Una vocinglería es un grito que asciende por los arrecifes del esternón, se estaciona sobre las cuerdas vocales y allí cincela, con la garúa de los suspiros contenidos, un expediente de arcilla, que como una honda se dispara hacia el aire, hasta escribir en el tiempo un clamor irreverente y tenaz por la vida.
CAUCE DE PALABRAS VIVAS
No es un desafuero ni un grito sin silabeo. No es un silencio abruptamente quebrado por una herida mayor. Es un cauce de palabras vivas, paridas en los lienzos del dolor, sin otra atadura que la que alcanza al otro quien a su vez la deja ir hasta la próxima estación de los sueños.
Es una carta escrita a lo largo de la historia del mundo, enmudecida de tanto escarnio, doblada en los pliegues de una piel que nunca se curtió de penas, buscando aljibes para alcanzar la estatura de la hierba. Construyendo abecedarios para rubricar una lengua que no espante.
Una vocinglería es un susurro, apenas un rumor, que hace camino desde los estremecidos muros de la tierra que cobija la muerte, hasta el diminuto agujero que alcanza la verticalidad de una chicharra, para desde allí emprender su travesía de grito.
Es una acusación y es un clamor. Una plegaria que se fuga por los tubos de un órgano antiguo, tramonta los vitrales y va al encuentro de los molinos de viento. Es el cuero recién tensado de un tambor que sabe que su resonar llega al otro lado de la colina, como si fuera una señal de humo escribiendo el mapa estelar de la esperanza sobre los cielos del planeta.
Una vocinglería es este retazo de letras organizando la rebelión de los verbos, para que nunca más sean utilizados en contra de otro. Insurrección del espíritu, capaz de espantar la violencia mediante la cual se aniquila un corazón desarmado e indefenso.
Subversión del grito para que retumbe en el oído de los sepultureros y los asesinos, hasta que no haya manos que dejen escapar los disparos, empuñen las hachas o expulsen los detonantes de fuego y masacre por los poblados del desahucio y el exterminio.
Una vocinglería, en el fondo, no es más que un poema de amor, que va sin estruendo haciendo nido en el corazón del hombre.
TIEMPO DE SOSPECHOSOS
¿Y cómo hoy, en este expaís destrozado, en este coloniaje del odio, en esta desventura del poder, no hacer de mi voz una vocinglería, de altos decibeles, para decirles a los pretendidos dueños de la vida, que somos culpables de todos los delitos que nos acusan, y que aquí venimos a entregarnos, antes de que vengan por nosotros, con solo esta estopa en la garganta, esta gota de sangre en la lengua, esta sal que derramó sus linos desde hace mucho sobre las gravas del tiempo?
Vivimos un tiempo en el cual cada uno de nosotros se ha convertido en sospechoso para quienes dirimen la dirección de la vida y la perpendicularidad de los deberes. Sospechosos de no ser dóciles, de dejar que las pupilas se extravíen en los fuegos de las tardes.
De no querer portar armas, de negarnos a ignorar al que pasa por nuestro lado, extraviado en las órdenes que alguien ajeno le impuso. Sospechosos para quienes son capaces de acometer los crímenes y tropelías que hicieren falta para mantener en alto la ausencia de jerarquía humana.
Vivimos un tiempo que se nutre de desechos y que se aferra a la delación, a la pérdida de la brújula del hacer que nos traslade al mañana. Un tiempo en el cual los poderosos, como ayer, sólo les interesa mantener su dominio, al costo que sea.
EL ESTADO POLICÍA
Y cuando se llega a ese punto, en el cual la mentira ya no fulgura como una verdad en los ojos de los mendigos, cuando la quiebra de lo humano se derrama como un aluvión sobre el reparto de los beneficios ajenos, cuando no basta la promesa demagógica para mantener en vivo el mito del repartidor de alegrías, al Estado que se utiliza como arma represiva no le queda otro recurso que organizarse en base a instituciones quebradas y pervertidas.
Cuando se pasa por encima de un mínimo código de deberes, espejo de alguna vision que se vigila y cuida, ya el Estado se dedica a producir instancias especiales capaces de contrarrestar todo lo que pueda erigirse en su contra. La ley deja de cumplir su función reguladora para cercar al hombre en todas sus expresiones.
Y el Estado se convierte en un estado policía, un estado delincuente, que se ve en la necesidad de legislar a favor del terror, con la excusa de contrarrestar a sus enemigos. Y cuando esto ocurre es porque el Estado ya no es más que una instancia que requiere de poderes extraordinarios, instrumentos represivos, para poder garantizar su propio sueño de dominación.
Y un Estado así está por sí mismo decretando su partida de defunción, aunque se lleve por delante a muchos seres atenazados, humillados, doblegados por medio de la coacción, el miedo, la amenaza, el chantaje.
Y qué paradoja que un Estado que se autoproclama revolucionario, antiimperialista y humanitario, termine utilizando los mismos instrumentos de los imperios de los que quiere diferenciarse.
GLOBALIZACION DEL TERROR
Curiosa coincidencia que tanto en Estados Unidos como en Venezuela, casi al unísono, se decreten leyes antiterroristas, dirigidas, no a acabar con el terror, de los cuales ambos son los principales accionantes, sino contra la disidencia, contra quienes se les oponen, contra quienes no se pliegan a un hacer lleno de violencia y de muerte. Ambos agentes demuestran así su condición fraudulenta.
Después de todo, en este planeta en el cual lo único globalizado es el narcotráfico y el terrorismo, la mercancía de la guerra y la rebatiña del petróleo, de uno u otro signo, a quién pueden importarle los tales derechos del hombre, de la vegetación o del aire contaminado que respiramos.
Hay uranio suficiente para sacudir la tierra. Hay armas suficientes para organizar todas las invasiones que hagan falta al predominio de uno o de otro. Hay el suficiente naufragio del hombre para permitir que millones de niños mueran de hambrunas. ¿A quién puede importarle entonces que a un ser humano se le asesine, secuestre, torture, veje, encarcele y desaparezca entre los muros del horror?
¿A quién importa que un niño se despedace con un explosivo a su cinto para que en nombre de alguna divinidad proceda a exterminar a otros hombres que nisiquiera conoce? ¿A quién que la masacre continúe, se extienda, se multiplique en todo espacio donde alguien es ajusticiado, exiliado, corrompido o domesticado por el simple hecho de existir? ¿Cómo, cuándo, quiénes detendrán este horror inacabable?
AQUÍ MI EXPEDIENTE
Y en ese sentido, señores cómplices de estos poderes, en todas las instancias en las que estén, antes de que se inicie una nueva etapa, ahora legalizada, de muerte y persecución, antes de que el miedo y el horror se instalen en cada esquina de este expaís en pleno destrozo, antes de que el vecino a quien me unían vínculos de amistad me delate, el señor de la esquina que cada día me ve pasar me mire de modo extraño, antes de que algunos de mis antiguos compañeros de viaje me comience a ver como si yo fuese su enemigo, antes que nadie me acuse porque profeso un credo libertario y un código de deberes, como el que sostuvo Pío Tamayo, de mejoramiento moral para con nosotros mismos, de ternura para con los nuestros y de solidaridad y sacrificio para con la humanidad, levanto aquí mi propio expediente.
Soy sospechosa de estar contra las tiranías, las dictaduras, las falsas democracias, las revoluciones mentirosas, y todo engranaje caudillo-mesías, que pretenda suplantar la vida de los pueblos por sus nefastos beneficios
Soy abiertamente culpable de enfrentar toda autocracia y toda expresión de violencia.
Soy culpable de negarme a ir a votar porque me opongo a legitimar el totalitarismo de este régimen y su carácter criminal.
Soy culpable de hacer y estudiar la historia actual con el fin de levantarle un expediente a este tiempo de asesinos.
Soy culpable de fabricar Embusterías cada día para poblar el horizonte de mandarinares.
Soy culpable de no conciliar, y de hacerlo con el único instrumento que tengo para combatir: una vocinglería, que es un grito, una denuncia, que resonará hasta los confines de este expaís, aunque me enmudezcan.
Y si eso ocurre, estas vocinglerías, que son mi carta de identidad, mi ADN, mi genética celular y astral, y las que seguirán surgiendo desde todos los parajes donde el hombre se sienta ofendido, disminuido, recriminado, se regarán por el aire y por el agua, haciendo sentir sus furias y sus sueños de un tiempo distinto.
ME DECLARO EN REBELIÓN PERMANENTE
Por ello, me declaro en rebelión permanente contra la injusticia, la privación de libertades, el atropello, la complicidad, las negociaciones, el abuso, el crimen, la superioridad de unos contra otros, el chantaje, la tortura, el vejamen, el hambre, la miseria promovida y mantenida.
Me distancio de los aduladores y traficantes de oficio, los que medran a la sombra de los poderosos, para alcanzar vergonzosos beneficios, los que se autocensuran y los que censuran, los carceleros, los pulidores de aldabas, los demagogos y los mentirosos, los que disparan sin misericordia, los que venden las armas y los que la revenden.
Confieso que trabajo a la luz del día, con las puertas abiertas y los teléfonos intervenidos, para abrir conciencia sobre el proceso de destrucción que vivimos, para convocar una conciencia colectiva capaz de oponerse, por la vía pacífica, al viejo orden que con nuevos nombres, nos ha convertido en expaís y en exseres humanos,
Y por todos esos cargos y antes de que me acusen de algo distinto a las faltas que he confesado, antes de que me siembren con alguna arma, droga o explosivo oculto, antes se me expida una orden de captura, o se me quiera sorprender en alguna esquina oscura, aquí presento mis señas y me pongo a disposición para que se me abra el juicio que a bien tengan.
ADVIERTO: MI JUICIO SERÁ COLECTIVO
Sólo advierto que mi juicio será colectivo. Y que si logran acallarme, detrás de mi, vendrán nuevas vocinglerías hasta refundar este tiempo de miserias que nos quiere convertir en verdaderos desechos.
Y que, con Whitman y León Felipe, he aprendido en mi tránsito por el dolor, que la luz viaja en una gota de lágrima que el corcel del viento toma entre sus alas para depositarla en las tierras baldías. Y que lo seguirá haciendo persistentemente hasta que al fin reverdezca la vida y los hombres puedan ser sacerdotes del hombre y sus propios sacerdotes, en un tiempo ungido de verdadera humanidad.
Este sentimiento tan hermosa y humanamente expresado gana vigencia cada minuto! Es terribe sentirlo tan vigente. Me declaro tan culpable como Ud de buscar incansablemente, en esta tragedia, al ser humano perdido. Me declaro absolutamente culpable de querer vivir. Confieso mis dudas sobre el futuro, el presente no me da esperanzas. Me alegro de compartir los mismos cargos que asumo con plena responsabildad y orgullo.
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