Quien pudiera dejar un retrato como éste que escribiera Antonio Machado. Tener esa transparencia que retiene lo esencial dejando a un lado las romanzas de los tenores huecos.
Quién pudiera amar la hermosura de la rosa sin los afeites de la actual cosmética. Aquel que distingue entre las voces de los ecos, solamente una.
Y querer ser -como él- quien deja su verso como el capitán su espada, famosa por la mano viril que la blandiera y no por el docto oficio del forjador preciada.
Ser más que un hombre al uso que sabe la doctrina, en el buen sentido, un hombre bueno.
De sus manos, su corazón y su palabra, de su escuela Popular de Sabiduría Superior, hemos andado desde que lo conocimos. En medio del fragor de la rebeldía adolescente, Antonio Machado y Juan de Mairena nos enseñaron a mirar más en profundidad, a aprehender lo que está en el interior de lo que vemos y de aquello en que nos hacen creer.
Guiaba y sigue guiando nuestro destino hacia esa sabiduría popular, más consciente y alta, que todas las doctrinas que armadas de tanta ciencia, aún no disciernen como devolverle la alegría al hombre vulnerado.
En este nuevo aniversario le reiteramos nuestro afecto, nuestra admiracion y nos declaramos alumnos permanentes de su Escuela de Vida y Porvenir. mery sananes
Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignò Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñò el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansiòn que habitò,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
ANTONIO MACHADO
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