viernes, febrero 02, 2024

LA VIDA: UNA HERIDA QUE NO CIERRA


 Henri Matisse

LA VIDA

UNA HERIDA QUE NO CIERRA



Creo que por ahora no he venido más que a gritar,
A derramarme como el agua y el llanto.
Y no sé a quién fecundo
Ni a quién aniego
Ni a quién quito la sed.
Estamos en la época del grito y las lágrimas y
Aún no hemos llegado a la canción.
No importa que los poetas vanidosos digan lo contrario.

León Felipe[1]



¿Cómo vivir si el hermano que conocemos y el que no hemos visto nunca, muere cada día de todas las muertes que le inventamos?  ¿Cómo decir que existimos si nada en nuestra existencia alumbra? ¿Qué ha ocurrido que la vida se nos volvió esta herida que no cierra, y la historia este tiempo continuado de asesinos?

Hay tantas respuestas como formas de muerte. Cada una tiene un discurso para justificar la muerte del otro. Cada asesinato, individual o colectivo,  construye en su derredor las razones de su proceder, los alegatos de su crimen, las causas que lo obligan a continuar en el ciclo inacabable de la violencia y de la muerte.

Cada tiempo y sociedad, cada ‘triunfo’ del llamado hombre, se ha levantado sobre el abatimiento, la derrota, la extinción, la masacre de su hermano. Sólo que nos han disgregado, dividido, escindido hasta tal punto, que ya no reconocemos ni siquiera al hermano que está próximo a nosotros. Nos convirtieron el mundo en el escenario de los otros, como si fuesen distintos o distantes, y estuviesen allí, en su geografía, su espacio, su hora, tan sólo para agredirnos.



 oswaldo guayasamin

LOS CAMINOS DE LA PÓLVORA

Y entonces el humanismo, la defensa de la vida nuestra, que ya nadie sabe qué es, de tanto diferenciarla de la vida entera, deshecha y deforme, que puebla este planeta, toma los caminos de la pólvora para restituir el reinado de los pocos, el que quiere prevalecer por encima del exterminio, el que se alza con el pendón de una civilización que no ha llegado siquiera a conformarse como grupo humano. En esa trampa nos movemos y nos mueven. En medio de ese oscuro agujero nos encontramos, aguardando una especie de episodio final, que pongan a funcionar los dioses, para que se cierre el ciclo de una humanidad que fue incapaz de vivir.

¿Y EL HERMANO HOMBRE HUMANO?

El hombre humano, el hermano hombre que somos aún no se ha hecho presente en esto que bien se puede etiquetar de prehistoria de la humanidad. Y pareciera ser que no queremos admitirlo, que no tenemos conciencia de ello, que nos conformamos con sobrevivir y hacer de nuestra pobre y limitada parcela de vida, una especie de campo cercado para poder morir a nuestras anchas, creyendo que nuestros actos son un festejo de la vida.

Lo que aún no hemos construido es la palabra-acción para la vida. Un día tomamos la vida entera que se erguía ante nosotros como un horizonte sin fin, y la disgregamos y fraccionamos, la volvimos añicos hasta hacerla desaparecer. Y sin embargo sabemos que allí está, que tanta muerte no ha podido vencerla y que tenemos que ir a rescatarla.

La hemos atisbado en el pozo de luz de las pupilas de un niño, la hemos reconocido en ese asombro infinito que despliegan sus párpados para nombrarlo todo y hemos visto en nuestro propio interior, la ingeniería cósmica de la que estamos hechos, el mágico engranaje que nos otorga la dimensión de la abeja, el oropel de las hojas de otoño, el vuelo sin fin de las mariposas, la sonoridad de un canto único que tiñe de alegría el cauce milenario de un mandamiento de vida. Pero no sabemos qué hacer con ella, más que atesorarla en los rincones de una casa cercada por los muros de la muerte.


¿Y CÓMO DETENER ESTA HISTORIA?

Y si esto es así, si hemos convertido el mundo en esta gigantesca confrontación para hacernos dueños de los dioses, de las tierras, de los bienes, del espacio sideral, y si con ese propósito hemos creado todos los insumos para alimentarla y extenderla para que todo triunfe sobre la extinción del otro ¿qué camino nos queda?¿Cómo detener esta historia? ¿Hay posibilidades para hacerla cambiar de rumbo? ¿Es que esta conciencia triste puede, como quería León Felipe, horadar el muro, a través de la lágrima, hasta alcanzar la luz?

 salvador dalí


LOS MOLINOS DE PAN DE EL QUIJOTE

Si creyéramos que no, habríamos echado a andar el silencio como nuestra única expresión, tan solo para no convalidar los gritos de la muerte. Pero somos persistentes militantes del futuro. Y sabemos que los huertos del hombre están provistos de esplendorosas lámparas de tierra, que aguardan su tiempo de florecer. Sabemos, sin embargo, que salir al aire libre a darle un abrazo emocionado al hermano, es como ir con una visera rota y una lanza quebrada a intimidar a los molinos de viento. Y sin embargo, en esa metáfora prometeica del quijote, está la clave y la señal. Más allá de su propia comprensión, el enemigo a vencer era algo de tanta dimensión como los altos molinos de viento, que podían poner a mover engranajes infinitos para socavar la semilla hasta hacer el pan. Sólo que aparecían como gigantes inalcanzables e irrebatibles.

En esa visión mágica y profética de aquel caballero andante, él molino era él. Era su aspiración y su sueño, que el viento soplara en dirección al pan, porque allí estaría, en esa gigante dimensión, el futuro, los tiempos que vendrán, la causa mayor por las que acometía su proeza de reinventar la justicia. Pero a su vez, tras las aspas estaba la representación de todo aquello que, construido para moler el grano, se utiliza para que advengan los engranajes capaces de acallar los cantos de cosecha. En su escudo y su visera, en su gesto desmedidamente alto, se conserva el pan, como en la lágrima de León Felipe se atesora el rayo de luz, que en el corcel del viento, vendrá de regreso a refundar la vida, en el amanecer que nos aguarda.




SÓLO EL INDIVIDUO-COLECTIVO ENCENDERÁ
NUEVOS AMANECERES

Sin embargo, ese amanecer sólo será posible si el hombre humano, el permanentemente derrotado, insurge con su caudal creador, a restaurar su verdadera y auténtica condición. Sólo él, individuo-colectivo,  no entendido como ‘masa’, ni definido con categorías vacías que quieren justificar su perversa utilización, como si fuesen bueyes de carga, ni como ese individuo aislado, segregado, diverso y fraccionado, incapaz de mirarse siquiera a sí mismo, sino como entidad individual con conciencia colectiva, como entidad colectiva con conciencia individual, que lejos de perder su individualidad, la acrecienta y da significado en el conjunto de los hombres-hermanos-humanos, será quien pueda hacer avanzar esa historia porvenir y quien logre encender un amanecer distinto. Como afirma Juan Ramón Jiménez: “Yo no creo en una Humanidad conjunta más o menos igualada con estas o las otras facilidades, sino en una difícil comunidad de hombres completos individuales.”[2]



AÚN SOMOS SÓLO SEPULTURA O SEPULTUREROS

Pero aún no estamos en esos tiempos. Hoy todavía el planeta es un territorio de guerra, dividido en parcelas cerradas donde nadie tiene acceso que no profese la particular muerte sobre la que se yergue esa fracción. Nadie puede salir ni entrar, sino sobrevivir matando a quien  quiere erguirse sobre el otro. La trampa está tan bien montada que no hay escapatoria. La muerte deja de tener nombre ni rostro, está allí, a nuestro lado, inconmovible. No tenemos otra opción que la de ser sepultura o sepulturero. Y para dar cuenta de tamaña extinción, se afanan las religiones y las ciencias, se multiplican las lenguas, las filosofías y el cuento de una historia que se repite una y otra vez hasta el cansancio.

¿Cómo entonces abordar el estudio del hombre y de la sociedad, en un tiempo y espacio determinados, si antes no adquirimos conciencia plena de la responsabilidad que nos corresponde, si no miramos de frente la muerte del otro que somos, si no nos despojamos de mentiras y abstracciones que la justifican, si no tomamos la decisión inapelable de ir a la raíz de todo lo que ocurre, para dar el paso hacia la humanidad que nos aguarda? ¿Cómo dejar atrás tanta capacidad de falsificación?

De eso trata este nuevo recorrido por la historia de los otros que nos impusieron como nuestra. Este nuevo alegato por la vida, desde el fondo de un pozo. ¿Cavaremos en dirección a la luz? ¿O proseguiremos hilvanándole mortajas hasta a nuestro propio corazón? Como dice Vallejo: Cómo, hermanos humanos, / no deciros que ya no puedo y / ya no puedo con tanto cajón, / tanto minuto, tanta / lagartija y tanta inversión, / tanto lejos y tanta sed de sed! [3]

DESARROLLAR LA INEXISTENTE ESPECIE HUMANA

Pertenecemos a la única especie conocida hasta ahora que es capaz de decidir sobre si misma. La razón le otorga la posibilidad infinita de quebrantar los límites de su propia condición para avanzar hacia estadios más altos de su propia humanidad. Hasta hoy no hemos sabido ni reconocer ni utilizar ese potencial. Y si lo hemos hecho, ha sido en dirección contraria al desarrollo de la vida. ¿Tenemos posibilidad de revertir este proceso? Ese es el gran reto del hombre de este tiempo, que parece final. Detener la muerte y abrirle cauces a la vida de verdad.

 georges braque
HORADAR EL MURO HASTA ALCANZAR LA LUZ

Para Henry Miller, “El hombre nuevo se encontrará a sí mismo sólo cuando haya cesado la pugna entre la colectividad y el individuo. Entonces veremos al tipo humano en todo su esplendor.” [4] Tal vez sea así de sencillo. Tal vez sólo sea necesario detener la maquinaria de destrucción, no participar de ella, dejar de ser cómplices, y comenzar a edificar la vida. Tal vez sólo haga falta encender amaneceres. Lo dijo León Felipe: “Un día esa lágrima acabará taladrando el muro / duro, negro y macizo del misterio / por donde entre una luz extraña que no hemos visto nunca.” [5]

Y es hora de que aquí adquiramos conciencia de que vivimos en el mismo y más patético reino de la lágrima, el destrozo, el derrumbe más devastador y permanente. ¿Cómo levantar vuelo sin devolvernos a la piedra de la gaviota? ¿Cómo  empuñar el arma de la vida para adquirir la vida y hacer vida? ¿Nos mantendremos como impasibles buscadores del saber incapaces de plantearnos que nuestro hombre humano es un simple muerto muy lleno de todas las formas de morir?


mery sananes

Publicado originalmente en la edición
del octavo aniversario de la
puente de palabras vivas
el 01 de diciembre del 2012


[1] León Felipe, Ganarás la luz,  Obras Completas. Buenos Aires, Losada, 1963, p. 269.
[2] Juan Ramón Jiménez, “Aristocracia y democracia”, El Trabajo Gustoso. México, Aguilar, 1961, p.61.
[3] César Vallejo, Op. Cit., p. 31-32.
[4] Henry Miller, Op. Cit., p. 18
[5] León Felipe, Oh este viejo y roto violín. Madrid, Visor, 1981, p. 41.

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