sábado, octubre 27, 2012

RAÚL SEGNINI - EL OTRO SILENCIO





EL OTRO SILENCIO
Caracas, CPT-CEHA-UCV, 1996.

El único libro publicado de Raúl Segnini Laya Su corazón se lo llevó antes de tiempo al reino de los silencios mayores. Reunir estos poemas, tras muchas resistencias y dificultades, fue como componer una canción a partir de una melodía fragmentada e incompleta.

Y sin embargo, cuánto asombra el resultado, la síntesis de un decir poético que se inserta con fuerza devastadora en el  vocabulario inédito e infinito de la vocación del hombre.

Metáforas e imágenes sorprendentes que dibujan acuarelas de amor sobre bosques de papel. Preguntas que se disparan hacia el corazón de la muerte. Sinfonías de sentimientos que se desgajan como un racimo de eternidades que se prenden del vértice-beso de una ilusión. Paisaje del alma que busca sus floreceres en el otoño de los tiempos.

Se amalgaman los días y las memorias con una poetidad que alcanza y toca la tristeza de Vallejo, los estallidos nerudianos, los sobresaltos que asaltan la ternura de todos los hacedores de vida, enhebradores de versos, constructores de sueños rotos.

Su legado no es literario sino vital y móvil como el océano. Y así debe navegar, libre de toda atadura, en conjunción con los dioses del viento, emparentado con la lluvia, remanso de agua lunar en el solar de todos los cielos.

Dejo aquí, para quien le interese, el primer poema de este libro absolutamente indispensable, en este nuevo 27 de octubre, fecha de su cumplevida, como siempre lo hacemos desde estas Embusterías.


HACE MÁS DE UN SIGLO

Hace más de un siglo el tiempo vino seco
y se quedó atrapado en el madero de varias senectudes
de un redil agigantado de la tierra.

No hubo estanques en que depositar la tierra
que fluía de las palabras
y ellas amansaron la carne legítima de polvo
entre vaivenes de pequeñas madrugadas
en gotas pequeñas de extensos abecedarios.

Larga fue la carrera de los hombres.
No hubo un tiempo desconocido
que no fuera habitado por los ojos.
En cada extremos de la carne legítima
hubo una lupa que lo miraba todo
hasta el movimiento de la célula
entre receptáculos de faunas
con un agitar de ojales
en la capa arrugada de la lengua.
Cada futuro tenía su músculo fijo
como largo resorte que lo encoge todo,
y en este tiempo, anduvo de soledad.

Las palabras eran carreteras de huellas prolongadas
y a la vez eran vehículos
con asientos de lanas
y espaldares adaptados a la forma esquelética
de todo hombre sin su huella.
Creyéndose así, que todo giraba.

Con huesos pegados a la tierra
todo caminaba en nubes de argamasa de harina
sin levantar siquiera la levadura de la frente
para ver la cuerda tendida en cada extremo de los dedos.

No se vio adónde se  fue la fibra que nos trajo
las antiguas palabras
ni dónde estuvo la palabra contigua
adorándose de sol a sol
y de qué follaje provino su frescura
para luego perderse entre las cuencas vacías
de las hierbas dormidas.

Cada estirón del brazo
era un vértice de sombra doblegada
ahogando en su molécula de fibra
generaciones de tobillos, de tintes heterogéneos.

No hubo la longitud de voz
ni casas con ventanas
cocinando bostezos de campanas
entre pronombres propios,
con metros injertados en la hebra de una cáscara vacía.

Todo se movió con rapidez de tiempo sin minutos.
Quedaron las palabras con alientos vacíos
en cuencas de media luna,
o humedad de una ola plomiza,
en la arquitectura arqueológica de un esqueleto
en este andar de carabelas de tortugas.

Y hoy que la pierna geográfica
estiró su afán hasta la última uña
las palabras suspendidas siguen intactas
amarradas en el madero de un redil agigantado de tierra.

Raúl Segnini Laya
foto / mery sananes




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