Convalece la hora en su trajín
el abrazo se deshace en hojarasca
y un tiempo de índole tenor
deletrea su abecedario cantarino
como si no se hubiese diferido
desde hace mucho el ascenso
de la partitura al atrio
de las cuerdas enmudecidas
El Libro de las Hojas
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Hijos del mañana
Somos Hijos del Mañana, con nostalgia de futuro, hoy, cuando la derrota, el descontento, el desengaño, se han enseñoreado sobre cada hombre y cada pueblo. Contundente experiencia compartida, que nos atrapa, conjuga, fraterniza. Porque una única luz nos imanta o ilumina, nos hermana un único dolor... “un´unica luce ci calamita, ci affratella un unico dolore” en feliz decir de Roberto Mussapi. El mismo común dolor humano, genérico, unamuniano. Puesto que “sólo el dolor común nos santifica”.
Hacemos la mochila y nos tornamos vagabundos. Apoyamos la mirada en un par de tardes. Cargamos los dados de la apuesta. Arrestamos al viento, al sol, las mariposas. Algo sabemos del alma del silencio. De la piedra que alguna vez fue estrella. Del sagrado terror de la locura. Vamos tan sólo siendo retrato del alma de la tierra. Dejamos pasar la noche por encima de nosotros mientras las islas no se cansan de bañarse. De vez en cuando nos hacemos a la lluvia. Matamos la tristumbre. Rompemos ratos, alfileres, paraguas o repisas. Inventamos penas, alegrías y tardanzas. Echamos un vistazo a la antigua aldea, al primer camino. Sin fusiles, sin paz y sin silencio, con el asombro sólo de testigo, tomamos el cielo por asalto, sacamos un mundo de la nada, dejándolo a las órdenes del sol, de manos del silencio de la luna. Nos provoca de repente quedarnos solos en la tierra. Falta ponerle trampas a la muerte.
Qué grato encontrarse con la niebla de vuelta a las primeras madrugadas, sentir el surco entre la propia mano al estrecharle el corazón al sueño. Qué grato preguntar a la neblina por la primera plana de la escuela y, fijada la vista en lontananza, tomarle las lecciones al destino. Ya casi vespertinos en la cuesta, en cúmulo, las sedes reunidas se vuelcan todas hacia el mismo aljibe. Provoca, entonces, empezar la siembra y desde una colina de la aldea darle un abrazo fuerte a la existencia.
La casa vieja del limón dormido el tiempo lleva en su morral ahora, la vida corre, se desgaja, implora el sueño antiguo en el rupestre nido. El bosque espeso —cafetal florido— al aire brinda su fragante flora y entre el amor ardiente se desflora ante el paso del hombre confundido. Limón y cafetal, jardín y sueño —pertrechos en la guerra de la vida— desgrana el alma en impaciente empeño y al borde de la sombra en estampida, el hombre frunce compungido el ceño al verse en el recuerdo de salida.
Errabundos, soñamos con la paz de los primeros días. Lentamente, todos los caminos se hacen nuestros. Entre el herbaje vamos siendo. Entre tempestades, descubierta el hambre, renacemos a la vida. De ida o de regreso, damos con el viejo patio de la vieja casa, donde un árbol, único entre los árboles de la casa ya muerta nos espera, solo entre zarza herida, olvidado de todos, simple memoria viva, profunda de la tierra.
A pesar de la noche de la guerra, como gota de lluvia deshojada, la sombra de una casa aguardará al hijo del mañana al pie de un árbol encendido.
http://www.tinet.org/~elebro/poe/pmora/pablom84.htm
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