UNA VIDA AROMADA DE LIBROS
BUÑUELOS Y AMOR
Carta a Conchita Beroes
en sus 95 años
Conchita
En tu caso no es sólo referir un vivir de muchos años
sino hacerlo como tú lo has hecho, en los términos de una proeza mayor. Una
obra de cultivo, empeño, belleza,
paciencia, desprendimiento y amor. Y no obvio las durezas y tristezas. Por el
contrario son ellas las que construyen la calidad de talante, la hondura de tus
respiraciones, la fortaleza de tu espíritu.
Te conocí hace mucho. Conchita, la compañera, amiga,
esposa, de Don Pedro Beroes. Esa sensibilidad a la mano de todos. De ese ser
también mayor aprendí esa aproximación a
la literatura que nos aparta de la simple erudición para situarnos en el sentir
y la pasión. Un misionero del porvenir que
hizo de su vida ese recorrido amoroso por los libros, de los cuales
ninguno le fue ajeno.
En su biblioteca, esa que tú resguardas con tanto
celo, no había ejemplares cuyos bordes aún no hubiesen sido recortados para que
las páginas salieran libres, como solían imprimirse los libros entonces. Cada
uno de ellos llevaba el signo, la huella de Don Pedro.
Y de allí y de la vida real, concreta, difícil, que
le tocó vivir se nutría para convertirse en aquel maestro que fue para todos
los que tuvimos el privilegio de escucharlo y compartir con él sus lecciones.
Nada de magistral tenían sus exposiciones. Era un
acercamiento emocionado a la obra. Y si bien se conocía de memoria los clásicos
de todos los tiempos, su gran entusiasmo era descubrir y redescubrir la
literatura venezolana. No la del momento sino la que yacía olvidada en los
anaqueles polvorientos de archivos jamás visitados.
Y no puedo hablar de ti Conchita sin hablar de Pedro.
Porque ambos eran una sola junta de creación, un solo episodio, una sola obra
de arte, que tú amalgamabas con esa alegría, esa picardía que conservas intacta
y que compartes con tu amigos con el pedido de que contribuyan a esparcirla por
mares, vientos y caminos.
Nada te era ajeno de esa vida. Ni los actores, ni los
libros, ni sus cuitas, ni sus exilios, ni esa inmensa generosidad de las puertas
abiertas que siempre te caracterizó. Tampoco olvido, Conchita, la alegría que
se posa sobre tus ojos cuando haces memoria de tus tiempos de bailar y
disfrutar en las trincheras que siempre te han acompañado.
Es fácil decir
95, pero tú con ellos has edificado una vida olorosa a buñuelos, a melado de
papelón, a dulce de mango, armada de afectos que fuiste y sigues construyendo
cada día, estructurada sobre esa condición solidaria y fraternal del hombre que
estaba en Pedro como en ti, como el centro y el eje de vuestra manera de ser.
Tu casa lleva el nombre de la biblioteca mayor que va
mucho más allá de los libros. Un
aposento que se volvió
huerto de mangos y ciruelos, de tierra
mojada que tú has sembrado hasta con tus
lágrimas como lo hiciste en aquellos días en que Manuel se fue a los
territorios de las siempre-vivas y cundeamores.
Conocerte, tenerte, quererte es un regalo y una
bendición de la vida. Un alto compromiso. Una alegría de las que conservo en el
corazón como esos talismanes a los que uno acude cuando se debilitan las fuerzas interiores y hace uno de un
rasguño una herida mayor.
No podía dejar de estar presente en estos noventa y
cinco escorpios. Recojo lo que eres y lo
coloco de abono a mis huertos propios. Y anhelo de corazón que este mundo
estuviese pleno de gente como tú, como Pedro, en cuyas manos un libro se podía
convertir en una flor o una ofrenda. Un verso en una larga caminata por los
paisajes del alma. Un episodio en una lección permanente. Un olvido en un deber
de memoria insustituible.
Y al lado de ustedes, Manuel pensando en el registro
de todos los pasos. Elvira sembrando caracoles, Agustín hilvanando los
panoramas del mañana y los nietos inventando porvenires.
Te quiero, te admiro y te tengo conmigo Conchita. Y te envío desde mis
cercanas lejanías un abrazo de los grandotes.
mery sananes
11 de noviembre del
2013
foto ms
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