TRATADO
DE LA DESESPERACIÓN – LOS PECES
Siempre
medita el agua del acuario
Piensa en el pez salobre y en su vuelo
reptante
breves
alas de silencio
El entrañado en penetrables líquidos
pasadizos de azogue
en
donde hiende
su sentencia de tigre
su
condena
a claridad perpetua
o
ironía
de manantiales muertos tras dormidas
corrientes de otra luz
Claridad
inmóvil
aguas eternamente traicionadas
o cercenado río sin cólera
que al pensar sólo piensa en el que piensa
cómo hundirse en el aire
en
sus voraces
arenales de asfixia
Ir
hasta el fondo
del invisible oleaje que rodea
su neutral soledad
por
todas partes
Tal vez este poema me ha acompañado desde hace mucho,
sin saberlo. Porque ante el cristal de un acuario me ha rondado siempre ese
mismo tratado de desesperación. Y la pregunta que perdura. ¿Acaso no es el
hombre un pez atrapado en un terrario que él mismo se ha construido?
Cambiamos la claridad perpetua por las sombras
permanentes y ni siquiera conocemos el digno estamento de los diminutos topos de
tierra que socavan túneles para abrirle cauces de luz a las raíces de los
árboles que aún no han nacido.
La soledad es la misma, salvo que dejó de ser
neutral, para acomodarse en nuestro desvivir como una función que los
científicos aguardan descubrir para colocarnos una nueva etiqueta que designe nuestra
sentencia de tigre.
Quizás José Emilio Pacheco en este día de enero logró quebrar los cristales de su acuario para derramarse irremisiblemente sobre la memoria de lo que podríamos llegar a ser.
mery sananes
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