jueves, octubre 09, 2014
RAMÓN SANTAELLA - OTRA CARTA PARA MI MADRE
Una vez más, Ramón nos sorprende con sus misivas. Esas cartas a la madre que escribe cuando toca celebrar su cumpleaños o acompañarla en su despedida hacia otros paisajes, son siempre un testimonio de amor que contiene la esencia de esa relación padre e hijos, e hijos y padres, que tanto se ha extraviado en este expaís sin afectos.
Leerlo es volver a rescatar ese núcleo familiar que se constituye en la base de cualquier sociedad. Allí se forjan los valores esenciales para configurar una vida que trascienda lo superfluo y engrandezca lo verdaderamente humano,
Cada uno de nosotros podría referir como nuestra parte de este memorial. Sentimos que hemos pasado por allí y, como él, celebramos el haber podido erguirnos a la altura de sus expectativas y, más importante, de las propias.
Lo que queda en ese aprendizaje es el compromiso con unos valores esenciales al vivir, que no requieren de otra escritura que el sentido común, el respeto, la consagración de los afectos, la militancia en una vida que merezca ser vivida.
No podrían estos textos tener un lugar de mayor pertinencia y pertenencia que en estas Embusterías. Saludos de nuevo al poeta, al geógrafo, al maestro, al hombre sencillo, cuyos conocimientos jamás lo llevaron a olvidar las clases de amor que le sirvieron sus padres. Ese personaje que a pesar de las sequías, las grietas de una tierra escarnecida, las huellas de los rostros trastocados, jamás ha perdido su condición hortelana. Gracias, Ramón, por esta nueva ofrenda.
Maracay, 1 de Octubre de 2014.
Sra.
María Remigia Yegres de Santaella.
Cualquier lugar del infinito.
Presente.
Recordada madre, hoy miércoles 1º de Octubre, tus hijos celebraremos los 104 años de existencia como si estuvieses entre nosotros en tu condición de centro-eje de la familia. Al momento de escribirte, la imaginación se abre camino en nuestro pensamiento para soñar una hermosa reunión entre los 9 hermanos, tú en centro del Universo; papá como de costumbre, lo vemos buscando asiento un tanto alejado de la tertulia, contemplará la escena desde esa distancia y esperará el comienzo de la música bailable, con la ansiedad del bailarín porque lo de él es bailar y bailar hasta el amanecer.
Tú estarás en tu silla de ruedas, masticando rabia por no poder trasladarte con libertad hacia donde se te antoje, pero lucirás un nuevo y hermoso vestido, donde han sido combinados los colores más atractivos de las estrellas.
Seguros estamos que habrás de actuar como niña coqueta enseñando a cuanto invitado halla, tus sortijas, el brazalete que un domingo ganaras, apostando al número 20 y el nuevo reloj de grandes números, obsequio de Raquel, para que tus cansados ojos no equivoquen la apreciación del tiempo, haciendo juego en tu muñeca con el color del vestido.
Ya es noticia entre el resto de los hermanos que Raquel se hubo esmerado en regalarte cosas de tu total agrado; eso se deduce por la emoción manifiesta cuando comentas y muestras tus estrenos en la medida en que recibes los presentes de manos de cada uno de nosotros y, aún cuando son diversos regalos, no te importa expresar con la sinceridad de siempre que tu regalo más preciado es el dinero, como queriendo participar tu preferencia para fechas futuras o nuevos cumpleaños.
Con esa curiosidad que te caracteriza, hurgarás cada envoltorio, escudriñando el último de los rincones del envoltorio, no vaya a quedar cualquier otra cosa en el mismo; harás preguntas previas queriendo saber del contenido, para precisar si el regalo es de tu agrado o no; todo un conjunto de tácticas y bromas, antes de presenciar el regalo, mientras tanto, habrás de trocar ese momento con la más bella de tus sonrisas, queriendo compensar como acostumbrabas decir, el hermoso gesto de tus hijos. Al final de cada desenvoltura, un beso en la frente o la mejilla para cada uno de nosotros.
¡Vieja!, también recordaremos hoy, que hace 5 años, 6 meses y 6 días te extraviaste en el infinito, no tienes idea de cómo y cuánto te recordamos, al igual que a papá, Dady, Yolanda y ahora, también Omar quiso ir al encuentro de Ustedes, para perpetuarse entre nosotros.
Ya sabemos que tu extravío no va más allá de los dominios de la ausencia porque evocarte obliga a revivir memorias de tantas cosas vividas en el seno familiar; recordarás que haciéndote bromas, te nombramos “Directora del geriátrico Santaella Yegres” porque la menor de tus nueve hijos comenzaba a transitar la década de los sesenta y Yolanda, hubiese alcanzado este año, sus 82 primaveras, ¡Na guará! ¡Como pasa el tiempo, viejita!
Cuando te abrumábamos con esas cosas del geriátrico, lejos de molestarte, siempre respondías con la misma bella sonrisa que permanece en nosotros y dabas gracias a Dios por tanta bondad, al haberte permitido disfrutar de una “larga” existencia y haberte regalado el amor y la atención de tus hijos.
¡Sabes algo!
Tanto tú como papá fueron nuestros ejemplos a seguir, consuetudinariamente, la misma dirección, la misma enseñanza: respeto, amor y consideración hacia nuestros semejantes; aunque de manera contradictoria, fuiste una madre espartana, con un esquema “lógico-agresivo”, único, de educar; “las circunstancias de la vida en el barrio deben quedar fuera de la casa, donde tenemos obligación de superarlas” –repetías- y te encargaste de eso mientras transitábamos nuestras primeras edades.
Tal vez, sin reproche alguno de parte nuestra, se nos ocurre pensar que hubo más castigo sobre nuestros cuerpos infantiles que abrazos y besos de tu parte, pero tú eras así y así te quisimos y queremos. Lo cierto es que, sostenías de manera inquebrantable y el tiempo de las edades te hubo dado la razón, “hay que trascender principios y valores aplicados por esta sociedad que los impone, si queremos lograr algo bueno de nuestros muchachos” y con la ayuda de papá lograron conformar una familia de personas trabajadoras, honestas, responsables.
¿Por qué crees que los recordamos?, ¿Por qué celebraremos tu cumpleaños 104 como si estuvieses entre nosotros?, pues, por puro amor y agradecimiento, por habernos inculcado el principio de libertad y habernos permitido ser como somos.
¡Sabes!, queremos confesarte algo, aprovechando nuestras edades y la distancia que nos separa de tu extravío: muchas fueron las veces cuando niños, que pensamos en la realización de un pequeño juicio en tu contra, donde tus hijos fungiríamos de jueces y habríamos de colocar el tiempo de las edades como la parte acusadora, pero, no pudimos seguir adelante; después de conocer los alegatos de nuestros pensamientos y la realidad vivida como defensa pública; llegaríamos a la conclusión que hubo la posibilidad de existir hechos traumatizantes en nosotros, derivados del castigo y dolor infringidos, pero, hubo que reconocer la ausencia de argumentos y recursos morales o de cualquier otra índole, que no fuese la necesidad de poder compensar con amor y agradecimiento, aunque fuese una mil millonésima parte de cuanto tú y papá fueron capaces de aportar voluntariamente, para que fuésemos lo que somos.
Recordamos que uno de esos alegatos de la defensa, estuvo centrado en el dolor y las lágrimas causados por tus vivencias infantiles: tu madre enferma, tu padre ausente por siempre, tu orfandad y correspondiente trabajo a edad temprana, tu transitar en la esclavitud en una u otra casa “familiar”, el trabajo en el pilón que debiste trocar por comida, látigo y suelo de tierra por colchón.
Cómo no recordar tu llanto íntimo, silencioso, cargado de miedo, casi traumático, causado por tempestades entre rayos y centellas en la Caracas de ayer.
Cómo olvidar tus penas con la desaparición de papá, la muerte de tu nieta y más tarde, la de tu hija mayor, y aquel incesante repetir: “los hijos deberían enterrar a los padres y no al contrario porque este dolor es insoportable”, pero, al mismo tiempo te dabas “aliento”, con un argumento de fe, y preguntabas: “¿Quién puede cambiar los designios del Señor?” y permanecías callada por largo tiempo como si hubieses viajado con los muertos.
¡Cuando niños!, te oíamos contar el viacrucis de tu huérfana infancia como si estuviésemos incrustados en el mismo silencio de tu llanto porque conocíamos y vivíamos el dolor y la pena que embargaban tu alma, entonces, pasábamos horas oyéndote y contemplando tu rostro, asombrados por la cantidad de lágrimas escapadas de tus ojos, deslizándose hasta dar en tu blusa, pero, como en una manifestación de fuerza, rompías con el dolor y los recuerdos, para decirnos: “¡Bueno!, lamentablemente no podemos hacer nada por cambiar cuanto ocurrió entonces, así que miremos al futuro, la vida continúa, hay que trabajar y tenemos que echar adelante ¡vamos!, ¡vamos!”.
Tus palabras como acciones, por demás orientadoras, al igual que las de papá, nunca podrán ser olvidadas; siempre habrá que recordarlas en cada ocasión o encuentro porque forman parte de las fundaciones y estructuras de nuestros proyectos de vida; ustedes forman parte de nuestros argumentos cotidianos por salir adelante.
Si hay algo que estamos obligados a no olvidar para bien de la familia, es aquella educación “espartana” que nos diste, según tus palabras, “para que las mujeres fuesen mujeres y los hombres, hombres”; tus mandatos eran directos y sin contemplación o misticismo; jamás diferenciaste los quehaceres entre hembras y varones, excepto en la realización de mandados a las bodegas del barrio, reservado al mayor de tus hijos porque debía evitarse el manoseo hacia las niñas, de parte de los pulperos.
Por lo demás, cada varón debía tender su cama antes de bañarse y prepararse para asistir a la escuela; de ser necesario, teníamos que planchar nuestra ropa y en ocasiones, cuando regresábamos a casa con parte de ella rota, a consecuencia de juegos callejeros, tú nos entregabas la caja donde conseguíamos hilo, aguja y dedal y nos obligabas a remendar, sin dejar de supervisar el trabajo realizado que según tu parecer, deshacías y obligabas a realizarlo mejor; eso no descartaba que una u otra hermana, a escondidas de ti, pasara por el lugar y nos hiciera observaciones de cómo iba el remiendo, evitando problemas mayores.
Como verás, tus recuerdos y los de papá son permanentes; por eso, “recordar es vivir” y tanto tú como él son recuerdos obligados en nuestras vidas.
¡Vieja!, no te quitamos más tiempo, recuerda tu cumpleaños entre nosotros y disfrútalo en compañía de todos quienes te acompañan. Nosotros haremos lo mismo.
Mándanos noticias de todos pero, particularmente, de Omar que dentro de 8 días habrá cumplido sus 7 meses en aquellos lares infinitos y habrá comenzado el proceso de intranquilidad, propias de la edad; envía también noticias de Dady, para saber cómo le ha ido en su nueva experiencia como señorita del Universo.
Saluda a todos y bendícenos como te bendicen tus hijos cada día.
Ramón
Etiquetas:
Ramón Santaella - Cartas a mi madre
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario