miércoles, febrero 10, 2010

PALABRAS PARA JACQUES VIAU RENAUD: NIÑO DE POLEN Y MAZORCA



¿A qué corazón irá nuestro corazón a depositarse?
A qué silbido irá nuestro silbo a renovarse?
Nada sabemos,
cumplimos una jornada que empezó antes que nosotros
y que no concluirá con nosotros.

Jacques Viau Renaud, 1942-1965

Naciste, Jacques, en medio del tumulto de una guerra que no ha cesado. Y lo evidencian tus días de batalla que fueron todos los que coparon los escasos 23 añitos que quebraron las balas siempre asesinas, un quince de junio de 1965, en una tierra en la que no habías nacido pero que hiciste tuya, como cualquier territorio en el que se hubiese posado tu capacidad visionaria, tu dolor universal y tu palabra hecha de un llanto que permanece, pero que clama y convoca la restitución de la alegría.

Y mira el tiempo que ha pasado antes de conocerte y ponerme a indagar entre tus versos la sonoridad de tu voz, a buscar entre las lágrimas el resplandor de la vida que nunca se te fue ni se te irá, pero que sigue atrapada en el cauce de una muerte continuada y extendida que multiplica irreverente el llanto en cada repisa de los rostros violentados .

Y ahora que te encuentro, Jacques, dime ¿cómo lleno esta pagina en blanco, desvalida e inerme, desde la cual trato de asirme a tus versos para continuar esta jornada que comenzó antes que nosotros y que no concluyó con los flamboyanes destrozados de tu muerte, ni con esta vida que aún cargo a cuestas, sin que ese llanto que permanece haya logrado aún que nuestro andar deje de ser un grito estacionado y que nuestro silbo se haya renovado hasta convertirse en canción y estruendo de arpegios?

Sé, como tú, que son muchos los corazones a los que han ido a depositarse los nuestros. Y cómo no he de saberlo si en estos años ganados a la muerte, no he hecho otra cosa que testimoniar ese traspaso amoroso de un brazo a otro brazo, de una sonrisa herida a otro rostro dispuesto a custodiar la transparencia del latido que nace del corazón cuando nada lo oprime ni lo sojuzga.

Sólo, Jacques, que esos corazones a su vez han dejado los suyos en las grietas abiertas de una tierra que no sana ni cierra sus quebraduras, sin que hasta ahora, haya concluido una jornada que se ha hecho desmesuradamente larga. A 45 años de tu ausencia ¿qué ha cambiado que no sea la intensidad del sufrimiento y el caudal del llanto, que todo lo anega?

Dime, Jacques, tú que estás alojado en las pupilas de los niños haitianos que hoy sucumben ante los sismos naturales y sociales, o en los de la otra mitad igualmente ateridos por un dolor que nada detiene, tan largo que pretende hacerse intemporal, o desde los párpados cerrados de los niños de mi tierra, aherrojados y asesinados entre escalinatas y un cielo que no les alcanza, tú que preguntaste en qué preciso momento se separó la vida de nosotros, en qué lugar, en qué recodo del camino, en cuál de nuestras travesías se detuvo el amor, y para qué decimos adiós, dime ¿dónde voy a buscar las respuestas?

Porque me he pasado la vida hurgando entre las piedras, en los pliegues de los rostros, en el olvido en que quedaron quienes se fueron tras las huellas de una luz que aún no alcanzaron, y todavía no las encuentro. Mis ojos sólo han divisado la permanencia del llanto que aún nos queda por derramar y que no desborda la aridez del dolor que se enasta en esta interminable pesadilla.

Dime, Jacques, cómo voy a buscarte para que tu verso borre la trayectoria del disparo, disipe la muerte y convoque al festejo de la vida que no se extingue, si en cada estación de este planeta la pólvora ocupa los espacios del suspiro, si después de tanta muerte no sobrevive siquiera la esperanza sino el murmullo silencioso de las lágrimas que no dejan de brotar desde las cuencas abiertas de los niños que no nacen.

Dime, Jacques ¿cuál es el disparo que libera y cuál el que desata las iras que convocan el llanto? ¿Cuál el tiempo de vivir en medio de esta muerte extendida? ¿Cuál el espacio de la ternura y el amor en medio de la inclemencia de los asesinos? ¿Cómo hago, Jacques, para que la palabra que te arrebataron regrese a las instancias donde renace la vida?

Como quería León Felipe: tomo el testigo de tu mano y como corredor de relevo, me dirijo hacia otra estafeta donde aguardará algún compañero con sus manos abiertas para tomar el mensaje que yo le entregaré, para que continúe la jornada libertaria que algún día nos conducirá hacia los ríos sagrados de una vida donde lo que permanezca sea la alegría y no el llanto.

Y mientras ocurra mi propia muerte, que ya la he vivido tantas veces, seguiré como tú, dibujando florerías con una palabra interceptada, haciendo alquimias con un verso sin rima, abofeteando los sinsabores con la cuerda tensada de una mandolina o un laúd, inventando una y otra vez el alfabeto perdido de la ternura y dejando las huellas de la alegría arrebatada en los canjilones de la tristeza, en el entramado marino de las caracolas, en la atónita supremacía de la chicharra.

Sé, Jacques, que te he ido a buscar y que te he encontrado dibujándole atardeceres de lirios a las líneas divisorias de tu corazón, para que por ellos cada niño pueda alcanzar el otro lado de un camino que vaya tierra adentro, donde florecen los bosques. Que te encontré adherido a las plataformas milenarias de piedras que se deslizan sin saber a quien hieren, o montado en una barcaza cuya brújula sólo apostaba a un viaje sin regreso y sin orilla.

Y te he visto garabateando tus versos en la piel de un tiempo que ha perdido toda noción de los días, buscando incesante que no se detenga el amor que viene estampado en la estructura molecular del llanto. Y contigo he masticado el horizonte de los sueños, y te he dado la mano para sostenerme en el recodo de tu palabra que como una saeta reta en vuelo a las mariposas.

Y he sido gaviota frugal entre tus brazos mojados de llanto, para ver si el estallido del viento, lo convierte en arroyo y en río y en torrente. Y he sido alacena de todo el dolor que sumaste en la brevedad de tu canto para sembrarlo como granos en los surcos de los rostros para que floreciera en un abanico de risas, que cabalguen en caballitos de mares hasta los tiempos de una isla taína en busca de hermanos con quienes cincelar una vida en la concavidad de las constelaciones.

Y no te dejo ir porque aquí en esta casa derruida en la que habito hace falta la tonalidad de tu garganta, la bravura de tu pecho, la melodía de tu canto, para enfrentar la muerte que nos azota, y así renovar el silbo que debe atribular el aire hasta que despierten los palomares de todas las estaciones decididos a recoger el tapiz de las lágrimas.

¿Sabías acaso, Jacques, que cuando tú caías atravesado de metales encendidos, en mi pobre país rico, caían sin estruendo compañeros de ruta que, como tú, soñaban un tiempo sin llanto, con el único escudo de la ilusión y ese gesto amoroso de entregar la vida por un amanecer?

Y así los fuimos sembrando en los solares de la esperanza, con la promesa de que regresarían a ver la tarea de la vida cumplida. Y se nos fueron quedando solitarios en los parajes desiertos del olvido, como si aquellas sonrisas pudieran borrarse alguna vez del porvenir que iban fabricando con sus manos inermes y desamparadas. Se nos quedaron deshabitados y ese dolor se nos fue hincando en el travesaño de los dìas, como una fuga que no concluye.

Y luego el tiempo se oscureció, como si se hubiesen apagado todos los luceros de la noche. Se agrietaron los cacharros del café compartido, se silenciaron los cantos que hacían reberverar las horas. Las armas asesinas pasaron de unas manos a otras, sin que pudiéramos desentrañar qué fuerza aciaga nos llevaba a desmantelar el futuro. Y hasta las palabras perdieron la clave en sol de sus alas desplegadas, para reducirse a arenales que el viento mueve a su antojo.

Y todo lo que intuimos desde el sitial de la ternura que produce la entrega a la vida que vendrá, se fue deshaciendo como un muro viejo y destartalado que cae en pedazos sin siquiera tener testigos de su desventura. Y quedamos desvalidos como un niño que presencia la muerte sin entender qué sinrazón pudo anegar sus ojos con un aluvión de lágrimas que se quedan detenidas en el pliegue de su miedo.

Tú lo viste y lo dijiste: ¿Qué es el hombre combatido? / Nadie lo recuerda. Porque cuando a un hombre se le ha despojado de todo, lo único que permanece es su llanto, porque nadie ni nada podrá quitarle ese recinto de estrellas fugaces, ese soplo de humana condición que tremola cuando sólo queda el vacío y el dolor, ese caudal inextinguible en el cual se ha escrito toda la historia de la humanidad, sin que aún hayamos descifrado ese vocabulario del que están construidos los ríos y los mares, las gotas de lluvia y las de rocío que se hospedan sobre las aromerías de la tierra.

Y así, Jacques, desde el delta salobre del tiempo, en un día que se estacionó en las piedras rodadas de Haití, te encontré mientras escudriñaba líneas imaginarias en los sembradíos de mandarinares. Y atajé el redil de tu verbo taciturno, desaté linderos, desenvolví tu lecho de tierra y te traje conmigo a este siglo conmovido, para que tú conjugues con nosotros tu canto de amor.

Y fue como si te hubieses erguido sobre tus asesinos de entonces y de ahora, y regresaras, navegando en una lágrima, a empuñar el abecedario de tu coraje para construirle caminos de ráfagas y centellas al llanto, nubes viajeras a la tristeza, andenes de despedida a la muerte y así reconstituir la filigrana de la vida, sobre las pupilas agigantadas de los niños de polen y mazorca, hasta que por fin y para siempre permanezca la alegría por encima del llanto.

mery sananes

Jacques Viau nació en Port-au-Prince en 1942.
Perteneció a una familia de perseguidos políticos,
que se refugiaron en Santo Domingo.
Fue abatido durante las insurrecciones de 1965
cuando aún no había cumplido sus 23 años.



Publicado en la Revista Digital Media Isla

30 de enero del 2010


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