Se llama ana
pero no empapa los libros que lee
con el zumo de naranja que
gotea de su mirada a medida
que descubre detrás de las letras
un revuelo de cristales en los que
ella misma se sorbe sus pupilas
que su nombre era mandarinar
porque cuando deja escapar su risa del
recinto de sus tumultos derrama gajitos
de mandarina sobre los vértices
de los espejos donde los pájaros
los recogen para ir a teñir de púrpura
las nubes
Se llama ana laura y sus suspiros
pueblan los bosques con la corteza
que nace de la conjunción del sol con el río
del horizonte con la atarraya
del naranjal con el jazmín
y a veces empapa el fogón de
sus revuelos con sueños de un
mandarinar que aún no florece
Sólo que a veces los gajitos de
mandarina se adormecen sobre las hojas
sin que un beso mastique sus hebras de miel
La pasión de Ana
ANA SE LEVANTA TEMPRANO EN LA MAÑANA. Se interna en el periódico, se pierde entre sus secciones y sus páginas. Ana lee. Lee con locura, con rabia. Ahora toma una revista, un libro de recetas, un breviario. Ana toma notas. Lee. Anota. Lee otra vez y muchas veces más, anota. Ana se sirve unas tostadas y se las engulle con todo y libro y el jugo de naranja se derrama por las páginas del libro, mientras Ana lee y lee y relee que se está leyendo en un libro que se empapó de jugo de naranja, del jugo que bebe Ana, dentro del libro que, precisamente, ella lee y relee, con la pasión de Ana. |A Salvador Elizondo, más acá
René Rodríguez Soriano
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