sábado, octubre 20, 2012
EN TU NOMBRE
a zonia
La
vida enseña que no existen las ausencias, cuando quien ha vivido deja sus
signos anclados en cada uno de sus pasos. Mi ida no fue más que un accidente
mediante el cual los astros hicieron sus ajustes necesarios. La gran ventaja es
que ahora puedo estar donde quiera y como quiera. Y estaré, como siempre, para
festejar este nuevo cumplevida.
No
es fecha para tristezas sino para continuar los ritos con los cuales siempre
hemos aromado los días. Así que debe haber un hermoso y rico pastel, con todas
las velitas encendidas para que tú las apagues, con los nuestros. Y se debe
escuchar alto el canto, sonoras las mañanitas, para que todos rían y te abracen.
Y
debe haber aunque sea un pequeño manojo de flores. Las silvestres son las que
más me gustan porque el hijo las puede recoger en las veredas y porque traen en
sus hojas las partículas de tierra de las que ahora soy parte. Y porque creo en
el lenguaje del viento y de las hierbas, de los frutos y las florerías. Y
porque un cumplevida no puede celebrarse sin una flor que lleve en sus petalerías
la expresión de los sentimientos más dulces que tienen cabida en el corazón del
hombre.
Yo
estaré presidiendo la mesa y dando el discurso de orden que me corresponde dar
de primero, por edad, para celebrar la vida de la cumpleañera y reiterar que lo
vivido ha sido una hermosa ofrenda que cargo en mi equipaje viajero de ahora.
Después
le toca el turno a mi hermanita, que también estará allá, a los cercanos que se
hayan acercado a la mesa de compartir, y por último al hijo, para que en sus
palabras amorosas te diga cuánto te quiere.
Eso
sí, me retiraré temprano para tomar los transportes que me lleven de nuevo a
los aposentos que ahora habito. No sin antes dejarte mi mejor sonrisa, envuelta
en una hoja de maíz, para que tenga sabor a pan recién cocido.
Al
hijo, ya le reiteré que lo estaré
acompañando en su próxima competencia y que sé que me dedicará esta nueva
conquista, como siempre lo ha hecho. Y que luego nos sentaremos a conversar sobre el paso de la neblina sobre
las montañas de este pueblo que hice mío y donde fui a sembrarme.
Yo
debo ir a ver a los míos que me aguardan. Pero no tardo en regresar para estar
en mis lugares, más liviano de alforjas, pero con mis ganas permanentes de
prolongar la vida, más allá de todo imaginario trastocamiento de la realidad.
te quiero,
Alberto
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Alberto Sananes,
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