lunes, marzo 02, 2015

LAS PUPILAS DEL DESCONCIERTO

Montañas de La Azulita, Estado Mérida


Hay fechas que se adhieren a las
piedras en las que cincelaron sus señales
instantes transeúntes que se quedan
clavados en la piel de los silencios
sismos que se aquietan en los
corredores de la desesperanza

Intervalos en los que luz se opaca en el
interior de grutas que sucumbieron
a la persistencia de las aguas
tiempos detenidos en los atriles
de las noches como si le  hubiesen
usurpado el sol de las espigas
y el amanecer de los corales

Ay del hombre lanzado como frágil
pieza de un tablero a la insensatez
de los alfiles y a la ira de los verdugos

Ay del niño sin azafate sosteniendo
entre sus manos la soberbia
de los muros y la letanía de un aire
sin vuelo mientras una lluvia de
guijarros dejaba su escritura de fuego
sobre al asombro de las hierbas

Ay del muchacho que sueña almácigos
en montañas azules sin granos ni frutos
ascendiendo hacia un tiempo
sin nicho ni lontananza

Ay de los disparos sembrados en las
pupilas del desconcierto mientras abrazos
sin nombre recogían la sangre para detener
el tumulto y sosegar la vida en estampida

Ay de la ternura que se recoge entre la
niebla el pocillo de la esperanza tendido
en la mesa de la sed el lecho de ramas
subyugado de cielos en los que la
muerte pasa de largo como un
silencio a punto de quebrarse
en piedra de amolar

Ay de la vida en ruta hacia el abismo
de una historia hecha de cerrojos
por cuyas hendiduras no pasa
el pan de jobo ni el aroma de los azahares

Ay del claustro sepultado bajo el
manto de un océano nacido para
mecer sus peces en los acordes
de un oleaje hecho de la respiración
de dioses ausentes

Ay del salobre zumo de la sal
escribiendo epitafios en el envés
del agua

Y sin embargo los duendes
de la madrugada y el sonido incierto
de cañones que no supieron
del disparo abrieron boquetes
en el letargo de la crucifixión
y aquellos hombres doblados por
la sequía de un mar retenido
en el claustro de las infamias
de pronto izaron las velas de una
libertad anegada de desamparo
hasta alcanzar las riberas de una
historia que cincuenta años después
sigue anclada en el mismo vasallaje
y en el mismo dolor de un mar
amurallado de adioses

Para ellos esta letanía
que suplanta el olvido por
una memoria cosida
con los escombros de una
herida que aún perdura

 Castillo de Puerto Cabello


mery sananes
02 de marzo del 2012

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