Sí, la nueva hora al menos es muy severa. Porque puedo decir que alcancé la victoria: el rechinar de dientes, los silbos del fuego, los suspiros pestíferos se moderan. Todos los inmundos recuerdos se desvanecen. Mis últimos pesares escapan, —celos de los mendigos, los bandoleros, los amigos de la muerte, los retardados de toda especie.—Condenados, ¡si yo me vengase!
Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: conservar lo ganado. ¡Dura noche! La sangre reseca humea sobre mi rostro, y detrás de mí sólo tengo ese horrible y diminuto arbusto... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visión de la justicia es el placer de Dios únicamente.
Entretanto es la víspera. Recibimos todos los influjos de vigor y de auténtica ternura. Y al llegar la aurora, armados de ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.
¡Qué hablaba yo de mano amiga! Es una ventaja considerable poder reírme de los viejos amores engañosos y cubrir de vergüenza a esas parejas embusteras, —he visto allá el infierno de las mujeres; —y me será posible poseer la verdad en un alma y un cuerpo.
Abril - agosto, 1873.
Final de Una temporada en el infierno
Traducción de Oliverio Girondo y Enrique Molina
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