JUAN CARLOS CELIS
TRINCHERA DE FLORES
SATURADA DE RABIA Y POESÍA
Creen los asesinos que
después del disparo no vuelven a brotar en esos sitios los retoños, que la
canción que se quebró en el pecho no habrá de resonar jamás, que el verso rompe
el orden armónico de sus palabras hasta hacerse sólo grito. Se equivocan
los dueños de la vida ajena. Porque todo crimen cometido, toda masacre
ininterrumpida, ejercida sobre la tierra y el hombre, no han podido ni
podrán impedir que entre las grietas de los muros más altos se asome una
hojita de hierba, que en el corazón del hombre se sigan multiplicando los
sueños, que en el azul de la ilusión se dibuje el porvenir.
Nos dejan sí la rabia de
ver cómo se tala un bosque de flores, cómo se cambia el curso del agua para que
en vez de convertirse en río, tome el vuelo del rocío. Nos dejan el reto y el
compromiso de no ser indiferentes, de tomar por asalto el mediodía para hacer
del sol un arma de combate. De navegar de las madrugadas de menguante para ir a
recoger fogatas. Nos dejan la tarea militante de ser portavoces del invierno y
del verano.
Juan Carlos Célis tenía
25 años cuando fue atravesado por una bala que le destrozo su caja sonora, su
manantial de vida, su futuro jardinero. Era el 28 de febrero de 1989 y faltaban
seis horas para el toque de queda. Estaba frente al Núcleo de la UCV en
Maracay, en la avenida que conduce a El Limón con un grupo de compañeros que
protestaban por el asesinato de otra estudiante: Yulimar Reyes. Los
funcionarios dispararon desde una ambulancia en marcha y motocicletas
pertenecientes al cuerpo policial. El gobernador del estado era para el momento
Rafael Rodríguez Mérida y el Secretario de Política Andrés Tovar. Se señala
como autor material del crimen al oficial de policía José Antonio Castillo.
Tan sólo tenía entre sus
manos una trinchera de flores y sus ojos saturados de rabia y poesía. El
disparo fue fulminante. Fue uno de los tantos que se dispararon en aquellas
jornadas en las que la rebeldía y el malestar del pueblo fue respondido con la
mayor masacre que se conozca en la historia republicana de este ex país.
Son hechos que quedan
registrados en la historia del pueblo y que se inscriben en la larga
lista de atropellos, crímenes y vejámenes acometidos por quienes se sienten con
el derecho de adueñarse de todo. Una historia que hasta el presente lleva el
cauce y el sello de esa dominación y que aguarda el tiempo de convertirse en
historia colectiva y anónima, creadora y solidaria. Mientras eso ocurra,
mientras trabajamos esforzadamente por acercar el porvenir, cada ausencia la
convertimos en semillero de donde hacemos brotar flores multicolores, armonías
inéditas, versos nuevos, cantos que rasguen el viento hasta construir con él un
madrigal.
Juan Carlos iba haciendo
camino de hortelano y de poeta. Se había asomado al mundo con sus instrumentos
de arcilla y de madera, con su equipaje de lluvia y de amor. Era un enamorado
de la tierra y de sus frutos. Sabía detenerse en los amaneceres para
preguntarles por el manto mágico que cobija los trinos. Y conocía la vastedad
de las llanuras porque en ese territorio de silencios y aves, en las Mercedes
del Llano, había nacido un 16 de octubre de 1964. Fue hijo prodigador de
ternuras y decidido estudioso de la agronomía. Quería dibujar sobre los surcos
el sueño de un mundo distinto, donde los niños tuvieran libre acceso a las
fábricas de golosinas y al amor prendiera silvestre sobre los espacios de
la vida.
Juan Carlos sabía de la
existencia de luces artificiales destinadas a extinguir las plantas antes de
que sobre ellas fructificara la alegría. Y se puso a encender versos como
antorchas, a cabalgar sobre los vientos, roto los silencios en noches de
sortilegios. Y se hizo para siempre militante de la amistad y de la risa.
Dijo entonces: si
vuelven con su noche /encontrarán un pueblo / con los brazos poblados de
amaneceres / porque si vuelven con su odio / encontrarán a mis niños armados /
con la soberbia infinita de la ternura / porque si vuelven / voy a recoger los
fusiles / de los que cayeron / y voy a disparar las veces que haga falta. Ahora
resulta que nos toca a nosotros recoger los fusiles de su poesía, la infinita
ternura de sus ilusiones, sus manos pobladas de flores, para que hagan ruta de
vida y porvenir.
Este libro contiene los
versos que dejo esparcidos en su morada de hojas y barro. Algunos no fueron
concluidos y en general no fueron corregidos. No pensó el poeta que le robarían
el tiempo para ordenar su universo de cundeamores. Y así los entregamos en la
convicción de que el trabajo del futuro es tarea colectiva y anónima y que cada
rayito de amor encendido es material combustible que debemos conservar y
multiplicar.
En estos versos hay que leer no sólo lo que quedó escrito sino lo que intuimos en la canción infinita de Juan Carlos. Su regalo de río y ensenada, sus silencios y tristezas, sus nubes libertarias. Sus sueños de salitre y lejanía, sus campos de acuarelas. Sólo así podremos llamarlo a que venga de regreso a entonar sones de pueblo y a regar de nuevo la tierra con sus ansias milenarias de ser por siempre raíz de alegría.
mery sananes*
* Juan Carlos Celis, Saturado de rabia y poesía. Caracas, Cátedra Pío Tamayo, Centro de
Estudios de Historia Actual, IIES/FACES/UCV, Colección Testimonios,1991, pp.
7-10.
2 comentarios:
Que conmovedora su voz acallada antes de tiempo. Cómo retumban sus versos cuando salen como gritos a hacerle frente a la injusticia. Que lamentable es la muerte que nos roba para siempre un joven talentoso como Juan Carlos Celis.
Gracias por compartir poeta!!! No encuentro de Juan Carlos en la web, más de lo que aquí escribes. Si hay más coordenadas virtuales; agradecida que las compartas. Bendiciones!
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