Desde estas embusterías hacemos nuestro ese árbol. Porque nuestros son sus sabores y nuestra su decisión de emigrar hacia nuevos vergeles. Nuestra la ausencia que no dura más que un escaso segundo porque la magia de Zaira, la maga, la encantada, con sólo mover sus dedos y entreabrir sus pupilas, vuelve a poblar los espacios con sus dúlcimas fruterías y con sus infinitos ramajes de amor.
Y ese es el milagro. Un árbol que se ama, se cuida, se nutre y se protege, que se sienta a nuestra mesa, que llena los paladares con sus devociones, que nos cobija y abriga, y hasta inventa como anunciar que se irá temporalmente a otras moradas.
Cuántos mamones habrá dejado ocultos en los sitios más inverosímiles para que de nuevo nos reencontremos con él. Sé que lo que se ama jamás se ausenta, ni se distancia, ni se quiebra. Y cuando el amor va y viene del árbol a nosotros y de nosotros hacia el arbol, nada puede cortar esa continuidad humana y vegetal que es la esencia de la vida. ms
Y uno se avergüenza de llorar por un árbol de mamón cuando el agua que resbala por los cerros se está tragando vidas y casas y calles, indispensables para la vida cotidiana en Venezuela.
Y uno se avergüenza de la tristeza que nos invade al pensar que quizás yacen las dos tortus de todos los cuentos de la nona debajo de las ramas de un árbol, que fue tan noble, que cayó ladeadito para no herir a Anita, su jardinera, y giró en una danza vegetal para hacernos el menor daño posible y no llevarse consigo la casa familiar.
Pero es así, decirle adiós a la vida duele, sea ésta animal, vegetal o humana. Hemos despedido perros con luto en el alma y hemos despedido árboles. A uno de ellos alcanzamos a explicarle que la vida tiene ciclos y había que elegir entre él o la seguridad de todos y él comprendió y así lo dijo envolviéndonos con efluvios de savia amorosa en el ritual de despedida previo a su corte.
Hoy, cuando la Patria se ahoga en agua del cielo y, en lágrimas de sus habitantes, que todavía esperan que la política deje de lado el odio y la exclusión de todo pensamiento que no camine acompasado al tirano, el mamón de la quinta Zaira, se derrumbó impregnando de resina cada hendidura, cada intersticio de la casa de madera.
Y entonces me permito el llanto y lloro por los mamones más dulces de esta tierra. Lloro por las memorias que se lleva consigo, por la sombra de sus ramas, por su cálido acompañamiento en las tertulias del patio rojo. Lloro por el mamón que anunciaba los embarazos de Bacha llenándose de flores que darían los frutos más exquisitos de mi vida.
A veces un árbol de mamón cuenta la vida y salva la vida… y sólo es un árbol que una vez sembró mi padre, pero dice tanto tanto que el corazón se arruga y se entristece. Todos llevamos un pedacito de ese árbol muy adentro. Bajo sus ramas hemos reído y llorado, hemos besado y jugado. Cuando contemos nuestra historia familiar siempre habrá un lugar especial para decir Había una vez un árbol de mamón… y entonces estoy segura de que nos alegraremos.
Ray
Mérida, 30 de noviembre de 2010
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