Desde el corazón al oído
Armando Quintero Laplume
Foto de Efraín Esparza
Puño al aire
Sería maravilloso si uno cerrara su puño en el aire. Esperara. Y al abrirlo lentamente descubriera sobre la palma de su mano un pequeño unicornio azul con alas. Y que además lo mirara a uno sonriendo, como invitándolo a dar un paseíto.
Sería maravilloso. Pero...raro. Muy raro.”
Del libro “Lo Cuentos de la Vaca Azul” (Editorial Vaca Azul - CONAC, Venezuela, 2000)
La foto y el cuento que inician este texto tienen una explicación: ilustran dos anécdotas muy importantes entre las tantas que hemos vivido como narrador oral y educador.
El compartirla con ustedes es importante pero el reflexionar sobre ellas es parte de las puertas y ventanas que queremos abrir para la reflexión sobre el maravilloso arte de la palabra viva y la educación que, consideramos, tendría que ser tan afectiva, como eficiente.
He aquí la primera anécdota: Hace unos dos años, en un Festival Internacional que se realiza anualmente en Mérida, narramos para los niños de un preescolar con los muchachos de Narracuentos Ucab. Normalmente, no pasamos de media hora al narrar para niños pequeños pero se notaban tan interesados que seguimos haciéndolo.
De pronto, por un impulso, que sentí devenía de la comunicación que habíamos logrado, narro el pequeño cuento citado arriba, "Puño al aire", que nunca lo había escenificado con niños de esas edades. Hay todo un juego corporal que se inicia con el puño elevado en el aire que comienza cerrándose para atrapar al unicornio en el aire y culmina con las palabras del cuento, pero prosigue gestualmente con el brazo casi extendido, la mano abierta, la mirada detenida en la palma hacia arriba, tal como se ve en la foto.
Allí visualizo un unicornio (¿imaginario?) que abre sus alas y arranca a volar. Mi mirada sigue este vuelo hasta que lo hago regresar nuevamente a la palma de mi mano. Cuando se posa allí veo una niña tan atenta que se lo alcanzo y ella comienza por pasárselo al compañerito que está su lado, éste al que le sigue y con mucho cuidado, sucesivamente, se los pasan uno a uno.
Así llega hasta el niño que está al lado de la maestra que, como nosotros, parecía haber seguido el juego. Emocionado, el niñito le dice:
- Maestra, ¡mire! Y se lo pasa.
- Ella lo toma. Todos sentimos que el unicornio está allí.
Esto que se merece, niñitos - dijo -: ¡un aplauso! - y, sin más, lo hace.
Por supuesto, aplastando al unicornio entre sus manos.
El desconcierto de los niños, no fue menor que el nuestro. Llegamos hasta las lágrimas. Ella, la maestra, no se dio ni cuenta.
A mí, lo único que me salió fue decir:
- ¡Qué bruta!
Más tarde, comentábamos con los narradores sobre el hecho. Nos dolió y nos duele. Sobre todo porque los niños disfrutaban de los cuentos porque lamaestra les leía muchos cuentos y era muy eficiente en ello.
Lamentablemente, no tuvo la sensibilidad de percibir lo ocurrido allí, en ese momento, o de continuar el juego de la imaginación que entre todos nos permitió sentir, con los niños, como la realidad de los cuentos es mágica.
He aquí la segunda anécdota: Tiago De Jesús García, uno de nuestros Narracuentos UCAB (que además nos puede contar los cuentos en su idioma de origen, el portugués) estaba en una actividad con niños de primer grado de uno de los colegios oficiales aledaños a la universidad, uno de esos colegios que constantemente visitamos.
Se atreve a narrarles "Puño al aire" y nota que uno de los niños, regordete, algo retraído que estaba en un pupitre algo separado de los otros niños le ha seguido muy atento. Decide pasarle el unicornio que ya había regresado de su vuelo a la palma de su mano. A acercarse, oye la voz de la maestra:
- ¡No!, a ése, no.
Normalmente, les enseño a mis alumnos algo que Tomás Cacheiro, un excelente educador y ceramista uruguayo, nos decía: - Hay algunos "no" que no hay que hacerles caso. Por suerte, mis alumnos me escuchan y se escuchan.
Tiago obedeció a los llamados de su corazón y le entregó el unicornio al niño que, al principio reticente, luego se lo recibió con una iluminada sonrisa.
Al terminar la actividad, los niños pasan al recreo y la maestra se le acerca para decirle: - Yo te decía que no porque ese muchachito es algo retardado y muy agresivo con todos, en especial conmigo, por eso lo tengo separado.
Tiago, que es todo un caballero, la escuchó pero no le comentó nada. Al salir del colegio, tiene que atravesar el patio del recreo, cuando está casi en la puerta oye una voz que le llama, acercándose:
- ¡Señor!, ¡señor!
Se da vuelta y ve al niño con las palmas de sus manos juntas y extendidas hacia él: ¡Señor! ¡Su unicornio, que se le olvida!
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