jueves, julio 07, 2011

UN SAPITO SOBRE EL CORDEL DE LA MEMORIA



De pronto, una mañana cualquiera, el sapito que acostumbraba escuchar cada noche, entrelazados sus sonidos con el de los grillos y el silencio de los árboles, se me apareció fuera de sus charcos, lejos de sus albergues, apartado de sus hierbas altas, en medio del cemento y la acera caliente de un verano.


GIRÉ COMO SI BUSCARA UN MILAGRO
                                                                                    
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Lo vi como si me hubiese llamado. Y cuando fui a su encuentro, como guiada por un hilo que estaba allí antes que yo, advertí que una fuerza arrolladora, sin tino ni medida, había quebrado sus cuerdas vocales, hasta silenciarlo. No supe qué hacer. Un dolor hondo como de huesos desplegados ascendió hasta el inicio de mis respiraciones, dejándome muda. Giré como si buscara un milagro. Levanté los ojos como si nada hubiera sucedido.

EL ESTAMBRE ROJO DE SUS PENAS


Y al regresar observé que aún estaba allí, a mis pies, inmóvil, dibujando en las piedras el estambre rojo de sus penas. Y comencé a llorar como si se me hubiese quebrado el dintel de los párpados.


Y le pregunté: ¿Dime sapito qué congoja opacaba tus pasos que de la tierra te fuiste a posar sobre la piedra, sin advertir que no eran tus rutas, ni adivinar que algo pudiera detener el canto que llevas en la garganta, mojadita de charcos y lagunas?

¿Qué tristezas te hicieron no mirar hacia el hemisferio de tus sueños, para predecir el golpe que te hirió irrefutablemente en la nostalgia de tus días plantados sobre la hierba?

¿Y dime qué nos haremos ahora que tu canción vesperal no acompaña la melancolía de las horas en las que te aguardamos en la espera de la noche?

¿No sabías acaso que los arbustos te darían cobijo y que los pájaros desde la cumbre de las hojas podían haberte dado aviso del peligro, si tan sólo te hubieses detenido a mirarte en el espejo de los cielos?

TE BUSCAN LOS GRILLOS Y TE BUSCO YO


Te buscan los grillos en las madrugadas, acostumbrados a entonar contigo sus silbidos amorosos. Preguntan por tí las mariposas y los pájaros. La hierba no ha querido cerrar el paso de tus huellas con nuevos retoños. Y los habitantes de la laguna, los minúsculos danzarines de los pocitos, se han quedado inmóviles aguardando tus claves de lluvia, los lúdicos arpegios de tus disonancias.


Te busco yo porque tu ausencia le deja a mis silencios un pozo de penas, una sequía de conciertos,  una esdrújula dormida sobre el  cordel de la memoria.

PARA QUE SU ADIÓS SE FUGARA ENTRE LAS HIERBAS

Y al ver que el tiempo se detenía sin rubor en la aguja de sus latidos, le hablé con la dulzura de una flor para explicarle, antes de que se apagaran los agujeros diminutos por los cuales vertía su último canto, que noche tras noche lo había escuchado, que sus acordes formaban parte de mis madrugadas y que no sabría cómo mecer mis sueños si él no estaba.

Me parecía que sus patitas de danzar aún podrían moverse hasta alcanzar el charco. Pero sólo me respondió el silencio de la piedra. Lo recogí reverente y ceremoniosamente, como si cumpliera un designio, y lo escondí entre la maleza, para que su adiós se fugara entre las hierbas.

Lo devolví a las aguas de donde venía para que se cumpliera una vez más el ciclo de sus suspiros en la dulce melodía que le inventa a los atardeceres para que no olvidemos que en su nombre y su travesía se conjuga el tiempo musical de las más altas alegorías del vivir.

Se quedó quieto como si después que yo me fuera él pudiera girar sobre el tiempo, rehacer sus cuerdas y saltar hasta la vasija de sus allegros. Y yo me retiré como si la piedra dura de su sepultura se hubiese erguido para cubrirme.

¿QUÉ MUERTE LO HIRIÓ?



¿Qué muerte lo hirió? ¿Y qué versos escribirían sus ansias derramadas sobre el canto de la ausencia? ¿Qué me hizo ser testigo y parte de esa pena de piedra de amolar? ¿Y qué signos me dejó para que yo los revirtiera en vida?

Aún no lo sé. Indago cada hora en los intersticios del vivir. Busco en los charcos las respuestas. En las tempestades y en las lloviznas. En el silencio de los bosques, en la algarabía de los pájaros, en el andar parsimonioso de las hormigas, en la danza de las hojas que nacen, en el esplendor de la hierba que da de beber a las mariposas.

ESCUCHO EL ESPACIO DE SILENCIO QUE DEBIÓ OCUPAR SU CANTO

Me detengo en las aceras, en las piedras, en los caminos sin tierra, buscando descifrar el misterio. Y aún lo tengo entre los ojos. Y en las noches cuando cantan los grillos, me parece que escucho el espacio de silencio que debió ocupar su canto. Y me sobresalto.



Sé que hay días que se tiñen de gris y en los que el corazón se va llenando de sombras. Y en los que a veces ni siquiera la palabra se acomoda. El tiempo transcurre sin que nosotros transcurramos en él. Hay como un vacío gigantesco. Y unas ganas de llorar ríos de gritos, a ver si alguien despierta. Pero no son más que ilusiones.

Advierto entonces que se me ha roto hasta la escritura. Que ya no manan de ella los cantares de madrugada que se juntaban al de los sapitos. Y que en el aire hay un augurio que debo tramontar. Una resurrección que hay que invocar. Que va de la piedra a la hierba, del gris a la explosión solar.

EN LUNA LLENA ADVENDRÁ LA CONSAGRACIÓN

Y me digo que en luna llena advendrá la consagración de los sapitos y el regreso de los niños al regazo de la madre, para la celebración de sus risas y sus rizos. Y que las lágrimas esparcidas en la circunferencia de una sonata en re menor, tramontarán su travesía hasta alcanzar el festejo de los días vividos en el canto mayor de todas las alegrías, expropiadas sin misericordia, en el recinto de la ausencias. 

 MERY SANANES


Publicado en Media Isla

el 25 de junio del 2011

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