En un agosto como éste 
lejos de tus enseres
de la silleta donde jugabas a contar 
los almendrones y las uvas de playa 
  en la acera de aquel solar aromado
de azahares y pan de avena 
en un instante inatrapable 
de un tiempo sin medida
de improviso y sin que se meciera
uno solo de los estambres violeta 
de la espiga de la caña 
desde el alero de tu delantal
y el movimiento de adagio que
surcó tus ojos alzó vuelo aquel
pañuelo mágico que giraba entre 
tus dedos como un molino de sueños 
mientras guarecías en él los dolores y 
las penas de los transeúntes que se 
asomaban a tus costados con un 
desvelo adosado a  su pecho
Era un pañuelo hecho de besos 
y de pétalos que se confundían 
en tus manos con las semillas de 
granada y la corteza de las guayabas
con las que hacías las confituras
          que obsequiabas a todo el que
se acercara a tus predios encantados
A veces guardabas entre sus pliegues
racimos de hojas que desde el
patio inundaban la casa con sus 
esencias de gajitos de naranja
Con él recogías el llantén y la hierba mora
para preparar guarapos que curaban
todo mal y sorteabas la maleza en busca del
cilantro de monte con el que iluminabas
tus manjares con ese sabor a mordedura
de hierba y a río de verde menta
 
Cuando te lo pasabas por el rostro
tus ojos encandilaban de tanta transparencia
y en aquel gris de honduras que prevalecía en
tus cristales se podía llegar hasta los recodos
de un corazón estremecido de amores que
repartiste como si aquella diminuta 
tela blanca doblada sobre sí misma
pudiese al abrir sus compuertas 
convertirse en un inmenso alpistero
Era el mismo pañuelo que secaba 
la sal de las faenas en las que te volcabas
sobre el fogón para que tus manos 
trazaran la geometría del maíz 
endulzaran el guarapo aliñaran  con
los vergeles de tu alma los milagros 
de tus empanadas en las que todo guiso 
cuajaba y todo anhelo de amor se saciaba 
Era la tela que te resguardaba mientras
extenuabas las paletas de madera en
el mango verde hasta que el hervor
lo moldeara como un camino de
huertos corriendo alegre
al interior de  los recipientes
El pañuelo en el que guardabas los secretos
más dúlcimos de la vida en el triángulo 
indescriptible de tu sonrisa 
y en la tristeza que siempre se vislumbraba 
en el fondo de tu andar como si aún llevaras
entre tus brazos a ramón 
En el que cupo todo el mar que pintan
 de azul los cielos cuando te llegó 
la noticia de aquel andamio que no supo 
de alturas y se precipitó sobre tu ojos 
como un campanario quebrado
 
El pañuelo que convertiste en una cesta de
mamones y jobos para ir a endulzar las heridas
del hijo en aquella ventana convertida en 
campo sonoro de una sinfonía que nunca ha
cesado de irrumpir en el silencio con su
continuo de cuerdas y sus arpegios de viento
El pañuelo con el que cubriste a toda prisa
el dedito atrapado entre metales que dejó en
la acera su pedacito de canto
El que usabas hecho caricia cada sábado 
para acurrucar entre sus pliegues los 
encantamientos de una niña que en tu regazo 
conoció la ternura y la urdimbre
del amor que como un delta se derramaba sin
estruendos para que los peces conocieran el
sabor a papelón de los ríos de tu pueblo
El que dejaste a orillas de aquel golpe que
cavó un pozo en el nido de los tejeritos
como si se hubiesen robado los mediodías 
secuestrado el cordel de la luna atrapados
en un redil los cocuyos que alumbraban
tus noches de velar el camino hacia la
molienda azafate vacío para plenarlo de
panes con el tesoro de tus dedos
El que depositaste a orillas de nuestro
desespero para que con él continuáramos
tu trabajo jardinero tus labores de maga
Y cómo nos hemos aferrado a ese pañuelo
en cada hora de los desencantos 
las ausencias las ramas quebradas 
de árboles que aún no han nacido 
En él escribimos cada jornada en la que
hemos batallado por reconstruir los hilos 
de una alegría que reside en el palomar
de tu vestido del cual siguen saliendo
sin cesar trinos de paraulatas cantos de 
turpial y las cuenterías de tu risa
navegando en la catedral de luz de las
flores de baile encendidas en tu nombre
por siempre y para siempre
en los agostos de tus abrazos
mery sananes
08 de agosto del 2011
 
 
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