A SUS OCHENTA Y CINCO AÑOS
18 de octubre de 1926 - y hasta el infinito registro
de lo que será
Mateo
Si tan sólo pudiésemos tomar de tus lienzos algunos de los hilos de púrpura, naranja y violetazul con los que dibujas los suelos de esta tierra, entonces te escribiríamos una carta hecha de paisajes. Allí el agua haría conjunción con la luna, los pastos con el cielo, los luceros con las luciérnagas, y como un río de colores se desbordarían del papel para inundar tus espacios con la misma luz que nos regalas.
¿De qué cántaro está hecho tu corazón, Mateo, que puedes con tu amor amalgamar auroras con areniscas, atardeceres con espigas, lámparas de tierra con linternitas de agua? Como si por la magia de tus manos sembraras huertos en las telas, solares en las pupilas, manantiales en una sola hebra de color trazada como elipse de la vida.
¿Será por esa humana decisión de recordarle al hombre el hecho de que es humano, en una época que demostró no estar madura aún para esa advertencia? ¿Será por esa indagación infinita de la tierra, de los ríos, de las hojas, de los pájaros, de los rostros, en los que te has detenido como esforzado arquitecto de todas las texturas que el arrebol dibuja sobre los oleajes de arcilla?
¿Será, Mateo, por ese disparo de amor que haces al mundo, hecho con la pólvora de tus sueños? ¿O será acaso que el río Uracoa, derramando violetas de agua sobre el azul de los bosques, te ofrendó sus encantamientos para siempre?
Tal vez fue aquella madrugada en la que el silencio conjuró todos los ruidos, para que fueras espectador único de aquel enjambre de estrellitas que te cubrieron el asombro hasta envolverte eternamente en su alada fosforescencia. O esa persistente decisión de advertir la raíz de la vida en la amalgama de tejidos que brotan de la tierra y del alma, para que en tus tapices de amor, quedara el registro de las auroras que habrán de ser.
Cómo si no explicar ese estallido de armonías que se tocan y limitan, entrecruzan y difunden, entreveran y suspiran en un almácigo que se hará campo florecido de alegría cuando el hombre aprenda a leer en los antiguos sedimentos la noción exacta de la fiesta de la vida que hace ruta subterránea hacia la cima de los cielos.
Es como si a orillas de tu río, en los andenes de las tierras que recorrió tu afán explorador, hubieses encontrado los signos vitales del planeta, grabados en el rostro de las piedras, en las desembocaduras de los hilos de agua, en el polvo de arcilla que se hace vasija o surco para una misma siembra.
Allí estaban y están todos los dones del hombre, dispuestos para la celebración de una vida en armonía, pletórica de frutos, flores, granos, pastos, hierbas, soles y bosques de risa.
Y se hicieron color y cobijo entre tus manos magas, en el interior de tu corazón de lirio y rocío, para derramarse otra vez sobre la tierra, hechos ahora andén de los sueños, espacio de la esperanza, imagen del paisaje de la vida, en las pupilas de un hombre que ama.
Sabías que mientras mezclabas atardeceres con la ingeniería exacta de los panales, mediodías con polvo lunar, arenas desérticas con gajitos de pomarrosa, se iba secando el color sobre la tierra, opacando la risa sobre los rostros, acallando la música de las chicharras y los sapitos.
Y te diste a la tarea de rescatar para el hombre maltrecho y devastado de este tiempo, el huerto infinito de la vida. Como si sobre los campos resecos pudieran leerse las simientes que sueñan convertirse en cometas y floraciones.
Así de tus lienzos, Mateo, emergen espigas y hierbas, pájaros y mariposas, girasoles y bromelias, aliñados con el azúcar dúlcimo de tu corazón enamorado. En ellos queda el registro de lo que será nuestra casa algún día, cuando el hombre aprenda a vivir entre hermanos, cuando se convierta otra vez en hortelano de su propio huerto cósmico y eterno.
Tomamos entonces, Mateo, un ramillete de hebras de tus lienzos, que sembramos desde siempre en el recinto de la palabra que aún no se ha dicho, para entregártela como una infinita floración de arcoiris.
Sabemos que aún de tu ternura emergerán vuelos altos, vientos largos, aire enamorado, tiempos de ocre florecer y verde tallo, de horizontes naranja, y mediodías azulados, de ríos de amapolas y piedras que desgranan racimos de vides.
Sabemos que, más allá de todo tiempo, algún día el hombre habitará una casa que tendrá los colores que brotan de tus pinceles. Entonces, aprenderá a reconocerse a sí mismo, y los suelos de la tierra toda tendrán para siempre el aroma de tu lumbre.
Te abrazo con el creciente amor de siempre.
mery sananes
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