Cesare Pavese
26 de agosto de 1908 - 09 de septiembre de 1950
Un día un hombre nace en alguna parte de manos de una alegría o emergiendo a duras penas de una tristeza, una ausencia, una tragedia.
Emprende ese oficio de vivir, tan inconcluso y difícil, con el que nos topamos cada día, provisto sólo con escasos utensilios, que ya ni siquiera sirven para la labranza.
Y hacemos esa travesía sobreviviendo las horas, tomados de una ilusión, atrapados en algún pozo oscuro, enredados en un silencio lleno de ruidos, absortos en una palabra inútil.
Qué de milagros y horrores se nos quedan inscritos en la mirada. Pero no hay una balanza. Terminamos siendo fugaces, aunque nos hayamos adherido a la piel de un árbol que ya se ha desvestido de sus hojas.
La ternura es un asombro que nos estremece de tal modo que en vez de retenerla en el recinto de los suspiros, la dejamos ir, para regresar sumisos al sitial de lo dispuesto.
Y un día llega o nos imponen una despedida de un vivir que no habíamos alcanzado aún. Y dice el poeta, vendrá la muerte y tendrá tus ojos, esa muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo.
Y exclama: Oh querida esperanza, también ese día sabremos nosotros que eres la vida y eres la nada. Para todos tiene la muerte una mirada.
Salvo que Cesare no aguardó a que llegara, la llamó, la invocó, la sedujo y se fue tras ella, o tras sus ojos, como contemplar en el espejo el resurgir de un rostro muerto.
Y algo de Cesare llevamos cada uno a cuestas, como si no termináramos de entender que la muerte es una hechura nuestra, que hemos aprendido a ser tan diestros en su elaboración, que aún antes de nacer, la vida se nos esfuma, como una orilla a la cual nunca arribaremos.
Y leer a Cesare es de alguna manera preguntarnos por la vida que dejamos ir, por ese alguien que murió hace mucho tiempo, alguien que intentó pero no supo, ese alguien que fue herido hace mucho, y de cuya herida aún no nos recuperamos.
¿No valdrá la pena quizás en vez de invocar la muerte, restituir la vida, dejar de herir y ser herido, para que la esperanza alguna vez sea la vida y no la nada, sea el río y no el remolino, sea el silencio del agua bajo el alba, esa tibieza que diluye las estrellas, convertido el dia en un milagro intemporal bajo el sol, impregnado de una luz salobre y a un sabor vívido a marisco?
LAST BLUES, TO BE READ SOME DAY
Era un sólo galanteo,
seguramente lo sabías-
alguien fue herido
hace mucho tiempo.
Todo está igual,
el tiempo ha pasado-
un día llegaste,
un día morirás.
Alguien murió
hace mucho tiempo-
alguien que intentó,
pero no supo.
VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS...
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.
CREACIÓN
Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba.
Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora.
Mis compañeros duermen todos. La clara jornada
se me revela más limpia que los rostros aletargados.
A distancia, pasa un viejo, camino del trabajo
o a gozar la mañana. No somos distintos,
idéntica claridad respiramos los dos
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debería ser sano
y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.
Esta mañana la vida se desliza por el agua
y el sol: alrededor está el fulgor del agua
siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al
descubierto.
Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto
y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
y la inmovilidad. Estará la compañera
-un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su
voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca
bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen, como si nadie estuviese despierto.
MAÑANA
La ventana entornada recuadra un rostro
sobre el campo del mar. Los lindos cabellos
acompañan el tierno ritmo del mar.
No hay recuerdos en este rostro.
Sólo una sombra huidiza, como de nubes.
La sombra es húmeda y dulce como la arena
de una intacta caverna, bajo el crepúsculo.
No hay recuerdos. Sólo un susurro
que es la voz del mar convertida en recuerdo.
En el crepúsculo, el agua mullida del alba,
que se impregna de luz, alumbra el rostro.
Cada día es un milagro intemporal,
bajo el sol: lo impregnan una luz salobre
y un sabor a vívido marisco.
No existe recuerdo en este rostro.
No hay palabra que lo contenga
o vincule con cosas pasadas. Ayer,
se desvaneció de la angosta ventana,
tal como se desvanecerá dentro de poco, sin tristeza
ni humanas palabras, sobre el campo del mar.
Versión de Carles José i Solsora
http://amediavoz.com/pavese.htm
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