EL GRITO DEL PERDÍO
(Los cuentos de Don Anselmo)
Danielita Barrolleta
(compiladora)
Viviendo en el caserío El Dragal, un día de verano, ya de tarde, había llegado
del conuco que tenía por La Rubiera, un poco lejos de la casa. Ese era un lugar
donde había hecho un conuco desde hacía poco. Esas tierras eran vírgenes y un
grupo de campesinos se fueron para allá y me dijeron que eran buenas y más atrás me fui yo. Esos primeros años
fueron de buena cosecha porque la tierra estaba nueva, casi sin uso.
Allí coseché maíz, caraotas, frijoles, auyamas y
se dieron unas matas de lechosa que eran dulcitas… ah y también unas matas de
plátanos. Empezandito hice un ranchito para guarecernos de la lluvia y del sol
mientras descansábamos para seguir la brega, en algunos casos solo y en otros
con la familia. Porque a veces nos íbamos todos, desde el más grande hasta el
más chiquito. Así pasaron varios años en ese ir y venir del conuco en La
Rubiera.
Uno de esos días había llegado un poco tarde y ya
estaba descansando en el chinchorro y escucho un grito que viene de la montaña
en dirección hacia donde está el conuco. Entonces yo mismito, sin comentarle a
nadie, me fijo en lo que estoy oyendo. Y me doy cuenta que es el llamado de un
vale que anda perdío en la montaña y como ya es de noche la cosa es fregá. Si a
uno le pasa eso y si no consigue el camino tiene que pasar la noche encaramao en
un palo. Por eso es que cualquiera busca llegar hasta la pica que lo lleve hasta el
camino y lo saque a su casa.
Ahí me puse yo a pensar, y bueno a lo mejor es que es nuevo por aquí o será de esos que
se enmontan a buscar entierros, porque los que tienen conuco por aquí son
baquianos. Empezó a caer más la noche, y ya todos nos íbamos a dormir. Pero cuando ya todos estábamos acostados, yo sigo
escuchando al vale. Que vaina, va a pasar la noche en la montaña, me decía yo.
Y a todas estas no pregunto nada ni
mucho menos comento en la casa lo que estaba escuchando para no asustar a la
gente.
Ya todos durmiendo en aquella noche que cada
ratico se ponía más oscura, y como
seguía escuchando a ratos al vale, me digo: ¡Caracha tengo que hacer algo! Y al
momento decido salir a buscarlo. No le
había dicho nada a La Flaca. Me levanto y me pongo las alpargatas, agarro el
machete y una buena linterna que siempre estaba con pilas nuevas.
Salgo sin decir nada a nadie para no mortificar a
la familia. Me digo voy a buscar a ese vale y sacarlo de esa montaña y encaminarlo
hacia su casa. Rapidito agarro el camino hacia donde escucho el grito. Y cuando
ya me falta poco para llegar a la quebrada que había que cruzar, yo le grito para que sepa que hay alguien que lo va a
ayudar.
Pero en ese momento escucho de nuevo el grito del vale pero ahora
es como si me estuviera espantando, algo raro pasaba y me entró un escalofrío
bien grande por todo el cuerpo. Y me digo: ¿y esto qué es? Yo voy a buscar a un
cristiano que está perdío, lo voy a ayudar para que llegue a su casa y mire lo
que me pasa.
¿Será que de verdad buscó y encontró un entierro y
tiene miedo de que alguien se le acerque? Me detengo un rato y decido volver a gritarle
a ver qué pasa. Le grito y vino la misma seña de él, y me entró de nuevo el
escalofrío.
Ahí si me dije: esto como que no es cosa buena. Mejor
me regreso porque en la casa nadie sabe que yo salí, ni la mujé ni los muchachos
saben dónde estoy. Me devuelvo, y se lo dije antes de regresar, bueno vale yo
te iba a ayudar pero tú no quisiste, así que otro te ayude. Me persigné, recé
un padre nuestro, y me ajilé pa’ la casa.
Ya cerca del
patio de la casa, me quedé un rato parao
y pensando. Y mira que no volví a
escuchar al hombre o lo que fuera. Pero otra voz que sólo escuchaba yo, que
tampoco sé de dónde salió, me decía: no sigas parao ahí Anselmo, termina de
entrar a tu casa… Anselmo, vete para tú casa, tienes que hacer caso!
Yo no sé de donde salió esa otra voz. Y me repitió
esa voz: no sigas, vete para tu casa, tienes que oírme, lo que has escuchado no
es un grito sino un llamado que no es bueno para ti! A lo mejor no era un grito
de persona lo que yo escuché sino de algún espanto que me quería echar una
vaina, o podía ser un espíritu cuidando un puñao de morocotas para un bendecido
que no era yo.
Y si yo hubiera seguío me han podido dar un
trancazo o un buen susto. Pero creo que un ánima bendita me salvó. De verdaita,
porque después de ese día más nunca escuché nada por esas tierras que se ponen
tan oscuras y quien quita que esos gritos eran de entierro y morocota. Y uno, como buen cristiano, se puso a buscar la
manera de ayudar.
Pero cuando conté en la casa lo que me había
pasado, la flaca me dijo que todo se debía a que yo siempre me la paso de asomao. Y yo me quedé en silencio pero
pensando en lo que sería la joda de la vida si nadie se asoma a ver qué le pasa
al del lado y que puede andá necesitado
de un pedazo de pan o de quien le rece un padrenuestro.
Enlaces para otros Cuentos de Don Anselmo
LOS TIGRES BLANCOS
LA BOTIJA DEL CIRUELO
La compilación y registro de estas joyas me llena de sonrisas
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