El 02 de octubre del 2005 Clementina se sembró para siempre en los predios de su antigua hacienda de El Callao. Al cumplirse un año de una ausencia que siempre estará habitada por la ternura que derramó sobre quienes la conocimos, recogemos las palabras que le escribimos cuando bautizamos en El Tocuyo, su libro, sus embusterías mayores, en marzo de 1998. Entonces coincidió el encuentro de Clementina con su hermano Pío Tamayo, en la fecha del centenario de su nacimiento. Siete años después Clementina se volvió a juntar al hermano, esta vez en vísperas de los 70 años de su partida, para cumplir al fin con su pedido de llevarle su sonrisa dulce, su mirada buena, su candor de azucena, para acompañarlo hasta el día en que ambos regresen, a son de tamunangue, a ver florecer en estas tierras tiempos de alegría y porvenir.
Hace muchas estaciones, cuando lo vigilaba la muerte carcelera y el bacilo de Koch lo agitaba y reclamaba, Pío le escribió: espero verte otra vez aquí, junto a mí, con tu sonrisa dulce y tu mirada buena, donde tu alma florece su candor de azucena. Y se cumplió su deseo. Hoy cuando Pío cumple sus cien años, cuando lo vemos regresar con su equipaje de estrellas y sus alforjas llenas de versos y revoluciones inéditas, es usted, mi dulce Clementina, quien lo recibe alegre y jubilosa, para celebrar la fiesta de su renacer. Le dijimos a Pío, para que apresurara su paso, que usted le traía un obsequio muy especial, un regalo hecho con las hebras de su corazón y con la infinita ternura de sus abrazos. Una ofrenda para su residencia sideral, su constelación de sueños, su territorio de soles.
No quisimos adelantarle más, para que no descubriera antes de tiempo, la dimensión exacta de la sorpresa que le aguardaba, venida de sus manos, olorosa aún a tinajero. Por eso, Clementina, hemos traído, para que usted se lo entregue a Pío, como regalo de cumpleaños, y con él, a este pueblo que los vio nacer, ese manojo de memorias que atesoró su infancia, escritas con palabras dulces y amorosa reverencia hacia todo lo que brotó del espacio mágico de los afectos y de las brasas del fogón esparcidor de confiterías.
No hay fecha ni fiesta más propicia que ésta, Clementina, para bautizar sus Recuerdos de mi infancia en la hacienda El Callao. En este atardecer de cumpleamores, al fin le cumplimos la promesa de juntarnos a su nostalgia, para asomarnos a través de su memoria, a los solares por donde cabalga la infancia como un tesoro de nunca acabar. Así, las hojas sueltas de su recorrido, por las caricias de un tiempo único e irrepetible, podrán tomar, junto a Pío, el cauce de los papagayos para llevárselas a la madre, que ahora trabaja incesantemente en la casa grande de las nubes, haciendo orfebrerías de luceros. A Mamá Josefa, para que pinte de durazno sus sonrojos. Y a los hermanos, que han fundado hacienda y solar en los cañamelares que nacen de los rayos de la luna.
Sabemos que habrá un revuelo de trinos, en carrera de relevo, llevando las buenas nuevas a los suyos, para asomarse a través de sus ojos amorosos, otra vez a los cuentos de Carmelita, al rumor del agua de los bucos, al sabor de los cotoperíes, al taturito de melao, al tinajero, y a las gotas de agua, desgajándose como gemas sobre hojas y flores, sobre un fondo verde oscuro y bajo un cielo de un azul transparente. Y estamos seguros, Clementina, que hoy como nunca, Pío sentirá el abrazo cálido de los suyos, para renacer una y otra vez, a continuar sus andanzas aventureras, su itinerario floricultor, su compromiso militante con la justicia, la belleza y el amor.
Cátedra “Pío Tamayo”
El Tocuyo, 28 de marzo de 1998.
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