Esta ventana la abrimos el 27 de mayo del 2014, para festejar la Risa de Ana Dolores. Dos años después sabemos que quien, como ella, anda por la vida derrochando amores y sembrando florerías, no se ausenta jamás.
Sólo toma vuelo para acompañar a sus pájaros en ese hacer nidos en el bosque del vivir. Y allí la encontramos cada vez que giramos los ojos al mirar esencial.
Tal vez no sea por casualidad que haya nacido el mismo día que Isadora Duncan.
Hoy sabemos que su risa se multipla y esparce como polen sagrado, miel de mieles. A ella le cantamos y la celebramos un año más...
que cancele el horror dé al traste con la muerte se reconcilie con la vida y le abra compuertas a la alegría un verso que siembre pólvora en la rosa que arome de azahar el recinto de los sueños dinamite los geranios para que puedan esparcir en el corazón del hombre su botánica condición un verso que no espante que reconstruya el lenguaje de las mariposas tan semejante al que debió ser el de esta devastada humanidad un verso-almácigo que venga cargado con su cosecha de abrabesos que abra trochas en el intrincado bosque del terror un verso fraguado en madera con color a miel marina que nos devuelva la risa arrebatada del hombre
que venza la congoja
con un telar de hilos de fósforo
que trace la geometría
de la pomarrosa
y la descendencia exacta
de los milagros
que restituya la circunferencia
del abrazo
restablezca el diálogo
que nos enseñan los pájaros
rescate las huellas de luz
que el aprendiz de hombre
ha dibujado sobre la noche larga
de su penuria
que devele el poder de las palabras
que mienten
y de las palabras
que socavan la noche
en busca de los días que vendrán
un verso que desvíe la bala
de su recorrido de muerte
para convertirla en lámpara de tierra
que nos despierte el alma
hasta convertirnos en eternos
centinelas de la vida
que desate
las furias del amor
hasta arrasar con toda extensión
de odio
el verso trueno que no ha encendido
aún su fulgor sobre las nubes
un verso volantinero
tan gigante
que quepa en la pupila de un niño
un verso saeta que se abra paso
hacia la palabra humanidad
que venga apacentando bosques
detrás de los luceros
con sus ansias de arbolas
y sus ribetes de lumbre
un verso topo
que venga cincelando
en la piedra
la casa florecida del hombre
aunque el suspiro se cuaje
desde las honduras de un pozo
mery sananes escrito en el 2003 publicado en abril del 2010
Tal vez pueda afirmar que la forma de escritura que más se aviene a mi templanza es el papel que se redacta sin otra métrica que la respiración ni otro límite que el aire.
Hurgando en mis memorias, encontré estos textos. Dos cartas dirigidas a Jesús, amigo y alumno de aquellas aulas de la Escuela de Letras que alguna vez fueron mi residencia.
Uno habla sobre la verdad y la mentira en literatura. El otro sobre los libros y la palabra. Ambos pretendían responder inquietudes planteadas, más allá o más acá, de las definiciones convencionales y el conocimiento cercado.
Y mis reflexiones apuntaban entonces y hoy, a convocar el asombro con el cual cada quien pueda nutrir su propio conocimiento del mundo, y alcanzar el más hondo sentido de su vivir.
mery sananes
mayo 2016
Jesús
Hace más de dos meses me dijiste que querías que conversáramos sobre un tema en particular: la verdad y la mentira en la literatura. Desde entonces hasta acá, muchos motivos involuntarios, ajenos, han impedido que podamos intercambiar ideas sobre esta temática. Pero no por eso he dejado de pensar en ella. Tú eres alguien muy especial para nosotros. Alguien por quien sentimos un afecto de esos que se anidan en el corazón y allí se queda, como un equipaje cálido que nos acompaña.
Y a falta de haber podido, hasta el día de hoy, hilvanar las palabras para preguntar y repreguntarles si son guijarros que el río hace danzar en su cauce o sin son saetas disparadas al interior del hombre, para irrigar la vida, te escribo estas líneas que dibujan sobre el papel una diminuta espiral que tu deberás tomar para hacerla girar y girar, hasta que alcance la dimensión de la armonía.
En verdad ¿cómo hablar de la verdad y la mentira? ¿Abordaremos acaso la literatura como si fuese un discurso especial, con sus propias leyes, su ámbito de realidad-irrealidad, que podemos desde afuera, dirimir y definir? Esto es tan difícil como calificar la palabra que inventamos para que el paso tenga un lecho de tierra húmeda donde sembrarse.
¿De qué verdad podríamos estar hablando? ¿De qué mentira? ¿Podrá alguien, en algún sitio, establecer el límite exacto entre una cosa y otra? Tocamos el propósito de la palabra, el peso de su materia, la dirección de su vuelo, la específica densidad de su vulnerable y frágil estructura.
Porque si decimos mentira ¿acaso no estamos jugando a quebrantar la ruta de los aterrizajes para adentrarnos en el espeso bosque que cubre los agujeros por donde se asoma el canto de las chicharras? Y si decimos verdad ¿no se trata acaso de que hayamos hecho el recorrido desde los copos más altos al pozo hondo y vertical que invoca las más cristalinas fuentes de agua?
La palabra es un bajel de velas blancas, el espacio diminuto entre los pétalos aromados de un jazmín bañado de rocío en el amanecer. Es el trino que se adhiere a la flor y la estelita de plata que dibujan las caracolas en el océano inmenso de la tierra cuando despierta.
Tiene el don de los ojos que la ven, de la caja de resonancia de quien la recibe como un talismán y la devuelve al viento, enhebrada en hilos de hierba. Tiene la dimensión del infinito cuando la toca el amor. O puede volverse pequeñita, para recostarse en la corteza de los árboles viejos, para marcar allí el círculo del tiempo en las señales del siempre.
Esa es la palabra que cultivamos. La que construimos callada y solitariamente desde nuestro taller de ilusión. Es la palabra vegetal que trepa sobre los muros para pintarlos de verdiazul. Y es la palabra mariposa que hace su viaje desde la oruga hasta el vuelo vertical de las cascadas, tan sólo para describir el arco de una luz.
Es la palabra suspiro que nadie puede atrapar entre sus manos, pero que resiste en su ingeniería sideral la fuerza de todas las tempestades. Es la palabra silencio hecha a modo de cuenca, vasija o ritual para que se convierta en el espejo de los mapas estelares y el paisaje sagrado de las pupilas encendidas. Es la palabra honda que se dispara como un barreno de fuego sobre los espacios deshabitados de ternura.
¿Pero será acaso verdad todo eso, Jesús? ¿O será el anhelo que quiere hacer de la palabra una arcilla moldeable a los sueños? ¿Tendrá la palabra realmente el poder mágico que le otorga el sentimiento? ¿O aparecerá en medio del océano, materia fulgurante, para distraer a los Ulises? ¿Verdad o mentira?
La palabra no es sino el espejo que te mira, para que tú te veas en él. ¿Cuál es la imagen verdadera? ¿La que se estampa sobre el espejo de agua cuando te vuelcas sobre él? ¿O la que el agua te devuelve? ¿Y qué ocurre entre ese trayecto entre tú el espejo? ¿Cuál de las imágenes atraparemos? ¿La que se detiene inmóvil o la que se arremolina, cuando el pez muerde el aire, haciendo con sus aletas un discurso oceánico y musical?
¿Sabe la garganta acaso cuando emite un sonido que es un arpegio o cuando deja salir un grito hondo y largo que se quiebra al final en infinitas aristas de cristal?
La literatura existe porque el hombre un día tuvo que inventar la palabra para atrapar con ella todo lo que había perdido al levantar la primera cerca de la historia del mundo. Entonces creyó que poniéndole límites a las cosas se hacía propietario de ellas. Y se equivocó. Jamás volvió a recuperarlas.
Perdió el vehículo del viento y el equipaje frugal de las montañas. Extravió el movimiento de la mano que construía arcos para que pasaran por ellos la luz y se dedicó a levantar ladrillos para hacerle muros a su corazón. Se le escapó el don de la mirada donde la poesía fluía como un incesante manantial, para quedarse sumido en la oscuridad.
Y allí en ese pozo hondo e incesante, como un orfebre fue fabricando la palabra. Con ella reinventaría la vida que truncó desde su propio nacimiento, para postergar para el futuro la verdadera humanidad.
Con ella se hizo un abrigo, la hizo color y movimiento, grito destemplado, sonido silbante de una bala homicida, piedra de amolar, canción rota, concierto de lluvia, océano de lágrimas, granada que estalla en fruto ácido, compuerta que se cierra, ventana que se abre, amuleto que se hace ritual, caricia breve que recompone el universo en su sola marejada, aluvión o estrépito, golpe de ataúd, pena de penas, solar de jazmines, resaca de todo lo sufrido, sinfonía del universo.
¿Verdad o mentira? El mago siempre serás tú.
mery
noviembre / 1999
Jesús
Los libros no son más que accidentes
geográficos, en los que algún muro de contención delimita el cauce de las
aguas, y les construye un camino que solo es temporal.
Las palabras siempre vuelven a escaparse
por entre las rendijas de las piedras para regresar a su residencia de viento y
de rocío.
En realidad, siempre he creído que la
palabra se inventó el día en que el hombre dejó de comprender la relación de
hermanos que existía entre él y el otro. Desde entonces, ha llenado el universo
de palabras para tratar de explicar esa incomunicación, que nos dejó absortos
en el mayor de los silencios y en la más
terrible soledad.
Como si una cuadrícula gigantesca
hubiera hecho añicos el paisaje, quebrándolo en pedazos, hasta exilar de la
vida los arcoíris.
A veces, sin embargo, somos ilusos, y
tomamos la palabra como si fuera arcilla que pudiéramos moldear a la medida de
nuestros sueños. E inventamos cántaros y tinajeros, para con ellos esparcir de jazmines
los corredores del alma.
Por eso, mi querido y dulce Jesús,
cuando pongo en tus manos estas hojas de papel, que quisiera más bien estuviesen hechas de hierbas olorosas, lo
hago como quien abre las puertas de un huerto que sólo fructificará cuando de
nuevo la palabra recobre su condición de talismán, su oficio volandero de
cometa, su esencia de bajel.
Mientras, sé que en tus manos, tendrán
el cobijo de quien también es ilusionado
peregrino en medio de estas tierras devastadas, y de quien dibuja en el
silencio melodías que la brisa transporta como polen de futuros amaneceres.
Y si algún día el trabajo dejara de ser una faena
forzada un itinerario de penas un
tiempo de los otros para convertirse en nuestro
derecho a construir un camino de agua un torrente
de guijarros una suma de caracolas donde
albergar la risa si no fuese ese oficio ajeno
de contabilizar salarios y plusvalías sino un
almacén de astromelias para edificar
la vida los días no tendrían esa
dimensión de calendarios sino que abrirían sus
compuertas solares para la resurrección de los oboes y la celebración de las cuerdas entonces cada hora sería
festiva y de nuestras manos saldría un
estruendo de sístoles buscando la
constelación exacta de su infinito el ojo se engalanaría con el
color de los cristales para alcanzar la eternidad que mana del suspiro de los
peces y la respiración de las hojas y la única disputa la
entablarían los azules y los verdes los violetas y los naranjas en
su afán crepuscular de ser albergue y aposento de la alegría del
hombre ¿no bastará acaso con
decidirlo para espantar las tempestades y hacer la travesía del adagio al andante y del andante a la exaltación del allegro que nos nombra y designa persistentes transeúntes de un
tiempo en clave de estremecidas
mandolinas?