DE LOS
SUEÑOS QUE SUEÑO PARA TI
Carta de
Alberto a su hijo
George
Henrique en otro de sus julios
Hijo
Otro siete del siete se cumple en este año 17. Y una vez más nos reunimos
para cumplir los rituales de amor que aprendimos a ejercer juntos desde que
naciste.
No ha sido fácil el recorrido. Ni para tu madre, a quien no pude
acompañar el tiempo que debía, ni para ti que tuviste que crecer antes de
tiempo y alcanzar una seriedad que no correspondía a tus años.
La vida me despidió físicamente de tu lado y el de tu madre. Y cuando
eso ocurrió no habían aún comenzado a madurar los granos en el campo, y la
leche para llenar las taparitas todavía no había brotado de las ubres. Ya se
anunciaban los tiempos que habrían de venir. Y la angustia y la congoja eran
las coordenadas que rodeaban nuestro vivir.
Y sin embargo, era nuestra la alegría de descifrar el mapa de los
números y aprendernos los nombres de las nubes que nos conducían montaña arriba
hacia el territorio de los inviernos. Pude verte crecer a mi estatura y grabarme
esa sonrisa que me prodigabas cada vez que me dabas un abrazo, como queriendo
que nunca partiera de ese lugar.
Pero ni tú, ni yo, ni tu madre estábamos preparados para dejar vacante el
puesto de los sueños que jugábamos a construir con tu tía mery. Con ella
viajábamos al emporio del asombro y las imaginerías, como una manera de doblegar
las fuerzas que coaccionaban la brisa, los
aromas y el sabor del trigo y el maíz.
Y yo me fui cuando ella no estaba, intentando a su vez reconstruir un
mundo roto. Y tu madre, campeona en el
arte de las batallas perdidas, hizo de sus lágrimas un río que diera de beber a sus hortalizas,
un puente para cruzar las aguas los días de inundaciones y un pozo de agua
dulce que nutriera tus memorias con el sabor de las golosinas, los confetis y
la algarabía que poblaron tu nacimiento.
Y durante todos estos años tu madre ha sido tu viga, tu muro protector y
tu cajita de música. Te fue fortaleciendo las alas para que pudieras salir a
volar por tu cuenta. Sabía bien que yo te había dejado mi corazón plegado al
tuyo. Y que tu tía te cubriría siempre con esas alas que ella se inventa que
sirven para echar a volar todos los rituales de amor que ella vive derramando
como secretos talismanes.
Hoy estas cumpliendo 19 años, hijo. Y me parece que el tiempo no se
detuvo a contemplar la montaña donde me
guarezco en las noches. Que pasó raudo entre las colinas. Y en todo ese
transcurrir superaste las pruebas. Concluiste tu etapa primera de aprendizaje y
te dirigiste a conquistar nuevos espacios armado sólo con el equipaje de amor
que dejé cosido a tus aperos. Y sé que los has hecho muy bien.
No te han detenido tropiezos, dificultades ni la angustia de este tiempo
que se ha vertido sobre nosotros sin misericordia para dejarnos ver la parte
más inclemente del hombre y a la vez al hombre más vulnerado.
Hemos tratado de protegerte, no alejándote de la realidad, sino con esos
escudos protectores que los padres tenemos para los hijos donde quiera que
estén.
La tierra tranquila que conocimos perdió su verdor. Los ríos dejaron de
ser cristalinos. Los vientos quebraron las ramas de los árboles. Los rostros de
los hombres se volvieron turbios. Y perdimos la posibilidad de confiar en el
que siempre tuvimos al lado.
Veo desde mis montañas de este hermoso pueblo de Boconó, que conocí teñido de verdes, aromado de hortalizas, pletórico de esos rostros anónimos que conocen la magia de la niebla, el camino de las constelaciones y que leen en las estaciones de la luna el tiempo exacto del nacimiento de sus cosechas, todo lo que
ocurre y me entristezco profundamente.
Soñaba para ti un porvenir más amable. Y
para tu madre menos dificultades que las que ha tenido que confrontar. Pero sé
que ambos tienen material del bueno para enfrentarlas. Y en eso confío.
Pero como nunca te toca acerar tus convicciones, los principios de vida
que han guiado nuestros pasos. Los valores esenciales para hacer del vivir un ejercicio
profundamente humano, en medio de un tiempo que ha cambiado sus coordenadas
espirituales por geografías de guerra, estafetas de odio y circunvalaciones de
terror.
Hay que erguirse contra toda destrucción y jamás olvidar el más primitivo
de nuestros oficios: el de sembrador de semillas, ideas y acciones guiadas por
la justicia, la libertad y el amor.
Llegas a una edad adulta enfrentado a serias vicisitudes. Superarlas te
hará crecer en fortaleza, en claridad y en esa sabiduría que no se adquiere con
títulos académicos sino en la escuela diaria de una sobrevivencia que no
atropelle al otro que subsiste junto a nosotros.
Tendrás que exigirte más a ti mismo, tensar tus cuerdas al máximo,
comprender a cabalidad, como dice tu tía, que la vida es una difícil travesía,
pero que ella, si entrenamos el ojo para mirar y no sólo ver, nos entregará instantes
de plenitud, más valiosos que todo contratiempo.
Yo seguiré, en los términos el viento, acompañando tu andar. Procurando
que los huertos den sus frutos y que tengan tiempo de madurar. Soplando siempre
en dirección al porvenir, desde un presente que hay que construir, cincelar y
armar, casi como si se tratara de un gigantesco rompecabezas cuyas piezas
completas sabemos que no tenemos.
Sólo quiero concluir, hijo, con tres cosas. Estoy profundamente
orgulloso de ti. Cuídate y cuida a tu madre. Y no olvides jamás que
desde mis predios de neblina, mis cauces de agua, los territorios de los sueños
que cada día sueño para ti, voy a tu lado, sin espejo de sombra, y con la iluminacion de un diminuto farolito que me nombra, para entregarte una
presencia que queda conjugada a tus latidos, cada día, para siempre.
Tu padre
07 julio 2017
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