sábado, octubre 19, 2024

CARTA A JAIME VÁNDOR - escrita un 19 de octubre del 2012


Jaime Vándor
del Libro de las Cartas


Jaime


No te conocí hasta que hurgando en las páginas de Carlos Morales, me tropecé con tu poema: Nunca Korczac llegó a Jerusalem. Te referías a aquel gesto de Janus Korczac de acompañar a los niños que él protegía al campo de exterminio de Treblinka. Y lo que allí dices, sobre ese Mal con mayúsculas, del cual de alguna manera, todos somos culpables,  me tocó de una manera tan honda, que ahora te llevo conmigo, cada vez que un dolor trastoca la risa de un niño, o cada vez que estalla una mina, o un disparo alcanza el asombro mayor de la vida.  


Al leerlo, escribí: Estas palabras estrujadas unas con otras, como los niños con Janus, quiebran todos los moldes. Se salen de las clasificaciones, se desbordan de los papeles y de las nomenclaturas. Y es lo que queda de pie como estandarte, hasta que alguna vez, -si es que alguna vez será- que nos sentemos como hermanos y el Mal con mayúscula deje de ser ese obsceno misterio que nos engulle, destroza, inhabilita, trastorna, hasta convertirnos en meros espectadores. 

En el poema de Vándor no hay nada que distraiga. Todo el texto es esa gota de dolor que hay que colocarse en la lengua, hasta que de tanto arder, entendamos que mientras nos creamos al margen, no tendremos las manos limpias y que seremos culpables hasta que podamos hablar de la última masacre del hombre contra el hombre. Esto no es literatura, y como diría León Felipe, es una estopa en la garganta.

Ahora, Jaime, me he asomado a otro poema tuyo que titulaste Hijos, en el cual dices: Hijos del dolor / no es culpa vuestra / mi reloj asigna lejanos lutos / duelo de personas que no he conocido / manecillas enloquecidas me hostigan / ¡ay, ruta solitaria! / y esta alforja de plomo... Y a ellos quieres pedirles perdón.

Y sin embargo, Jaime, todo ese dolor no es algo por lo que tengas que excusarte. Hay un destino en cada cosa, cada tiempo y cada ser. El que se extingue para reverdecer y el que sobrevive para extinguirse con el peso atroz de todo aquello de lo que fue actor y testigo, sobre una piel desguarnecida y un corazón sin costillar que lo resguarde.

Y eres tú, Jaime, y ese penar que se cimbra sobre cada uno de tus días, el destino que nadie sino tú podías cumplir. Tú llevas en el interior de tus vacíos, la mirada de ese niño que Janus llevaba sobre su pecho, camino hacia su propia extinción, y su abrazo colgado del miedo de esos niños,  reinventando desde la muerte el contenido mayor de una alegría que te la dejo a ti, envuelta en el tremor de sus noches.

Cada uno cumpliendo el segmento de una elipse que aún no se fractura para dejar salir el canto que yace entre las cenizas, aguardando.

Qué perdón vas a pedir, si los hijos a su vez son testigos de un horror que no se acaba, de una masacre que no es la última, presenciando, como lo llamaste, el obsceno misterio de un Mal, que cambia de paisaje y de retórica, de abecedario y vestidura, pero que sigue infringiendo las mismas heridas y abriendo las mismas sepulturas.

Sólo que ahora la muerte se fracciona, se divide, para que su orfandad no sorprenda o despierte al hombre de su inútil vigilia a los márgenes del morir.


Si no fuera por ti, y quienes como tú tienen la misma gota de dolor enastada en la lengua, qué de olvidos se esparcirían por las tierras para hacernos creer que alguien ha podido exterminar el mal.

Has cumplido con creces tus deberes, Jaime, como si hubieses hecho el viaje con Janus y sus niños, hacia unas hogueras que no se han extinguido.

Tus hijos, lejos de perdonarte, donde quiera que estén, honrarán la dimensión de tu sacrificio, el tamaño de tu valor y tu valer, porque no sólo, al modo de Janus, tomaste para tí el peso de los ausentes, sino que asumiste esa culpabilidad que todos tenemos, en las masacres de ayer y en las de hoy, porque aún no hemos dejado que colectivamente hable el  corazón, sino a través de esa lágrima tuya, individual, única, que como la de León Felipe, no alcanza a reventar los muros del Mal.

Sólo que debes saber, en el interior de tí mismo, que tu sacrificio, como el de Janus, como el de los niños que Janus acompañó en su destino, harán posible que algún día eso ocurra, que el Mal se extinga, que prevalezca la ternura, que el Amor se haga la fuerza que mueva los engranajes del mundo.

Hoy nos dice Carlos Morales que andas aquejado de salud. Y me apresuro a escribirte porque nunca pude llegar a tus orillas a decirte cuánto significas en las propias batallas que libro contra el Mal con mayúsculas y las Males diminutos y fraccionados que se cuelan hasta por los intersticios de los ventanales en los que crecen las florerías.  

Y esa tristeza se le adhiere a los hijos y a los nietos, a quienes de alguna manera, como tú, suelo aguarles la alegría, con esa alforja de plomo que a veces se me atraviesa en la pupila.

Sólo que la recojo y la convierto en alas de pájaros para que ellos puedan sobrevivir los males de este tiempo con una dosis de magia y de misterio, con unas hojas de trébol guardadas en las páginas de un libro, y una hoja seca recogida en medio de un otoño único.

Hoy te envío todos mis talismanes enhebrados en el galope de caballitos de mar, en el piquito de un azulejo, en el suspiro que dejan en el aire las mariposas, y en el trozo de canción que le regalamos al porvenir.

Ellos llevan poderes sanadores pero por sobre todo, una melodía que acaricia el corazón, un palomar de versos inconclusos, un paisaje tallado en los ojos de un niño que aún no ha salido de su propio asombro. Es decir, Jaime, algunos de los ingredientes de los que estará hecho el porvenir.

Y te los dejo a orillas de tu tristeza, al borde de tu dolor, en el dintel de tus angustias, para que los siembres en el envés de tus pupilas, como un solar de mandarinares.

Con todo mi afecto
mery sananes
19 de octubre del 2012


 Alejandro Marcelo
Adagio



Nota adicional


Jaime Vándor, o Helmut Jacques Vándor, como consta en su partida de nacimiento, vio la luz en Viena, de madre austríaca y padre húngaro, en febrero de 1933. Hacía menos de cuatro semanas que Hitler había asumido el poder en Alemania. Tras la anexión de Austria al Tercer Reich su familia, judía, se refugió en Budapest, Hungría, en 1939. Su padre, que había sufrido mucho a raíz de la guerra de 1914, en el frente ruso y luego como prisionero de guerra en la Siberia Oriental hasta 1920, de ningún modo quiso vivir otra conflagración, y se estableció en Barcelona con la esperanza de poder sacar a su familia de Hungría, cosa que con el cierre de las fronteras no fue posible.

Con su madre y su hermano pasó en Budapest las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial y las persecuciones raciales a partir de la invasión de Hungría por las tropas alemanas en marzo de 1944. Se salvaron de la deportación en una de las “casas españolas” gracias a la protección de los “Justos de las Naciones” Ángel Sanz Briz y Giorgio Perlasca -y como ellos, otros 5.200 judíos húngaros- en los meses que precedieron la ocupación de la capital por el Ejército Soviético (enero de 1945). Gran parte de su familia pereció en el Holocausto.

Reunidos por fin con su padre en Barcelona en 1947, Vándor terminó los estudios de bachillerato en el Instituto Menéndez y Pelayo, en 1951. Se licenció en Filosofía y Letras, Sección de Filología Semítica, en la Universidad de Barcelona, en 1956. Se doctoró en 1987.

La tesis doctoral de Jaime Vándor, de literatura comparada, apareció con el título de Los ricos de espíritu. Estudios en torno a un personaje literario. En dicha tesis establece, partiendo de El idiota de Dostoievski, un tipo psíquico, estable e intemporal, de la máxima perfección humana, con los rasgos comunes y diferenciales de unos cuarenta caracteres, desde Homero hasta el drama y la narrativa del siglo XX.

Paralelamente a sus estudios universitarios, Vándor cursó ocho años de teoría en el Conservatorio Superior de Música de Barcelona, incluyendo tres de Armonía y uno de Contrapunto, así como Paleografía Musical y Musicología en el C.S.I.C. Impartió Historia de la Música y Formas Musicales en el Colegio Mayor Virgen Inmaculada, de 1970 a 1977, e Historia y Literatura en “Dor Hahemshej” –formación judía superior para adultos– en la Comunidad Israelita de Barcelona.

Tras seis meses pasados en Israel estudiando hebreo moderno (Kibbutz Ein Hashofet, 1957-1958), asignatura que en su tiempo no formaba parte del plan de estudios en la Universidad de Barcelona, entra en la misma como profesor ayudante, pasando en 1967 a Encargado de Curso, y a Profesor Asociado Extranjero en 1987. Sigue cursos de perfeccionamiento en Israel (nuevamente Ein Hashofet, 1966-67, y Ulpán Akiva, 1989). Desde 1958 hasta su jubilación en 2003 enseñó en la Facultad de Filología de la U. B. Lengua y Literatura Hebreas, Literatura Hebrea Moderna, Historia del Judaísmo Moderno y Contemporáneo y otras materias.

Vándor ha participado, como invitado, en numerosos simposios y congresos internacionales. Ha dado centenares de conferencias en España, Alemania, Italia, Hungría e Israel sobre temas de historia y cultura judaicas, sobre literatura universal, especialmente del ámbito de las lenguas alemana, húngara y hebrea, así como de Historia de la Música. Como traductor del húngaro ganó un premio de la Radiodifusión Húngara en 1977, con Veinte Poemas de Endre Ady. También tradujo del húngaro la autobiografía de Tibor Déry (1894-1977), Sin juzgar. Para su labor como poeta, véase el apartado correspondiente en esta página web.

tomado de su página web




POESÍA DE JAIME VÁNDOR



2 comentarios:

Alhucema dijo...

Mery, no sé cómo agradecerte tan bellas palabras...en el nombre de Jaime y en el mío propio. Ten la seguridad de que las haré llegar a sus manos o a las de mi hermana para que se las dé o se las lea.
Espero que no te importe que las traslade a mi blog y las puedan ver mis sobrinos.
Gracias, a ti y a Carlos por vuestros buenos deseos, y a los dos, de parte de toda mi familia, un fuerte abrazo.
Inma

Ana Rita Tiberi dijo...

Emocionada siempre con tus escritos.