manuel. Te erguiste no sólo sobre el dolor espiritual de una
pérdida física irrecuperable, sino que te tocó vencer y combatir, como lo haces
cada día, esos diablos sueltos que en el interior de tu organismo te causan
dolores y tremores, detienen tu paso aventurero, aminoran la marcha de tus
reflexiones, y secuestran tu alegría.
Y allí estás, apuntalado en la esperanza, en la memoria presente de tu
Maruja, doblado sobre las páginas de los libros o los periódicos, escudriñando
la realidad con el cincel de tu pensamiento, advirtiendo lo que muchos no
quieren o no pueden ver, escribiendo señales sobre aguas movedizas. Y qué
esfuerzo tan grandioso has realizado, Manuel.
Qué orgullo verte en tu pensamiento y en tus capacidades intelectuales y
espirituales joven como cuando eras niño, dispuesto a derribar molinos de
viento y a sembrar vergeles de alegría en el porvenir de los otros.
Cómo entonces no se iba a desarrollar un afecto como el nuestro. Creció
tanto que entendimos en un momento dado que no hacía falta competir por su
dimensión, sino que empatados, podíamos afirmar que es un afecto que no se
puede medir, sino por la ilusión de los días vividos y por vivir.
Y tu carta ha dicho eso mismo en otras palabras. Y yo las tomo y las
reitero y te las devuelvo llenas de hojitas de azahar y endulzadas con góticas
de miel.
Hasta que esas botellitas lanzadas al agua de la vida lleguen a su
destino y de allí vuelvan a salir engalanadas de velas blancas otra vez hasta las
orillas de este invierno.
Yo también te quiero mucho, muchísimo! Y como tú para siempre!!
tu hermana del alma
16 de enero 2016
ResponderBorrarTransparente canto de amor
En dulcísimas vidas
La lluvia y las árbolas
Sus mejores testigos
Mery y Manuel
Hermanos del alma
Para siempre
La lluvia de ese amor todo lo sabe
Abrazos
Pablo