Te he celebrado cada día de un calendario cósmico desde los tiempos
inmemoriales en los que aún eras estela en el firmamento, halo de luz cruzando
constelaciones, en camino hacia un planeta azul que amaba los verdes y que soñaba
ser habitado por luciérnagas y girasoles.
Cuando arribaste en un abril sin tiempo ni medida, te
seguí festejando de la misma manera en que uno se arroba ante un arroyo cuando
desemboca en un río o cuando una flor de pronto suelta las amarras de sus
pétalos para ir al encuentro con el sol.
Y los abriles se conjugaron en cada uno de los meses y
los años en el asombro de saberte pasajera de un tren sin horizontes. Y desde
ese primer abrazo que se deshizo de fronteras, distancias y ausencias, me
sembré en tu regazo como en un huerto luminoso que no sabe de despedidas.
Y qué de lecciones, Nona, he aprendido cosida al tallo
de tus pañuelos, en el pleamar de tus lágrimas, en el encendido recorrido de
tus rubores, en la destreza de tus manos sanadoras y en el remolino de tu alma
navegante.
Contigo he surcado el interior de los cardúmenes, el
hombrillo de las tolvaneras, la mirada vertical de los pozos y hasta la
trayectoria que recorre el suspiro antes de convertirse en agonía. Y a cada
tropiezo le has atado un hilo que conduce desde el pasado al porvenir, rielando
memorias y preservando alumbramientos.
Noventa y cinco años es apenas un lapso breve de tu
tiempo. Un amarizaje en el solar de los colibríes, los mamones y los mangos.
Una residencia en el corazón de los niños que acunaste con tu ciencia y con tu
magia. Una travesía por los hijos sin otro árbol genealógico que el amor. Una
estadía en el andén de los estremecimientos.
En cada uno adheriste a la fiereza de las horas, un
soplo de brisa, una ilusión niña, una estancia para renacer desde las fugas
hasta los plenilunios. Y nos acompañaste y acompañas en cada tramo de los
ascensos con sabor a caída.
Tus 95 son una fiesta hasta para las piedras que con
solo mirarte regresan a sus cauces marinos o a la estatura de las montañas de
donde partieron para apuntalar la corteza del vivir.
Y aunque haya derramado sobre tus
silencios todas las palabras que he aprendido a deletrear con el alfabeto de
las estrellas y las partituras de las florerías, hoy en tus 95, me invento un
nuevo lenguaje, sonoro como un arpegio enredado en las cuerdas de un cello,
dúlcimo como una colmena, recio como la cabalgadura del viento sobre el lomo de
un alazán sin ataduras, para dejar en tus recintos el poema que aún no se ha
escrito, pero que recorre el aire como si fuera el acento de tu voz en pleno
ejercicio de tu ascesis.
En él hallarás las crinejas del amor que teje vendavales en el interior de un
dedal para entregártelo, como un manojo silvestre de resurrecciones, en este
comienzo de tus 95 años, que ya tienes registrado como excelsa novia del
tiempo.
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