Si en un árbol que anda de otoño
encandilado de sol se puede leer
la historia del agua del aire del fuego
por qué el hombre no logra alzarse
más allá de la hondura desgarrada
de sus penas hasta el paisaje que
le dibuja la vida en nervaduras silentes
que llevan en su cauce la respuesta
a todos los misterios y la clave
de todo porvenir
Si en las diminutas arterias que remontan
el verde clorofila de sus suspiros
hasta el horizonte vertical del azul
se inscribe la estatura frugal e irreversible
de la trascendencia por qué aún no
advierte el hombre que en el anverso
de los párpados en el complejo entramado
de las cuerdas en el sonoro arrecife de
un corazón en movimiento hacia las rutas
inéditas de sus propias floraciones
reside el asombro mayor de la existencia
Si en la curvatura de una rama se congrega toda
la sabiduría de la que está compuesta la vida
por qué el hombre que pasea su mortaja
como si tuvieran destellos los ventanales
de sus pupilas no descorre todos los cerrojos
que atan su andar a los pasajes de un tunel
y le abre compuertas a la noche haciendo
estallar la estrella que lleva detenida en su
costillar hasta que irrumpa otra vez como
un río su paso andariego en premonición del
mañana que aún no hemos previsto
Si allí en esa imperceptible estación
de la hoja que aún no se abalanza sobre
la tierra y el polvo que la hacen volátil
como una mariposa se conjuga la tarea
precisa que siembra la tierra con sus bosques
por qué el hombre aún no se decide a escribir
el código infinito del que estamos
hechos para trascender toda carencia y
alzarnos al reino del universo con el traje
de la ternura mientras poblamos el planeta
de frutos granos y estampidas de besos que
se fraguan sobre la risa de los niños que
nacen en los lechos de las aguas y
en el refugio de los sueños
Aquí en este árbol de otoño al que ya
lo cubren amaneceres de escarcha se instala
inalterable una leccion que aún no aprendemos
y que hace falta deletrear en todos los abecedarios
hasta que este hombre manso que somos
teja la algarabía de su simiente en el trazado
simétrico de una historia que aún no
comienza pero que hay que enhebrar laboriosa
y pacientemente hasta que el rostro se nos
cubra de la imaginería de la hoja y las manos
se nos extiendan como ramas en vuelo en el
espacio del silencio que precede todo nacimiento
para que vayamos al fin a parir la vida
que no hemos vivido
escrito en noviembre 2009
publicado en embusterías el 14/12/2012
Antonio Vivaldi / Las cuatro estaciones / El otoño
texto y fotos / mery sananes